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Menos pobres: otra acción de propaganda Opinión

Menos pobres: otra acción de propaganda

Carlos Correa B.
Por : Carlos Correa B. Ingeniero civil, analista político y ex Secom.
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La obsesión de Palacio por ganar a como dé lugar un par de puntos en las encuestas, negociar titulares propios de regímenes comunistas con los medios escritos más grandes y hacer presión sobre los departamentos de prensa televisivos en pos de noticias más favorables, le juega nuevamente malas pasadas.


La polémica por los resultados de la encuesta Casen era inevitable. En primer lugar, la demora —todavía no explicada— y la presentación exagerada de resultados más bien modestos en la lucha contra la pobreza, que incluyó un titular de La Segunda más propio del periódico cubano Granma que de un medio independiente en una democracia. Se hizo sentir sobre el vespertino la presión de La Moneda, que no hizo contrapeso alguno buscando juicios independientes sobre las cifras.

El propio tweet del Presidente Piñera mostró la euforia que rondaba en Palacio: “148 mil chilenos, es decir, uno de cada cuatro, logró superar la pobreza extrema durante los dos últimos años”. Salvando los problemas de redacción, se refería a una frase sacada de la minuta que hizo pública el gobierno el día de los resultados.

Evidentemente, la propia celebración atronadora de un empate atrajo la atención de los críticos del gobierno, quienes corrieron a mostrar dudas razonables ante los números que se presentaban. Y las opiniones en blogs, redes sociales y otras conversaciones avalaban dichas preguntas incómodas.

Una buena parte de los twitteros y los voceros de gobierno salieron a defender y quejarse de la dureza de la oposición y de buena parte de la opinión pública. Entre sus principales argumentos planteaban que la vara con la que se mide a Piñera es muy alta, siendo que durante el gobierno de Bachelet los pobres aumentaron y nadie dijo nada. Este sentimiento fue muy bien recogido en un twitter dramático de la consejera personal del Presidente y consultora comunicacional, Fernanda Otero, quien planteó que al parecer a muchos les molestaba que hubiesen bajado los pobres.

[cita]El propio Presidente se planteó como meta que durante su gobierno la pobreza extrema no iba a superar el 1%, guarismo del que, pese los avances, se encuentra muy lejos y no se ve de tan fácil cumplimiento. ¿Por qué si estas dudas razonables recomendaban un manejo comunicacional más cauto de los resultados de la encuesta, el gobierno prefirió autoregalarse arcos de triunfo y condecoraciones de una batalla que no ha ganado?[/cita]

¿Es realmente así? ¿Por qué causa tanta irritación y tanta polémica la discusión sobre la encuesta Casen? ¿Realmente el gobierno está perdiendo la chaveta comunicacional en su carrera por los puntos, como la Reina Roja en Alicia en el País de las Maravillas?

El sociólogo Joel Best en un pequeño manual llamado Uso y Abuso de la Estadísticas, que debiera ocupar un lugar en el estante de todo periodista que comente encuestas o estadísticas entregadas por una autoridad con el objeto de defender un punto, plantea que todas las cifras son productos sociales y es imposible entenderlas sin conocer su proceso de creación. Por tanto, el verdadero juicio que se realice sobre la encuesta Casen será cuando esta se publique en su totalidad, y puedan los especialistas validarla o argumentar que falta contar personas pobres, como hizo en su ocasión el actual Ministro de Hacienda, cuando era economista de oposición.

Pero sí, de los primeros números mostrados y considerando el error estadístico, es aventurado hablar de una disminución de pobres. A este argumento técnico, esgrimido por la ex ministra Paula Quintana, se ha respondido desde La Moneda con andanadas de descalificaciones como las del ministro Lavín, sin entrar al fondo del cuestionamiento técnico. Tampoco fueron respondidas las aseveraciones al respecto de la Fundación Sol, que no solamente criticó al actual gobierno, sino al modelo en su conjunto.

Más aún, existe la pregunta de cómo se explica que con aumento del empleo y un crecimiento mayor que años anteriores, los pobres no hayan disminuido en mayor grado. El paradigma del chorreo, es decir que el puro crecimiento económico resolverá los problemas de la pobreza en Chile, parece ser atacado en lo fundamental. Y por cierto, esto era parte de las críticas que hacía el actual ministro de Hacienda, Felipe Larraín, a la encuesta Casen en tiempos de la Concertación.

