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Editorial: Piñera planea en la Enade

El tono de generalidad de su intervención en esta y otras materias se mantuvo inalterable. Su discurso fue más bien una aproximación teórica a principios generales de gestión pública y no una intervención de definiciones, incluida la referencia a la reforma educacional.


A poco andar, el ánimo autocrítico con que se inició del discurso del Presidente de la República Sebastián Piñera en la clausura de Enade 2010, se diluyó en referencias episódicas sobre el desarrollo nacional, la globalización y la voluntad de los sueños. Un débil llamado a los empresarios, al final de su discurso, instándolos a aprovechar las oportunidades, ser más innovadores y responsables, más solidarios con sus trabajadores,  pagar sus impuestos y cuidar el medio ambiente, marcó una relación en la que solo se percibió entusiasmo. Casi el mismo discurso y tono que como candidato realizó el año 2008.

El estilo presidencial es preferentemente mediático, y las orientaciones estratégicas en sus discursos no son habituales, por lo que deben rastrearse con mucha atención. Pero su comparecencia en Enade era un momento significativo pues concurría por primera vez a este foro empresarial en calidad de Presidente de la República. Y dada su calidad también de empresario, resultaba relevante lo que les dijera en público. Tanto por constituir su principal base de apoyo político, como porque parte relevante de la agenda de modernización económica del Estado cruza frontalmente intereses empresariales.

[cita]También resultan ambiguas las referencias a la trampa del crecimiento de los salarios. Fue el propio gobierno, luego del accidente que mantuvo atrapados a 33 mineros en Atacama, el que reconoció la existencia de una enorme precariedad laboral en el país, lo que fue calificado como “deuda social”. Tal posición contrasta con la exigencia empresarial de larga data de una mayor flexibilidad laboral como requisito para el crecimiento del país.[/cita]

Sin embargo no hubo novedades. Entre el impacto noticioso del fatal accidente carretero en la Autopista del Sol y la cortina internacional de su viaje a Colombia y Perú, la llaneza de su discurso pasó inadvertida. Más aún, la humorada del ministro Felipe Kast quien introdujo un actor caracterizado como pobre en la reunión “para que los asistentes tomaran conciencia del mundo de la calle y las carencias”, no tuvo mayor repercusión, excepto el bochorno con tono de humillación.

El discurso presidencial partió con una pregunta simple: “¿Lo hemos hecho bien o mal?” La respuesta fue directa: “Sin duda hemos hecho muchas cosas bien, pero hay muchas cosas que hemos hecho mal y, lo que es peor, hay muchas cosas que hemos dejado de hacer”.

Sin embargo, apenas en este punto, el discurso planeó hacia el tamaño de los sueños como el elemento central para decidir lo bueno y lo malo del gobierno. Pasando muy lejos de los problemas de instalación, los desencuentros con la banca o los atrasos en materia de reconstrucción.

La política de las ambigüedades

Al referirse al desarrollo nacional, el Presidente “llamó a recordar que Chile está recién a mitad de camino, y los montañistas sabemos muy bien que la segunda parte del ascenso siempre es más entretenida, pero más difícil que la primera”. Y señaló que “tenemos que seguir profundizando los viejos pilares del desarrollo: una democracia estable, legítima, transparente, vital; una economía social de mercado responsable, libre, abierta, competitiva y con equilibrio fiscal; un Estado eficaz en la lucha contra la pobreza y una mayor igualdad de oportunidades.”

Pero a continuación, y sin profundizar, el Presidente habló de las trampas que evitan crecer señalando que “cuando los países crecen haciendo más de lo mismo, llega un momento en que las restricciones ambientales, las restricciones de capital o el crecimiento de los salarios les impiden seguir creciendo”.

Resulta inevitable vincular el juicio del Presidente con los debates medioambientales que tienen lugar en el país, en algunos de los cuales él ha sido protagonista directo, como es el caso de la central termoeléctrica Barrancones. Más aún si Rafael Guillisasti, presidente saliente de la Confederación de la Producción y el Comercio, CPC, y uno de los conferencistas de la Enade de este año, afirma tajantemente que “la urgencia número uno es dar luz verde a los proyectos hidroeléctricos, que se materialicen dichas inversiones”, indicando que HidroAysén es prioritario.

No se entiende si la trampa medioambiental a que hace referencia el Presidente es la de la conservación ambiental o, por el contrario la del deterioro y los impactos negativos de empresas que no asumen efectivamente la sustentabilidad como un pilar del desarrollo.

También resultan ambiguas las referencias a la trampa del crecimiento de los salarios. Fue el propio gobierno, luego del accidente que mantuvo atrapados a 33 mineros en Atacama, el que reconoció la existencia de una enorme precariedad laboral en el país, lo que fue calificado como “deuda social”. Tal posición contrasta con la exigencia empresarial de larga data de una mayor flexibilidad laboral como requisito para el crecimiento del país.

El tono de generalidad de su intervención en esta y otras materias se mantuvo inalterable. Su discurso fue más bien una aproximación teórica a principios generales de gestión pública y no una intervención de definiciones, incluida la referencia a la reforma educacional.

Al referirse a las experiencias exitosas de crecimiento de otros países también lo hizo desde una distancia académica, manteniendo la ambigüedad. Son exitosos “porque han tenido, tal vez, una sociedad, un ambiente, mercados, sistemas financieros, actitudes, sistemas laborales mucho más libres, mucho más flexibles, mucho más ágiles, y se han podido adelantar a los cambios y no simplemente seguirlos, tratando de explicárselos.”

Las opiniones más categóricas vinieron en relación a la seguridad ciudadana y a lo que significa competir por el desarrollo en un mundo globalizado.

Respecto del primer tema sostuvo que “esta va a ser una batalla dura y que obviamente no se va a ganar nunca, porque erradicar el delito sería como erradicar el pecado”. Tal sinceridad debiera ser valorada para el test de la eficiencia en el ministerio del Interior.

Respecto del segundo tema, sus palabras tienen un tono de bilateralismo ultramontano. La competencia por el desarrollo, dijo, me hace recordar  “la anécdota de los dos amigos que van a la montaña y se encuentran con un oso feroz que los empieza a perseguir. Los amigos salen arrancando, pero el oso era mucho más rápido y les descuenta la distancia, hasta que uno le pide al otro que le ayude a sacarse la mochila. Y el preguntado le dice: “para qué te sacas la mochila, si con mochila o sin mochila igual el oso nos va a pillar”. “No, si yo no le quiero ganar al oso, te quiero ganar a ti”.

Quizás si en la actual visita a Colombia y Perú, los vecinos le soliciten en privado una aclaración del significado de la anécdota.

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