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TV: hasta cuando con la misma cantaleta

Dante Castillo
Por : Dante Castillo Sociólogo Universidad de Chile
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Parece ser que las audiencias, al igual que nuestros guías contemporáneos, vienen alejándose de la pantalla del televisor, han empezado a empacar sus maletas y a encontrar destinos más interesantes en otros medios y lugares más afines con sus intereses. Seguramente los que están interesados en las audiencias algo harán al respecto para intentar recuperar la atención de aquellos que ya no son ni tan estúpidos ni tan ingenuos.


Escuchar hablar sobre la calidad de la TV chilena genera dos tipos de reacciones; la primera, en tono interrogativo: ¿Qué tipo de contenidos esperan ver quienes alegan por una mejor calidad de los programas de televisión?; la segunda, en tono afirmativo: ¡Hasta cuando con la misma cantaleta de la mala calidad de la televisión!

No tengo certeza si los contemporáneos censores de la calidad esperarán tener una televisión más educativa para los niños (parece que no basta con la jornada escolar completa); tal vez más programas de Historia (ya que tendrá menos horas formales en el colegio); que vuelva el Show de los Libros (así aprendemos de forma educativa que los libros tienen la verdad y son la única fuente de la sabiduría); o más ciencia, del tipo 24 horas de Discovery Channel (debemos estar preparados para posibles desastres nucleares). O quizás 24 horas de noticias (ya que para participar y opinar necesitamos estar debidamente informados). Realmente no logro imaginar qué es lo que quieren.

La segunda reacción me lleva a frases del tipo: ¡Apague la tele si no le gusta!, ¡Nadie lo obliga a estar sentado frente al televisor! ¡Haga otra cosa que le parezca más interesante! O finalmente un simple Villegazo (gracias a Fernando Villegas por el neologismo) del tipo “por qué no tiene usted la bondad de irse a la mierda” con su noble y apreciada calidad.

[cita]Parece ser que las audiencias, al igual que nuestros guías contemporáneos, vienen alejándose de la pantalla del televisor, han empezado a empacar sus maletas y a encontrar destinos más interesantes en otros medios y lugares más afines con sus intereses. Seguramente los que están interesados en las audiencias algo harán al respecto para intentar recuperar la atención de aquellos que ya no son ni tan estúpidos ni tan ingenuos.[/cita]

Probablemente quienes piensan que la TV es la principal causa de nuestra actual degradación moral y cultural, usan, quiéranlo o no, la vieja perspectiva (formalmente vieja Teoría de la Comunicación) que entiende a la televisión como una especie de poder supremo donde el telespectador es visto como un agente pasivo y receptor de los contenidos que los medios emiten. La cosa durante estos últimos años parece haber cambiado, y se tiene mayor conciencia sobre el papel activo que juegan los telespectadores en sus procesos de consumo de TV.

Ahora bien,  sin ser un apologista de nuestra actual TV creo, desde mi perspectiva, que la calidad (o mala calidad) de la TV no se explica únicamente por el “rating” y la necesidad de conseguir más puntos, ni por el seguimiento online que harían los directores de programas cuando están al aire. Ni tampoco, por lo que otros han llegado a señalar, desde una perspectiva moral que recuerda al medioevo, que “el morbo colectivo es responsable de la proliferación de esta verdadera televisión basura”. Pienso que, tanto la crítica a la lógica comercial que está detrás de la búsqueda de rating, como la crítica moral al tipo de programación, son insuficientes e ingenuas en explicar el estado y calidad de los contenidos televisivos.

El rating no es el problema, qué duda cabe, de hecho es un muy buen indicador para medir el interés que la audiencia o los telespectadores tienen de un programa.  El problema radica en variables constitutivas del campo de la TV, por ejemplo en el facilismo al momento de crear contenidos, lo que se expresa en la copia y repetición abusiva de formatos; lo que se asocia a la carencia de ideas inteligentes en la creación de programas por parte de los productores. También, en el desconocimiento de esos mismos creadores, de las tensiones y conflictos que los individuos enfrentamos en nuestras experiencias cotidianas de vida, que terminan por traducirse en una oferta  de contenidos fácilmente desechable. En fin, la explicación de la calidad (mala o buena) de la TV chilena tiene múltiples causas que discutirlas en detalle excede por mucho una columna de opinión.

Sin embargo y para tranquilidad de nuestros pretendidos guías espirituales y censores contemporáneos de lo bueno y lo malo, existen datos objetivos que indican que el consumo de TV viene cambiando en el tiempo. Lo cual demostraría que los telespectadores, en su inmadurez e idiotez intrínseca no son ni tan estúpidos ni tan ingenuos. A su vez, revela un escenario de mayor complejidad en el rol y posición que tiene la televisión en el actual entorno comunicacional.

Si miramos 10 años atrás, y nos remontamos al año 2001, según cifras de Time Ibope, la cantidad de horas promedio que una persona pasaba frente al televisor era de 3 horas con 5 minutos. En el año 2010 este indicador había caído a 2 horas y 35 minutos. Si miramos los programas de mayor rating, hacia el 2001 encontrábamos 17 programas que marcaron, en promedio, más de 10 puntos de rating a nivel total personas (Amores de Mercado, Festival de Viña, Pampa Ilusión, Quien Quiere Ser Millonario, Yo soy Betty la Fea, Si se la puede gana, Enigma, Viva el Verano, Contacto, entre otros). El año 2010 lo hicieron sólo 5 (Talento Chileno, Mundial de Fútbol de Sudáfrica, Los 80, Pura Energía y Pelotón la Final).

Visto desde esta perspectiva parece ser que las audiencias, al igual que nuestros guías contemporáneos, vienen alejándose de la pantalla del televisor, han empezado a empacar sus maletas y a encontrar destinos más interesantes en otros medios y lugares más afines con sus intereses. Seguramente los que están interesados en las audiencias algo harán al respecto para intentar recuperar la atención de aquellos que ya no son ni tan estúpidos ni tan ingenuos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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