Con la partida de Bachelet, algunos respiraron aliviados. No solamente el Presidente Piñera, para quien debe ser de difícil digestión un cariño ciudadano que le hace permanente sombra, sino para quienes su sistemática alusión a la discriminación que viven las mujeres suponía un incordio permanente.
Con su partida, el género dejó de ser tema de conversación pública, aunque hay señales que lo anunciaban. En mis conversaciones con el encargado de opinión de un importante medio, éste me señalaba en 2007 que el género había dejado de estar de “moda”.
El que no sea motivo de debate no es porque los dilemas que encierra la igualdad entre hombres y mujeres estén resueltos. Se mantienen como asignaturas pendientes el acceso al poder económico y político, la autonomía del cuerpo y el cierre de importantes brechas. Son otras las razones. Por un lado, el Ejecutivo ha dejado de cumplir el rol gravitante que, desde 1990 a la fecha, venía ejerciendo en la aprobación de proyectos en materia de género. Según Teresa Valdés, coordinadora del Observatorio de Género y Equidad, la administración Bachelet aprobó dieciséis frente a los magros dos de la actual administración (femicidio y postnatal). Ello se acompaña, como afirma Pamela Díaz-Romero en el más reciente informe del Barómetro de Política y Equidad, de “la desinstalación de la agenda de género, tanto discursivamente como a nivel de diseño e implementación de políticas públicas”.
Lo concreto es que las mujeres han asistido pacientemente a hechos tales como la desconsideración a la hora de los nombramientos, con tan solo 18% de ministras, o su no integración en la comisión de expertos en educación. De sus doce miembros, que alguien asimiló jocosamente a los apóstoles, ninguna mujer integra una discusión que, independiente de sus resultados, es la más importante del país en décadas. Resulta curioso por tratarse de un área feminizada y donde hay expertas muy destacadas. La justificación oficial ha sido que las contactadas tenían problemas de agenda. Es tan poco creíble que dan ganas de decir “a otro perro con ese hueso”.
Anteriormente, el llamado “Mapa del Poder en Chile” realizado por La Segunda, mostraba un panorama preocupante: 11% de mujeres poderosas, habiendo sido solamente 12% mujeres las personas consultadas. Adicionalmente, se deja de lado la pregunta por el poder social. En ese ámbito, no hubieran podido desconocer el rol de Camila Vallejo.
Por ello, el que un grupo de mujeres se haya organizado, aprovechando las ventajas de las redes sociales y de comunidades como El Quinto Poder, para reclamar por la ausencia femenina en el listado de 20 expositores en la próxima versión de Enade que, además, paradójicamente, se titula ¿Vox populi, vox dei?, no debiera sorprender. Si por algo se ha caracterizado este gobierno, a pesar de su adelgazada agenda de género, es por priorizar la empleabilidad y emprendimiento femeninos, con énfasis en los segmentos más pobres de la población.
Estamos hablando del Encuentro Anual de Empresarios, organizado por ICARE (Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas). A ella, concurren los más influyentes empresarios y dirigentes gremiales, así como expertos, autoridades políticas y “líderes de opinión”. Usualmente, exponen su mirada sobre la problemática que cruza al país en el momento de su realización. Dicha instancia, recordemos, surge en pleno régimen militar, específicamente en el año 1974 en que se realiza su primer encuentro. En ese momento, el tema que preocupaba a los empresarios era lograr introducir en Chile el libre mercado y promover la mirada financiera en la economía acorde a sus intereses. Tras un receso a fines de los setenta, se retoma después de la crisis de los ochenta, momento desde el cual se realiza ininterrumpidamente.
Por lo tanto, se trata de un encuentro donde lo que se “busca” es comprender qué es lo que está sucediendo en Chile, no sólo en materia económica, sino que de percepciones, miradas y planteamientos de diferentes grupos, con el fin de incorporarlos en la mirada empresarial. Es decir, algo que de alguna forma permita a los empresarios formarse un horizonte un poco más amplio sobre lo que pasa en el país y buscar acuerdos que los beneficien como grupo. A fines de los ochenta, se preguntaban hacia dónde iba Chile. Luego vinieron la transición y la crisis asiática, entre otros tópicos.
Resulta comprensible que, en 2010, se abordara el Bicentenario y los desafíos que enfrentaba el país luego del terremoto (el lema de ese año fue “Viva Chile, mierda”).
La presencia femenina ha brillado por su ausencia y las alguna vez invitadas caben en los dedos de una mano. Michelle Bachelet ha repetido el plato varias veces, primero como candidata y luego como Presidenta. Posteriormente, mujeres como la Ministra Schmidt, la empresaria Verónica Edwards y la historiadora Sol Serrano han sido de las pocas en ser consideradas por tan atávico grupo.
Resulta interesante recoger las reacciones registradas en las redes sociales a propósito de la denuncia frente a esta ausencia. Son reveladoras del clima cultural y de las representaciones de género vigentes. De su lectura, es posible desprender una línea continua con dos extremos: uno, donde se ubican el saludo a la bandera o “téngase presente”, reflejado en la exclamación de “impresentable” en tweet de la Ministra Schmidt y los que naturalizan la ausencia, por la vía de la resignación, señalando que “no es posible esperar otra cosa de la Enade”. Ambos planteamientos no contribuyen a modificar el estado de cosas existente. En el otro, voces que señalan que las mujeres debieran realizar una Enade “paralela”, que fue formulado por la suscrita. Entre medio, hay variantes. Algunos señalan que tan importante instancia que congrega a lo más conspicuo del empresariado nacional no solamente excluye a las mujeres sino también “a los movimientos sociales”. Hay que tener paciencia y respirar profundo frente a estas reacciones que tienden a empatar a las mujeres como colectivo con cualquier otro grupo, desconociendo que el sexo es la división estructural más importante y presente en todas las sociedades.
Otros, aducen que es mejor que las mujeres no se desvivan por estar en un espacio donde cuenta el “tanto tienes, tanto vales”. Este tweet me recordó las expresiones de un ex Ministro del gobierno de Ricardo Lagos, cuyo nombre mantendré en el anonimato, que denunció la “masculinocracia” que enfrentaba la Presidenta Bachelet. Tan aparentemente evolucionada autoridad fue invitada a un foro con mujeres de la izquierda democrática de diversos países de la región, organizado con motivo del aniversario de los cuarenta años de presencia de la Fundación Ebert en Chile. Allí, señaló que no terminaba de comprender el afán de las mujeres por el poder y sobre, todo, por el poder estatal, cuando las decisiones verdaderamente importantes no pasaban por ese lado. Solamente cuando los hombres no se desvivan por adquirir ese tipo de poder, sus palabras resultarán convincentes.
La Segunda ha calificado al grupo de mujeres que ha puesto el grito en el cielo como “indignadas”. Tratemos de creer que se trata de un intento de asimilación a la corriente de malestar que recorre el mundo, y en las que las mujeres acumulan suficientes motivos para no estar ausentes, que un comportamiento manipulativo para intentar confundir a sus lectores. Por otro lado, asistimos a una novedad: la mayor visibilidad bajo este gobierno de mujeres contagiadas por lo que Amelia Valcárcel denominaba “Síndrome de Victoria Kent”, por la situación que se produjo en el debate del voto en las Constituyentes de la Segunda República española con sólo dos mujeres en la cámara. Allí, Kent se oponía a los derechos políticos (más bien al sufragio universal) que defendía Clara Campoamor. En la versión actual, denuncian sentirse menoscabadas frente a la exigencia de participación y de presencia que las “indignadas” han promovido, pero lo cierto es que confunden demanda de inclusión con cuoteo. En estas mujeres, la defensa a ultranza del mérito tiende a confundirse con la ideología de las mujeres satisfechas.