Publicidad

Televisión y emociones en el espacio político chileno

Héctor Vera Vera
Por : Héctor Vera Vera Periodista. Dr en Comunicación Social Director Escuela de Periodismo, Universidad de Santiago de Chile.
Ver Más

Puedo no escuchar lo que dice Camiroaga, pero está allí. Me recuerda que la realidad sigue siendo la misma de ayer. Me asegura que la normalidad está instalada. Su desaparición es la pérdida de esa seguridad y causa dolor. Lo virtual, la mediación -yo nunca conocí este animador- se instala como realidad y tendría que no estar dentro de la comunidad chilena para no sentir pena y desazón por lo ocurrido.


La inesperada muerte, en un accidente aéreo en las Islas Juan Fernández de 21 chilenos conectados con la televisión, la cultura, la reconstrucción y la Fuerza Aérea,  el viernes 2 de septiembre, ha generado un estado de pena y de duelo colectivo de gran magnitud en el conjunto de la sociedad chilena. Todo el resto de lo que ha estado ocurriendo, incluido el  poderoso proceso de protestas estudiantiles, que llevaba más de tres meses de dramática presencia, se ha vuelto invisible.

Lo casi único que se presenta en la televisión son las escenas de la búsqueda, el perfil de las víctimas, los detalles entregados por los expertos en aeronáutica,  y especialmente entregan los testimonios de quienes conocieron a Felipe Camiroaga (animador de televisión) y a Felipe Cubillos (empresario dedicado a la reconstrucción de caletas de pescadores).

Y la gente en sus hogares y en la calle experimenta, de manera, sin duda, auténtica, el profundo dolor, como si fuera la perdida de un familiar cercano, especialmente ante el caso de Camiroaga.

Este caso nos recuerda, si era necesario, como la trágica muerte del general de Carabineros, José Alejandro Bernales, (2008), fallecido también  en un accidente aéreo en Panamá,  que se transformó en el “general del pueblo”. Se produjo un duelo nacional que remeció a la sociedad chilena y mostró lo potente que son los procesos de mediación, en especial de la televisión, cuando se focalizan en un suceso determinado y cuando existen algunas condiciones propias de la personalidad del personaje implicado.

Estos dos casos referidos, nos ponen en evidencia que estamos viviendo plenamente  en la “aldea global” (McLuhan), y que independientemente de los contenidos, los medios de difusión masiva tradicionales,  se constituyen en el mensaje y el masaje social al mismo tiempo. Es decir, los medios son, aún en la llamada sociedad digital o de redes, el eje central desde el cual se arman los significados y la emocionalidad colectiva.

Sería insuficiente  y erróneo pensar en la manipulación para explicar los fenómenos aludidos. No hay una concertación de la elite medial  o de la clase dominante para imponer un contenido o una agenda temática. Lo que hay es un consenso medial sobre lo que resulta importante y que se constituye así porque sus agentes no ven otras alternativas plausibles. Todos beben de la misma cultura y del mismo espacio de significación.

Los medios masivos constituyen de esta manera, en su “capacidad mediadora”  (Jesús Martín Barbero)  el eje de todo proceso ideológico de gran magnitud que afecta la cotidianidad y el imaginario colectivo, que genera comunicación entre la elite y la masa, entre lo privado y lo público, ordena y jerarquiza la agenda temática y la agenda publica de las personas,  y establece el principio de lo posible y de la realidad en el subjetivo colectivo de quienes comparten la mediación.

Los medios presentan una “realidad más real que lo real” (Jean Baudrillard) al instalar un mundo “familiar” que puedo reconocer en lo que repite la televisión. Puedo no escuchar lo que dice Camiroaga, pero está allí. Me recuerda que la realidad sigue siendo la misma de ayer. Me asegura que la normalidad está instalada. Su desaparición es la pérdida de esa seguridad y causa dolor. Lo virtual, la mediación -yo nunca conocí este animador-  se instala como realidad  y tendría que no estar dentro de la comunidad chilena para no sentir pena y desazón por lo ocurrido.

[cita]hoy no podemos imaginar una sociedad sin medios de difusión masiva y su inherente impacto social.  Su eventual desaparición,  provocaría un estado de inseguridad terrible, sería como la muerte del hermano mayor y su ausencia,  nos obligaría, a una tarea particularmente desagradable: pensar por nosotros mismos. Los medios nos orientan en qué pensar, que considerar bueno o malo, importante o secundario.[/cita]

¿Cómo llegamos a este proceso  de identificación de lo cotidiano y personal con lo que ocurre en el mundo de la televisión?

