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Aborto, Estado e hipocresía Opinión

Aborto, Estado e hipocresía

Yo estuve allí. En las tribunas. Sabía que lo más probable es que se rechazara la idea de legislar la despenalización del aborto (entiendo perfectamente en el país que vivo y, conozco a qué sectores representan “nuestros” representantes). Sin embargo, lo que me sorprendió fue la facilidad con la que se habló de la dignidad del ser humano, del respeto que debe primar entre las personas, de los derechos humanos que el Estado debe promover y respetar; sin que esas frases —hasta la fecha— se hayan traducido en acciones concretas a favor de las personas que sufren en carne propia de embarazos inviables.


Casi se cumple un año de la muerte de mi hijo. Estuvo conmigo 2 años y medio y falleció en julio del año 2011, debido a una falla multiorgánica provocada por su condición basal: una malformación cerebral muy severa, llamada Holoprosencefalia, diagnosticada a las 12 semanas de gestación.

Muchos de ustedes ya conocen mi historia, mas en esta ocasión, siento la necesidad de compartir con ustedes la frustración que tengo de vivir en un país lleno de hipocresía. Un país en el que la distancia entre lo que se dice y lo que se es, es abismal.

Como alguno de ustedes recordará, el 2008 pedí públicamente que se me permitiera interrumpir mi embarazo, luego de enterarme del aludido diagnóstico prenatal. Expuse mi situación, considerando que esta práctica es legítima en la mayor parte de los países del mundo y que su penalización implica someter a las mujeres a verdaderas torturas sicológicas. No obstante, mi demanda no fue escuchada.

El pasado mes de marzo, el Senado debía votar la idea de legislar la despenalización del aborto bajo ciertas y acotadas circunstancias, de conformidad con tres proyectos de ley discutidos previamente en la Comisión de Salud de la Cámara Alta.

Yo estuve allí. En las tribunas. Sabía que lo más probable es que se rechazara la idea de legislar (entiendo perfectamente en el país que vivo y, conozco a qué sectores representan “nuestros” representantes). Sin embargo, lo que me sorprendió fue la facilidad con la que se habló de la dignidad del ser humano, del respeto que debe primar entre las personas, de los derechos humanos que el Estado debe promover y respetar; sin que esas frases —hasta la fecha— se hayan traducido en acciones concretas a favor de las personas que sufren en carne propia de embarazos inviables. .

[cita]No fue mi caso, ni ha sido el de muchas mujeres que han debido transitar por esta trágica situación absolutamente desamparadas. No existe orientación, ni ayuda de ninguna índole de parte del Estado. Y, en tal escenario, las familias más vulnerables, deben literalmente mendigar ayuda. Es el mundo al revés. En vez de exigir un derecho (a la salud e integridad física y sicológica, entre otros), las familias deben pedir por favor a funcionarios públicos y políticos que los ayuden. Así las cosas, no podemos hablar de derechos. Estos, por definición, no se mendigan.[/cita]

A modo ejemplar, me permito recordar que el senador Patricio Walker señaló, al calor del debate parlamentario, que “hay que buscar una solución al problema que se genera cuando existe una inviabilidad fetal y por eso impulsaremos un proyecto que establece que el Estado, desde el momento que una madre sabe que su hijo tiene inviabilidad fetal, se haga cargo del apoyo médico y psicológico hasta que el hijo nace y muere». Recuerdo al senador Walker, pues él siempre me ha evitado y nunca me ha enviado el supuesto proyecto de ley que habría preparado en el sentido descrito.

En efecto, a la fecha, no tengo conocimiento de ningún proyecto de ley y/o política pública que disponga medidas concretas de ayuda médica, siquiátrica y sicológica para las familias que, por decisión o imposición, deben lidiar con las extremas situaciones que plantea un embarazo inviable.

Esa es la hipocresía que me perturba.

Dicho aquello, creo pertinente aclarar (pues muchas veces he debido hacerlo) que este tipo de leyes y/o políticas públicas, no son en absoluto una alternativa a la despenalización del aborto bajo la causal comentada. El asunto no es elegir una u otra, pues ambas medidas son totalmente compatibles y complementarias. En efecto, si el Estado realmente se preocupara de los derechos fundamentales de una manera integral, debiera poner a disposición toda la ayuda necesaria a las familias que deben enfrentar un embarazo inviable (padre y cercanos incluidos; no sólo a la madre y el bebé, mientras logré sobrevivir) para así —y sólo así— generar un real escenario de libertad en torno a la complejísima decisión de la mujer, de interrumpir o no un embarazo.

No fue mi caso, ni ha sido el de muchas mujeres que han debido transitar por esta trágica situación absolutamente desamparadas. No existe orientación, ni ayuda de ninguna índole de parte del Estado. Y, en tal escenario, las familias más vulnerables, deben literalmente mendigar ayuda. Es el mundo al revés. En vez de exigir un derecho (a la salud e integridad física y sicológica, entre otros), las familias deben pedir por favor a funcionarios públicos y políticos que los ayuden. Así las cosas, no podemos hablar de derechos. Estos, por definición, no se mendigan.

