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¿Se derrumba el modelo?: el debate Mayol versus Navia Opinión

¿Se derrumba el modelo?: el debate Mayol versus Navia

Eugenio Rivera Urrutia
Por : Eugenio Rivera Urrutia Director ejecutivo de la Fundación La Casa Común.
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Ni unos ni otros tienen la respuesta a la pregunta de si estamos en la víspera del fin del modelo, no entendido como el fin de la democracia o del capitalismo, sino de este sistema de democracia limitada que se niega a incorporar dispositivos de democracia participativa y de la actual modalidad de economía de mercado sin una intervención orientadora del Estado donde el capitalismo financiero se impone al esfuerzo productivo y donde los trabajadores y los consumidores sufren una situación de grave asimetría respecto del mundo empresarial.


La columna de Patricio Navia comentando recientes publicaciones de Alberto Mayol ha generado polémica. El debate adquiere a ratos tonos descalificadores que amenazan con oscurecer el hecho que toca temas relevantes. Sirve también para apreciar la naturaleza de la discusión sobre el país.

El análisis de Mayol, se estructura a partir de una afirmación fundamental: la crítica al lucro del movimiento estudiantil permite a la ciudadanía verbalizar un rechazo a abusos reiterados y generalizados en varios ámbitos. Se constituye en un síntoma sorprendente: el mercado, escenario que por largas décadas fue espacio de analgesia y despolitización, se transforma en un escenario de conflicto, en zona de politización que pone en cuestión la desigualdad que hasta ese momento la cultura de mercado la hacía tolerable ética y políticamente. Bajo el concepto de modelo, el autor alude a los principios que rigen la relación entre la dimensión económica de una sociedad y el resto de las dimensiones (política, normativa, cultural y estructura social).

En tal sentido, el modelo chileno se ha concentrado en la creación y profundización de mercados. El del trabajo lo estructura de modo tal que sólo un 11% de los asalariados se encuentran en sindicatos; con una creciente participación de trabajadores independientes, microempresarios y subcontratistas. El comercio exterior se estructura a partir de la adaptación a la demanda renunciando a toda planificación de la oferta. Clave en este modelo es la apuesta generalizada por estructurar como mercados las actividades económicas asociadas a ellos pero también otros ámbitos como la salud, la educación, la previsión que en muchos otros países no son tales. El rol del Estado es el subsidiario, pero no por ello deja de promover negocios para los privados incluso subsidiando de variadas maneras a los grandes empresarios.

[cita]La crítica de Navia es virulenta. Según él es un libro de trinchera en lugar de un análisis fundado de las protestas estudiantiles. Son muchas páginas, desordenadas y repetitivas, tras el afán de publicar en el momento adecuado. Se trata de una crítica que nombra a Mayol, pero que apunta al movimiento social con el cual el libro de Mayol se articula.[/cita]

Chile es en ese sentido una sociedad de mercado con una cultura política basada en la despolitización. El consumo produce un mercado que se constituye en el intermediario de todas las relaciones sociales. “No hay polis, no hay sociedad, puesto que toda intermediación toda coordinación está hecha para llegar al mercado”. Es este modelo el que comienza a derrumbarse: la promesa de integración es sólo una promesa de exclusión cuya erótica está en la posibilidad de quedar del lado de los beneficiados. El trasfondo del modelo reside en la injusticia. Es la palabra no dicha respecto al malestar: hay cifras del Latinobarómetro que lo evidencian; hay una visión negativa respecto de las autoridades, caen las expectativas positivas respecto del futuro. Y las leyes neutras y objetivas comienzan a ser vistas como funcionales a los grandes poderes. Más que la pobreza (“en la que falta comida”) el autor pone énfasis en la desigualdad (“donde falta la sociedad”) que se despliega en Chile de formas muy diversas: en el acceso y las tasas pagadas en el mercado financiero; en la distribución del ingreso que sólo se percibe en toda su magnitud cuando se toman en cuenta los percentiles de ingreso. En este contexto, las instituciones caen en descrédito.

Dos son las grandes contribuciones de Mayol. La primera es estructurar en un discurso coherente los antecedentes de la crisis del modelo con la subjetividad ciudadana que hasta el movimiento estudiantil vivía los malestares de la desigualdad como un problema individual. Esto lo hace con un discurso accesible, no sistemático, pero que como un mosaico reúne las percepciones que la ciudadanía sufre en el día a día. La segunda, es la comprensión del malestar como un mecanismo de integración social en tanto que los individuos que habitan el malestar siguen operando en la lógica de las grandes esperanzas, que construye el modelo especializado en generar expectativas. No obstante, al acumularse el malestar abre la posibilidad de la rebelión.

