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Pegar lo normal

Claudia Lagos Lira
Por : Claudia Lagos Lira Coordinadora Programa de Libertad de Expresión, Instituto de la Comunicación e Imagen, Universidad de Chile.
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«¿Era violento?» «Nooo, le pegaba lo normal«. Hemos perdido la cuenta de cuántas veces hemos leído en prensa o escuchado en la radio o la televisión declaraciones como éstas de familiares o amigos de mujeres que han sido asesinadas por sus parejas o ex parejas.  Tan normal… hasta que la mató. Como si la violencia no fuese un espiral. Como si las patadas vinieran de Marte. Como si la agresión física no fuera parte de un tipo de relación social legitimada en nuestra sociedad, naturalizada en nuestros comportamientos y en los mensajes que transmitimos de generación en generación.

La violencia contra las mujeres por razones de género, o violencia machista como la denominan en otros países, golpea -literalmente- a millones de chilenas. Según la Encuesta Nacional de Victimización del Ministerio del Interior, 1 de cada 3 mujeres afirma haber sido víctima de violencia por parte de su pareja o ex pareja.

Y una parte importante de la preocupación tiene que ver con el rol de instituciones socializadoras, como las escuelas, las iglesias o el Estado y, en el caso que nos ocupa, los medios de comunicación, en general, y el periodismo, en particular.

Hay suficiente evidencia sobre cómo los medios de comunicación producen y reproducen los estereotipos, los prejuicios y, con ello, las desigualdades entre hombres y mujeres donde éstas ocupan casi siempre los escalones más bajos de la sociedad. Las características asociadas a lo femenino, como la emocionalidad, la debilidad o fragilidad, entre otras, tienen connotaciones negativas en nuestra cultura y, por lo tanto, en los discursos y contenidos que circulan en nuestro ecosistema mediático.

Hay estudios también sobre la presencia/ausencia de las mujeres en los medios de comunicación, tanto en sus contenidos como en sus estructuras organizacionales: en el primer caso, y a pesar de ser la mitad de la humanidad, poco o nunca aparecen y si son consignadas, no lo son como expertas o como voceras, sino en roles tradicionales. En el segundo, a medida que se escala en la pirámide de poder al interior de los medios, poco a poco, comienzan a desaparecer las mujeres en cargos de poder.

Enumerar -otra vez- este tipo de problemas no sólo es un lugar común sino que, sobre todo, clausura posibilidades de comprensión, acercamiento e intercambio entre el feminismo (o los feminismos) y el espacio de la producción de contenidos en medios de comunicación masiva. Entrampa más las posibilidades de avanzar en este ámbito tan sensible para la equidad de género.

Sin el ánimo de restarle relevancia al rol de la comunicación en la violencia contra las mujeres, es necesario reconocer también que los medios y el periodismo no son ajenos a la sociedad en que crecen y se desarrollan. Allí donde hay desigualdades, los medios también las (re)producirán, con el agravante de subirles el volumen, amplificarlas y reiterarlas.

Casos como los de las adolescentes de Alto Hospicio, a principios de este siglo, son un ejemplo de lo anterior. La prensa, en general, se hizo eco de las versiones policiales, judiciales y políticas que aseguraban que las muchachas habían huido de sus casas, escapando de la pobreza a través de la prostitución. Sin embargo, recordemos, todas habían sido secuestradas, violadas y asesinadas.

En ese caso en particular, como en otros, los medios han repetido acríticamente las discriminaciones de género (y en este caso en particular, de clase) que distintos poderes sostenían.

Del mismo modo, debemos adentrarnos en el proceso de producción noticiosa y de contenidos que implica el sector infocomunicacional, de características industriales, donde se constata una enorme competencia por la publicidad y las audiencias y que se soporta sobre las espaldas de profesionales y técnicos, en general, mal pagados o sobrecargados de trabajo, con escasos espacios para la reflexión crítica del propio oficio.

La Oficina Regional para la Educación de América latina y El Caribe de la UNESCO, el Colegio de Periodistas, la Cátedra Unesco «Comunicación y Participación Ciudadana» y el Programa de Libertad de Expresión de la Universidad de Chile, que coordino, lanzarán a fines de noviembre un manual por un periodismo no sexista, intentando acercar ambos mundos.

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