Escribo con algo de rabia e impotencia, pues muchas veces me han acusado de inducir a las mujeres a abortar —una de las tantas falacias que rondan este debate— cuando en realidad lo que se persigue con la despenalización del aborto por la causal que defiendo, es evitar que sea el Estado el que adopte una decisión íntima y personal, que sólo le corresponde a cada mujer.

Personalmente he defendido la idea de despenalizar el aborto cuando exista un diagnóstico prenatal de una gestación incompatible con la vida, lo que significa que debe ser cada mujer —y no el Estado— la que luego de ponderar la situación en base a sus convicciones y creencias, debe tener la posibilidad de decidir si desea continuar o interrumpir su embarazo. Por tanto, lo que he propiciado siempre es la valoración de la libertad de decidir en estos casos, lo que implica que no existe una sola alternativa correcta. En efecto, ambas decisiones son reveladoras de una gran valentía.

Como he visto, en la mayoría de los muchos casos que conozco (creo que en todos, incluyéndome), no queda más refugio que acudir a Dios (o a nuestras creencias) para intentar explicar de alguna forma los motivos que puedan justificar el nacimiento de un bebé con malformaciones tan inmensamente graves y dolorosas. En clave religiosa, puede interpretarse de muchas formas: como un castigo de Dios, como una prueba de Dios e incluso como una bendición de Dios. Sin embargo, el común denominador en todos estos casos, es que las madres y familias mayoritariamente buscan asilo y/o refugio en sus creencias religiosas. Es algo así como la última puerta que queda por tocar.

En este sentido, creo totalmente legítimo que otras personas me intenten convencer que «todo pasa por algo», «que fui una elegida de Dios» o «que debo confiar en sus designios por lo que no puedo —aunque considere que es lo correcto— ir en contra de su voluntad». No obstante, otra cosa muy distinta es imponer a la fuerza tal o cual creencia religiosa.

Y es que las creencias no pueden imponerse. Libremente, cada uno de nosotros, debe elegir en qué creer o no creer y de qué forma. De hecho, podemos creer en Dios de muchas formas o simplemente no adscribir a ninguna religión, mas cualquiera sea nuestra decisión, debemos entender que toda alternativa es igualmente respetable. Nadie es más bueno o malo por el simple hecho de creer o no creer en algo o alguien.

Luego, si nos enfocamos sólo en la vida que se está gestando (dejando a un lado el asunto de las creencias), creo que no existen razones públicas que permitan defender la idea de que la prohibición del aborto favorece el mejor interés del nonato, pues éste, en caso de sobrevivir al parto, eventualmente puede experimentar sufrimientos que resultan vanos para sí mismos —yo lo viví en carne propia y, con sinceridad puedo decir que duele el alma ver sufrir a un hijo sin poder hacer nada por remediar la situación— lo que se suma a la imposibilidad de generar sus propios intereses y/o darle un sentido a su propia vida. En suma, estos bebés no pueden —aunque lo anhelemos con todo nuestro corazón— tener una vida propia, un proyecto de vida autónomo; salvo, que tengamos —nuevamente— fe o esperanza en los milagros, o en que “todo pasa por algo” o en que “seré recompensada” (algo que, como ya he dicho, es totalmente legítimo).

En función de esto, es que creo que debe existir la opción, pues al final del día, una decisión tan compleja como la de continuar o interrumpir un embarazo inviable, está directamente ligada a nuestras creencias; algo muy íntimo, en el que el Estado no puede involucrarse.

Para algunos esta posición es muy difícil entender. A esas personas simplemente las invito a comprender que, en mi opinión —profundamente reflexionada— hay una diferencia importantísima entre vida biológica (respirar, tener signos vitales) y vida propiamente tal (tener intereses, gustos, deseos, esperanzas, amores, miedos, alegrías, la simple posibilidad de comer o; en palabras simples “vivir la vida”).

Una muestra de que valoro la decisión de las familias, es que en Chile, fundé una agrupación de ayuda para niños con HPE y sus familias, con la cual pretendo ayudar en lo que esté a mi alcance, a las familias que viven la indiferencia de un Estado abandonador.*

Amé, amo y amaré toda mi vida a mi hermoso hijo y lo extraño en todo segundo. El que lea estas líneas con el corazón, entenderá perfectamente cada una de mis palabras.

Y por eso, para que el paso de mi hijo por este mundo no sea en vano, es que seguiré luchando por la libertad de decidir de nuestras mujeres en estas trágicas situaciones y, a la vez, por todas esas familias que, por decisión (o imposición, mientras se mantenga la actual legislación) optaron libremente hacer frente a tan dura experiencia.

Mientras, seguimos viviendo en un país que no se preocupa ni de lo uno ni de lo otro.

Hipocresía pura.

 

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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