La crítica de Navia es virulenta. Según él es un libro de trinchera en lugar de un análisis fundado de las protestas estudiantiles. Son muchas páginas, desordenadas y repetitivas, tras el afán de publicar en el momento adecuado. Se trata de una crítica que nombra a Mayol pero que apunta al movimiento social con el cual el libro de Mayol se articula. En el mismo sentido, habían argumentado Marcel Oppliger, actual editor de La Segunda y Eugenio Guzmán de la Universidad del Desarrollo en su libro “El malestar en Chile: teoría o diagnóstico”, en el que señalaban que “para sustentar la tesis de que la sociedad chilena está profundamente insatisfecha consigo misma se encuentran más aseveraciones que argumentos, más teoría que evidencia. Y no podía ser de otro modo, ya que en esta materia abundan opiniones, no así pruebas concretas”.

La recepción calurosa a Mayol en la ENADE representó la necesidad del mundo empresarial de entender lo que los análisis de sus economistas y sus encuestas no permitían entender. Reflejaba también una actitud política, la del intento gubernamental de instaurar un diálogo aparente con los estudiantes en rebelión para transformar sus demandas en reformas del actual modelo de educación limando así su carácter anti sistémico. Esta actitud fue fuertemente criticada por diversos sectores de la derecha. Oppliger y Guzmán incluso responsabilizaron al gobierno de “inflar” la tesis del malestar. Más aún, sostienen el mal trato gubernamental del conflicto estudiantil: los vaivenes, traspiés e indecisiones sirvieron de munición a quienes “quisieron verlos no como las acciones del ejecutivo de turno, sino como evidencia de la incapacidad del sistema político ‘tradicional’ para responder a demandas legítimas en forma genuinamente democrática”.

Se puede coincidir con Navia en que el libro de Mayol es de trinchera no así con su afirmación implícita de que la suya o la de Oppliger y Guzmán no lo son. Es sintomático, por ejemplo, que los libros de Mayol y Oppliger-Guzmán utilizan de manera igualmente profusa las encuestas de opinión. En materia de datos duros los primeros enfatizan los de crecimiento económico, de pobreza y de aumento de la cobertura educacional, mientras que Mayol insiste en los de distribución del ingreso, desigualdad y mala calidad de la educación. Es debatible a cuáles se les debe dar más crédito, pero no caben las descalificaciones. Mientras Mayol acumula evidencias a favor del derrumbe del modelo, Navia, Oppliger y Guzmán argumentan con equivalente elocuencia y datos sobre las posibilidades de reformar y con ello consolidar el actual modelo.

Naturalmente, ni unos ni otros tienen la respuesta a la pregunta de si estamos en la víspera del fin del modelo, no entendido como el fin de la democracia o del capitalismo, sino de este sistema de democracia limitada que se niega a incorporar dispositivos de democracia participativa, y de la actual modalidad de economía de mercado sin una intervención orientadora del Estado, donde el capitalismo financiero se impone al esfuerzo productivo y donde los trabajadores y los consumidores sufren una situación de grave asimetría respecto del mundo empresarial. Mayol supone que el movimiento estudiantil se articulará con otros movimientos sociales para impulsar la construcción de una alternativa a lo existente. No queda claro si considera necesaria y posible la articulación del movimiento social con el mundo político. Probablemente, el escenario político aparece tan devastado que no se aprecian interlocutores válidos. O quizás el autor no considera actual esa pregunta. Eso resulta complicado, pues al no existir alternativa política se genera un amplio espacio para la salida de las pequeñas reformas que al llenar el escenario político, pueden evitar un cambio como el que parece que un buen número de ciudadanas y ciudadanos está buscando.

Oppliger y Guzmán confían en la capacidad generativa del modelo. De ahí que llaman a la oposición a ejercer su rol, aunque muestran poca confianza en la antigua Concertación profundamente dividida y sin mayor capacidad de acción, aún cuando insisten en su responsabilidad en la construcción de lo existente. No mucha más confianza tienen en que el actual gobierno pueda cumplir su cometido, aún cuando despliegan proposiciones para mejorar su gestión. Pareciera que esta relativa desesperanza constituye un argumento no considerado por ellos al evaluar la fuerza de la crítica sistémica. En todo caso, la salida de la crisis (cuyo análisis es necesario profundizar) pareciera depender de lo que ocurre en “lo político” cuyo curso no es posible de adivinar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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