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La violencia en la Araucanía

Esteban Valenzuela y José Mariman
Por : Esteban Valenzuela y José Mariman Esteban Valenzuela, VT, Doctor en Historia U. Valencia, Director de Ciencia Política y RR. II. U. Alberto Hurtado. José A. Marimán, Doctor en Ciencia Política de la U. Santiago de Compostela, autor de Autodeterminación LOM.
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La política de atacar las consecuencias de los desastrosos planes de desarrollo forestal, con criminalización y represión en vez de las causas que han generado los odios, miedos, uso de la fuerza por ambos lados; no han hecho sino validar una hipótesis archiconocida en las ciencias sociales. A saber, que mientras más violencia se practique contra un grupo humano, que se plantea étnicamente diferente y es reconocido por el “otro” como tal, más se cohesiona y más se agudiza el conflicto.


“…Echamos de menos una postura clara y definida de todos los líderes y representantes políticos y sociales de cara a una región que se encuentra sometida por el miedo, fruto de acciones vandálicas”. Declaración de la Sociedad Nacional de Agricultura (Terra 20/JUN/2012)

El extracto de la declaración de la SNA con que abrimos este artículo, tiene por substrato, una acción de violencia llevada a cabo en la comuna de Ercilla, IX Región, días antes, por autor(es) desconocido(s), pero presumiblemente asociados a organizaciones mapuches radicales. La quema de una casa patronal de un directivo de la SNA, otra propiedad en Chuihaihue y una escuela rural en Cherquenco; más la declaración citada que habla de una región sometida al miedo producto de vándalos, ofrece un diagnóstico de cómo algunos empresarios chilenos del agro en la IX región perciben el clima de las relaciones interétnicas en dicho espacio.

Pero no sólo son los chilenos de la SNA quienes denuncian un estado de miedo. Poco más de un mes antes una comunidad mapuche —Wente Winkul Mapu— fue allanada por fuerzas de carabineros, que a su paso dejaron numerosos niños, ancianos, y mujeres heridos por balines y perdigones (sin contar presos), en lo que ha sido calificado como uso excesivo de la fuerza por un fallo reciente de la Corte Suprema (21/JUL/2012).

[cita]La política de atacar las consecuencias de los desastrosos planes de desarrollo forestal, con criminalización y represión en vez de las causas que han generado los odios, miedos, uso de la fuerza por ambos lados; no han hecho sino validar una hipótesis archiconocida en las ciencias sociales. A saber, que mientras más violencia se practique contra un grupo humano, que se plantea étnicamente diferente y es reconocido por el “otro” como tal, más se cohesiona y más se agudiza el conflicto.[/cita]

El gobierno ha respondido a los últimos incidentes llamando a reuniones de seguridad, prometiendo más fiscales, aumentos en las dotaciones policiales y con peticiones a la justicia de actuar con mayor rigor. Es decir, todo parece indicar que la violencia en una región pluriétnica y multicultural, es la carta preferida a jugar por todos los actores políticos mencionados (los vándalos, los latifundistas, las policías y el gobierno), así no sea verbal o de hechos consumados (sabotajes/demonizaciones verbales/represión).

¿Es la violencia la respuesta a los problemas que se presentan en una zona pluriétnica y multicultural?

No nos parece. Si bien un barrido rápido a conflictos étnicos alrededor del mundo podría hacernos sentir que este es un mal ineludiblemente asociado a relaciones entre grupos étnicos (acordémonos de serbios/croatas, hutus/tutsis o de soldados mexicanos masacrando villas mayas); también hay ejemplos de relaciones entre grupos humanos diversos que no rayan en la violencia (reindeer turgus/cosacos rusos en la Manchuria noroeste, descendientes de franceses, italianos, y alemanes en Suiza, o quechuas y aymaras). El nacionalismo racial existe en la lengua y el territorio como dice Billig, y no es sólo un invento de la modernidad como sugiere Anderson (como el historiador Sergio Villalobos, que califica lo mapuche como una “comunidad artificiosa”). El camino es abrirse a la interculturalidad como camino ético y político inexcusable.

¿Qué explica que en algunas partes haya más violencia y en otras menos en las relaciones interculturales?

Sin duda las explicaciones pueden ser variadas, pero dentro de ellas las desigualdades sociales, económicas y los prejuicios raciales juegan un rol principal; porque permite asumirse a los individuos o sus grupos familiares, como parte de un grupo mayor abusado, o con quien comparte la misma suerte de ser abusado por otro(s) grupo(s). Y cuando estas cohesiones ocurren, las relaciones con un “otro” en sus éxitos o fracasos escapan al plano de la unidad personal o familiar, asumiéndose las consecuencias por el grupo en su conjunto. Entonces, las condiciones para respuestas comunitarias están dadas y los conflictos se agudizan.

Por ejemplo, Ana María Oyarce en un estudio CEPAL reciente (2012), nos habla de los problemas con el agua en la comuna de Ercilla, donde las plantaciones de pino han secado las napas subterráneas en propiedades mapuches (no de un mapuche, sino de muchos), que hoy dependen de camiones aljibes municipales, para surtir de un promedio de agua por habitante mapuche en las comunidades de la zona, que llega apenas a 4 litros (+/-), que está muy por debajo de los estándares reconocidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS): 7,5 litros diarios p/p.

Ni modo que esa gente que tiene que beber, asearse, cocinar, y regar sus chacras o apagar la sed de sus animales con esos 4 litros, pueda estar feliz con sus vecinos latifundistas o empresarios de la madera, a quienes responsabilizan de su situación precaria, y a quienes no ven sufriendo el mismo efecto (y estamos dejando atrás menciones a la historia y la expoliación del territorio de los mapuches y la posterior usurpación de tierras dadas en merced a los mapuches). Obviamente, esto muestra que ni el Estado ni los empresarios del agro chilenos, practicaron una política previsora de buena vecindad hacia ese grupo humano, que considerara a éstos y sus intereses, en sus planes en la zona. En el caso específico de Malleco, el conflicto por tierras e identidad es antiguo, con despojos ilustrados recientemente por Martín Correa.

La política de atacar las consecuencias de los desastrosos planes de desarrollo forestal, con criminalización y represión en vez de las causas que han generado los odios, miedos, uso de la fuerza por ambos lados; no han hecho sino validar una hipótesis archiconocida en las ciencias sociales. A saber, que mientras más violencia se practique contra un grupo humano, que se plantea étnicamente diferente y es reconocido por el “otro” como tal, más se cohesiona y más se agudiza el conflicto. Y, esos hechos de violencia y abuso-victimización son transmitidos a través de generaciones, ayudando a crear fronteras muchas veces infranqueables con malas disposiciones entre vecinos para el futuro.

¿No habrá llegado el momento de la política para el llamado «conflicto mapuche»? ¿No habrá llegado el momento de negociar la paz con amnistía para los comuneros presos?

Creemos que hay que atreverse a reinventar Chile y su democracia. Y eso implica considerar el ofrecimiento de mayores niveles de autonomía a la IX Región y empoderamiento de la población mapuche. El malestar de los mapuches es social, económico, político y espiritual. Hay que atreverse a negociar y conversar sin miedo con ellos. Negociaciones de alto nivel, voluntad de explorar cambios políticos sustantivos que pueden abrir el camino a una región con protagonismo y poder mapuche, que haga justicia a un pueblo y enriquezca a Chile.

El filósofo católico canadiense de Quebec, Charles Taylor, en su clásico libro sobre interculturalidad, sugiere su esencia en el respeto al otro sin miedo, aceptando que tenga poder específico, que no sea simplemente sometido a las leyes generales (léase nuestro centralismo, binominalismo y ley de partidos que hacen imposible la existencia de fuerzas étnicos-territoriales con poder en el Congreso):

El desafío es endémico a las democracias liberales porque están comprometidas, en principio, con la igual representación para todos. ¿Una democracia defrauda a sus ciudadanos, excluyendo o discriminando a algunos de ellos, de manera moralmente perturbadora, cuando las grandes instituciones no toman en cuenta nuestra identidad particular? ¿Pueden representarse como iguales los ciudadanos con diversa identidad, si las instituciones públicas no reconocen a ésta en su particularidad?…¿En qué sentido importa públicamente nuestra identidad como hombres y mujeres, como afroamericanos, asiáticoamericanos o aborígenes americanos, como cristianos, judíos o musulmanes?

Si “traducimos” a Taylor al tema mapuche —reconocer al otro y darle poder en su diversidad—, podemos pensar en una Región de la Araucanía ampliada, sumando zonas de Arauco, para pensar una Región donde convivan pacíficamente mapuches y chilenos en toda su diversidad de origen (mestizos, alemanes, españoles, italianos, sirio-libaneses, entre otras), pero donde los mapuches tengan derechos y poder en la dirección de la misma. Lo que ha implementado Dinamarca en Groenlandia, con niveles altos de autonomía, es uno de muchos caminos a explorar y dialogar. Hay otros significativos en Canadá, Nueva Zelanda, en democracias avanzadas consociativas, como Bélgica, países donde se combate la ficticia homogeneidad represiva (la raza chilena) y se legisla sin miedo a los territorios y las etnias.

La Araucanía seguirá “doliendo” sin el camino de la política y la reforma. El Recado a los Chilenos del poeta Elicura Chihuailaf sigue vivo: “véannos”.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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