Por otro lado, el propio Presidente se planteó como meta que durante su gobierno la pobreza extrema no iba a superar el 1%, guarismo del que, pese los avances, se encuentra muy lejos y no se ve de tan fácil cumplimiento.

¿Por qué si estas dudas razonables recomendaban un manejo comunicacional más cauto de los resultados de la encuesta, el gobierno prefirió auto regalarse arcos de triunfo y condecoraciones de una batalla que no ha ganado?

La primera de las tesis es que todo esto ocurre en medio del trabajo de campo de la encuesta CEP, ya que es archiconocida la adicción a las encuestas del Presidente y cómo mide el éxito de sus gestiones en un puñado de puntos de aprobación. Otra de las teorías que ha circulado es la propia ansiedad personal del Presidente que convierte empates en triunfos y aciertos en epopeyas homéricas, como ocurrió con el rescate de los 33 mineros.

Pero hay tres elementos importantes que el gobierno no tuvo en cuenta en su arremetida comunicacional sobre los resultados de la Casen.

El primero es la profunda desconfianza que tienen los chilenos en el Presidente Piñera. Según la última encuesta Adimark, sólo para un 36% resulta creíble. Si se compara con los inicios del gobierno, en la primera medición de la misma empresa, la cantidad de ciudadanos que creía en el Presidente ascendía a un 63%. La misma medición realizada en diciembre de 2009, arrojaba que un 83% consideraba creíble a la Presidenta Bachelet.

Sabemos por nuestras propias experiencias personales lo duro que es dejar de creer en una persona. El desengaño es una de las experiencias más violentas, y todo lo que diga quien consideramos que nos engañó, nos huele a manipulación y a letra chica.

El sociólogo más polémico de estos tiempos, Alberto Mayol, ha dicho que muchos chilenos sienten asco de sí mismos por haber creído en Piñera. Esto no puede ser pasado por alto en los actos comunicacionales del gobierno. La desconfianza debe ser una variable a considerar siempre.

El segundo elemento importante es el valor que la opinión pública le ha dado al tema de la desigualdad. Una de las consecuencias de las movilizaciones del año 2011 es que quedó en evidencia el riesgo que corría la paz social en Chile. No es sólo un planteamiento de quienes columnistas de este medio han calificado de profetas. En plena marcha, antes que se radicalizara el movimiento y primara la agenda de los halcones, el semanario The Economist lanzó una dura advertencia sobre la necesidad de hacer reformas políticas, tributarias y educacionales y que se venía el riesgo que los chilenos no les importara cuestionar el modelo con tal de lograr más avances en materia de distribución de la riqueza y el poder.

Un tercer elemento es que en la megalomanía propagandística con que se anunció una disminución de la cantidad de pobres, había una crítica implícita al gobierno de Bachelet, que a lo largo de las horas, se fue haciendo más declarada. Esto fue rápidamente leído por la oposición que levantó a las ministras de Mideplan, ambas reputadas académicas, dando argumentos técnicos para retrucar la encuesta.

La Moneda sigue en su pertinaz campaña de desprestigiar por cualquier flanco a la ex Presidenta Bachelet, pese a que ha fracasado una y otra vez, y voceros de su propio sector hacen advertencias que dichos ataques no provocan mella alguna en su popularidad. Desde los primeros días de su gobierno, cuando la vocera Ena Von Baer convirtió su letanía de culpar al gobierno anterior de todo en un fetiche de las redes sociales, hasta la fallida operación para culparla de los errores del 27/F, no se ha logrado el objetivo de dañar a la ex Presidenta.

La obsesión de Palacio por ganar a como dé lugar un par de puntos en las encuestas, negociar titulares propios de regímenes comunistas con los medios escritos más grandes y hacer presión sobre los departamentos de prensa televisivos en pos de noticias más favorables, le juega nuevamente malas pasadas. Quizá deba el Presidente Piñera en su ceremonia del adiós, elegir el camino de  la mesura, los acuerdos con la oposición en su conjunto —incluyendo al movimiento social— y una mirada de largo plazo de las políticas públicas. Es probable que entonces los chilenos valoren cosas positivas de su gobierno como ha sido el crecimiento económico, la baja del desempleo y una larga lista de aciertos sociales y regulatorios, sin la lupa de la desconfianza y el síndrome de la letra chica.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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