Pienso que la televisión, como dice McLuhan, es una extensión o prótesis de nuestra visión y de nuestro sistema neurocerebral, que puede ser tanto o  más real, que lo que le puede estar sucediendo a un amigo o a un colega de trabajo. De hecho, el jueves pasado, operaron a un colega de cálculo al riñón (Carlos Araos)  por segunda vez, y hay compañeros que no supieron de este episodio, sin embargo, todos saben y han sufrido con el accidente aéreo que nos reporta la televisión. Lo más inmediato y real puede aparecer, por la mediación de los medios, como menos visible o deficientemente informado. Una paradoja de nuestros tiempos.

Herbert Marcuse señalaba en El Hombre Unidimensional que hoy no podemos imaginar una sociedad sin medios de difusión masiva y su inherente impacto social.  Su eventual desaparición,  provocaría un estado de inseguridad terrible, sería como la muerte del hermano mayor y su ausencia,  nos obligaría, a una tarea particularmente desagradable: pensar por nosotros mismos. Los medios nos orientan en qué pensar, que considerar bueno o malo, importante o secundario. Sin esta guía podríamos perder la brújula y quedar abandonados en un mar de dudas.

La sociedad industrializada y burocrática en la que vivimos requiere de la división del trabajo, del anonimato, de los procedimientos que establecen los códigos, las constituciones, las leyes y los reglamentos. Este proceso se ha ido agudizando en la llamada “sociedad digital” o  en la “sociedad informatizada” (Manuel Castells) donde la “inteligencia artificial” (cajeros automáticos, tag, tarjeta bip, servicios on line) ha ido desperfilando al sujeto humano. Ya no se encuentran  fácilmente los responsables  directos de muchas acciones que se han automatizado y donde las personas son cada vez más ausentes y menos familiares, más anónimas, empresas con balances  difíciles de interpretar y de conocer. Las sociedades se han ido, con la mediación tecnológica,  haciendo cada vez más extrañas, despersonalizadas, donde el sujeto es un número dentro de procesos  y de sistemas. El número del carnet, reemplaza y suplanta la identidad del sujeto real, que sin  su digitalización, es inexistente.

El exterminio nazi de sus enemigos (judíos, gitanos, comunistas, masones, polacos, soviéticos) fue posible porque había una gran división del trabajo. Generales diseñaban las detenciones, oficiales ejecutaban las órdenes, sargentos conducían los trenes y manejaban las duchas de gas, otros prisioneros cavaban las fosas para enterrar los cuerpos y los políticos del partido, las autoridades gubernamentales, justificaban las acciones, recurriendo a los códigos aceptados de la época.

Así también ocurrió en el Chile de Pinochet (1973-1989). Los detenidos-desaparecidos fueron, en su momento, listas de personas levantadas por los servicios de seguridad, respaldados por políticas gubernamentales, ejecutados por oficiales, cabos y sargentos que usaron camionetas, aviones, helicópteros, naves, que las autoridades escondieron, que los diarios o la televisión ignoraron y que la Junta de Gobierno y los políticos de derecha,  justificaban como la respuesta natural al estado de excepción que vivía un país amenazado por los subversivos.

El accidente aéreo que comento y que ha producido un duelo nacional, no es entendible  en su implicación social, sin la mediación de la televisión. La televisión  nos devuelve a la familia perdida por la sociedad industrial, burocrática, digitalizada, anónima. De este modo, cuantas personas que nunca conocieron a  Felipe Camiroaga, ven al hijo, al hermano, al novio ideal, al amigo, al compañero que tuvieron y que perdieron efectivamente.

Felipe era el rostro amigo que escasea en la cotidianidad, representa la pérdida de una persona casi perfecta al que se le conoce su lado humano y se ignora –y nadie quiere conocerla-  su cotidianidad fuera de la pantalla.

En las sociedades  tecnologizadas, burocratizadas,  tan clasistas y desiguales como la nuestra,  en donde estamos hasta la coronilla con el abuso de los gerentes y los políticos profesionales, con una educación cara y mala, Felipe Camiroaga,  representaba la democracia que nos hace falta: convivía con famosos y anónimos, con ricos y pobres, con estudiantes y autoridades y tenía posiciones claras ante la injusticia y las alternativas políticas.

Con la muerte de este gran comunicador, muere también alguien que vivía en el imaginario colectivo como una realidad virtual  deseada  y por ello  “era más real que lo real”. Por ello Felipe vivirá en el inconciente y en el imaginario colectivo chileno durante mucho tiempo aunque no sepamos precisamente por qué.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias