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Las acciones clase B de la UDI

Mirko Macari
Por : Mirko Macari Asesor Editorial El Mostrador
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Detrás de la ofensiva UDI, cuyo argumento formal era la irritación por el AVC pero que en su clave política era una embestida (¿cuántas van ya?) para sacar al ministro del Interior, lo que hay es la desesperación de observar como avanza el plazo del gobierno y ellos se quedan fuera del aparato de toma de decisiones.


Detrás de la ofensiva UDI, cuyo argumento formal era la irritación por el AVC pero que en su clave política era una embestida (¿cuántas van ya?) para sacar al ministro del Interior, lo que hay es la desesperación de observar como avanza el plazo del gobierno y ellos se quedan fuera del aparato de toma de decisiones.

Imagine por un momento que el gobierno es una corporación cuyos títulos se transan en bolsa (cualquier semejanza con la realidad es mera coincidencia). Piense ahora que el grupo de ejecutivos que craneó el negocio, reservó para sí mismos un puñado de acciones preferentes, muy menores en cantidad, pero que son las que permiten el control de la compañía. Para el resto de los accionistas sólo quedaron  títulos corrientes, que dan dividendos, pero que impiden colocar directores que influyan en el rumbo del gobierno corporativo.

Bueno, obviamente los accionistas mayoritarios se encuentran bastante irritados. Levantan la voz y meten bulla porque quieren entrar al círculo donde se corta el queque. Pero los ejecutivos dueños de las acciones controladoras, muy campantes, dicen que la ley los ampara. Y de ahí no se mueven. En los 90 hubo un escandaloso caso parecido al descrito en el mundo de los negocios en Chile.

[cita]La semana pasada los dueños de los títulos clase B montaron una infructuosa ofensiva para entrar como fuera al directorio. Incluso llamaron a junta de accionistas el día que se entregaba el informe mensual de resultados.[/cita]

Ahora ocurre lo mismo, pero esta vez en la coalición de Gobierno.

La semana pasada los dueños de los títulos clase B montaron una infructuosa ofensiva para entrar como fuera al directorio. Incluso llamaron a junta de accionistas el día que se entregaba el informe mensual de resultados. Pero nuevamente se pegaron en las narices porque el Presidente de la corporación tiene años de circo en estas lides y no está en este jueguito como para andar regalando lo que él se ganó solo (eso es lo que cree al menos).

Detrás de la ofensiva UDI, cuyo argumento formal era la irritación por el AVC pero que en su clave política era una embestida (¿cuántas van ya?) para sacar al ministro del Interior, lo que hay es la desesperación de observar como avanza el plazo del gobierno y ellos se quedan fuera del aparato de toma de decisiones. Qué si no eso es lo que irrita tanto al senador Jovino Novoa, que no pierde oportunidad para disparar contra Hinzpeter.

Y lo hacen contra el ministro simplemente porque no pueden irse contra el Presidente (¿habrá algo que le guste más a los chilenos y especialmente a la derecha que llenarse la boca con eso de las prerrogativas absolutistas de la autoridad presidencial?).

Por eso en cuanto aterrizó de sus vacaciones, Piñera tomó el micrófono y volvió a dejar en claro que no está dispuesto a entregar el control, tal como lo tuvo que hacer Bachelet cuando los partidos, especialmente la DC, le impusieron a Pérez Yoma en Interior.

¿Significa esto que aquí se acabó todo y la UDI entenderá que simplemente ahora no le tocó? Improbable. No está en la naturaleza de ese partido doblegarse  o disciplinarse frente a quienes percibe como amenaza. Mal que mal, el gremialismo más que una colectividad es una compacta red de poder que cruza directorios de empresas, medios de comunicación y todos los resortes de poder simbólico y político que constituyen a la derecha chilena. Pero Piñera no es Bachelet. Ni una encuesta, por mala que sea, ni un mal clima de opinión pública en su contra, lo harán tirar la toalla y entregar el control del boliche.

Por eso las palabras de buena crianza, los llamados a la búsqueda de acuerdos con la oposición, la retórica sobre mejorar el diálogo en el oficialismo y un largo etcétera, sólo demuestran que el Presidente, golpeado y todo por las circunstancias, tiene el control de la compañía. Y también deja claro que los conflictos seguirán porque tampoco es precisamente un adalid del capitalismo popular.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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