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Rotulando la libertad

Cristóbal Bellolio
Por : Cristóbal Bellolio Profesor de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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La UDI y sus centros afines debieran decidir de una buena vez qué ideología promueven: la neoconservadora a la Bush que gobierna con el mercado en una mano y la biblia en la otra, o la libertaria a la Friedman que prioriza la libertad en todos los ámbitos de la vida humana.


El debate sobre la rotulación de alimentos parecía inocuo y se ha transformado en un campo de batalla donde vuelan los calificativos y las acusaciones. Pero más allá de los excesos del lenguaje y la imaginación, acá se están jugando ideas centrales sobre qué tipo de sociedad queremos que sea Chile.

Echemos un vistazo a los criterios fundamentales que sirven como estandarte a las posiciones en competencia. A la izquierda, tenemos un grupo de legisladores que estiman que el estado tiene la primera responsabilidad a la hora de combatir los males sociales, en este caso la obesidad. Lo que las propias personas decidan al respecto les parece una consideración secundaria. A la derecha, centros de estudio y connotadas figuras subrayan la importancia de la libertad de elección y la responsabilidad de la familia en la educación de sus hijos, especialmente respecto de hábitos alimenticios.

Si tuviera que elegir, me quedo con la segunda. Lo que Rossi, Girardi y compañía denominan “bien común” no puede tener primacía por sobre la libertad de las personas cuando las acciones que buscan prohibirse, limitarse o restringirse les afectan principalmente a ellas y no a terceros. Parafraseando a Stuart Mill, ni siquiera su propio bien, físico o moral, es justificación suficiente para la acción del Estado. Entonces, respecto al proyecto en trámite, concuerdo con lo expuesto por el director de Libertad y Desarrollo: quienes valoran la libertad deberían oponerse a un proyecto excesivo.

Sin embargo, tres importantísimas precisiones tienen lugar.

[cita]Le cambio dos palabras a la oración: «una persona que quiere un pito tiene todo el derecho a fumárselo… ¿o van a prohibir la marihuana también por el alto contenido de THC que produce?”. Hago la misma pregunta respecto de la eutanasia, el matrimonio homosexual.[/cita]

Primero, que el principio de libertad –como lo reconoce el mismo Mill- no es aplicable a los niños o adolescentes que no han alcanzado la mayoría de edad. Por el contrario, ellos deben ser guiados en el proceso de maduración y resulta enteramente razonable que la sociedad pueda regular los alimentos que consumen. En consecuencia, el criterio aplicable para colegios, liceos y escuelas no debiera  ser el mismo que para universidades, institutos profesionales y centros de formación. Son justamente los adultos los que piden no ser tratados como niños. Estos últimos, en cambio, deben ser tratados como tales. Aquí, Libertad y Desarrollo prefiere poner sus fichas en el rol de la familia como transmisora de valores de autodisciplina y contención. Creo que es un error. Ese modelo de familia brilla por ausencia particularmente en los contextos más vulnerables. El Estado tiene una responsabilidad ineludible, tal como en el caso de la educación sexual, con la formación de ciudadanos aptos para vivir sanamente.

Segundo, que son igualmente inescapables los deberes públicos en materia de acceso a información veraz, completa, transparente y oportuna respecto de los alimentos que se consumen. Si el Estado no vela por el flujo igualitario e universal de dicha información, le abre la puerta al abuso.  El derecho a elegir se ve entonces reducido a caminar a tientas en la oscuridad. Si esto significa mayores costos para la industria (así como menores ganancias derivadas de su restricción en colegios), éstos deben ser asumidos por ella como parte de una estrategia de juego limpio.

Para mi tercer punto, quiero recordar la sensata declaración del senador Jovino Novoa: “Una persona que quiere una parrillada tiene todo el derecho a comérsela… ¿o van a prohibir los asados también por el alto contenido de grasa de los chorizos?” Lo que resulta difícil de explicar es porque la UDI se opone entonces cada vez que la autonomía valórica de las personas adultas entra en discusión. Le cambio dos palabras a la oración: «una persona que quiere un pito tiene todo el derecho a fumárselo… ¿o van a prohibir la marihuana también por el alto contenido de THC que produce?”. Hago la misma pregunta respecto de la eutanasia, el matrimonio homosexual y otras tantas conductas que sólo afectan a sus consumidores o protagonistas y que debieran estar sometidas al mismo estándar libertario. Es la rancia combinación entre libertad para algunas cosas pero no para otras (quizás porque éstas le desagradan a la divinidad) la que provoca un especial rechazo por su inconsistencia desde el punto de vista de la razón pública.

La libertad conlleva el derecho de hacer cosas que no son buenas desde distintos puntos de vista.  El consumo de comida chatarra en exceso es una de ellas. En lo personal, soy uno de los que la detesta. Pero no le atribuyo al Estado ninguna legitimidad para negar a personas adultas el acceso a ella.

Donde el Estado sí la tiene es respecto a la supervigilancia de los productos ofrecidos a los niños y a la información disponible al público en general. Por su parte, la UDI y sus centros afines debieran decidir de una buena vez qué ideología promueven: la neoconservadora a la Bush que gobierna con el mercado en una mano y la biblia en la otra, o la libertaria a la Friedman que prioriza la libertad en todos los ámbitos de la vida humana.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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