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Cristianismo: ¿El fin de una ideología? Opinión

Cristianismo: ¿El fin de una ideología?

Gonzalo Bustamante
Por : Gonzalo Bustamante Profesor Escuela de Gobierno Universidad Adolfo Ibáñez
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Con el desaparecer del cristianismo surge la pregunta si sus hijos (eso son) tales como liberales, socialistas libertarios, así como la ideología democrática y sus instituciones; serán capaces o no de sostener una de sus herencias: la igualdad como principio normativo básico.


Si de modo genérico, más allá de las múltiples distinciones que se pueden realizar, se entiende por ideología una cosmovisión a la cual se adhiere no solo de modo racional sino que además por valores, emociones, simpatías, elementos culturales, etc. para luego desde ahí interpretar la realidad, el cristianismo es una más. Así como lo son otras “fe y creencias”: liberalismo, socialismo, comunismo o fascismo. Unas han sido más exitosas que otras en lograr establecer una hegemonía.

El cristianismo es de esos casos de persistencia de una ideología que permite hablar de ella como el punto de partida de las bases de una civilización. Aunque se nos olvida, también lo fue el paganismo griego y su extensión en la versión romana. Lo mismo se puede decir en el Oriente del hinduismo, islamismo y el confucionismo.

Maquiavelo nos recuerda que solo las religiones poseen ese nivel de profundidad y durabilidad como sistemas de ordenamiento social.

La secularización de las sociedades avanzadas, los escándalos de pedofilia; no solo por miles sino que además transversales (sacerdotes tradicionalistas, progres, de todo nivel social y rango) que afectan  a la iglesia católica, la desaparición de una ética protestante, la captura por estados-nación de algunas iglesias ortodoxas, así como la perdida de relevancia intelectual y de impactar con sus ideas tanto del catolicismo como del protestantismo; pareciera mostrar un ciclo terminal de la ideología cristiana.

¿Qué la ha caracterizado? Por su complejidad habría que distinguir entre sus doctrinas y las instituciones que ejercieron (y continúan haciéndolo) el poder organizacional de ellas. Su fragmentación así como los variados factores que se encuentran presente en cada uno de estos aspectos, hacen imposible abordarlos todos. Parece oportuno detenerse en aquel que ha sido calificado como la esencia de la Modernidad: la igualdad.

El cristianismo fue lo más parecido al “comunismo de la antigüedad”. Actuó con pasión revolucionaria. Fue una ideología que introdujo el igualitarismo. Todos eran hijos de Dios y llamados a la salvación. Nietzsche hará notar como ese elemento será el que terminará socavando al antiguo paganismo que era un promotor de un mundo jerárquico y desigual. El propio Marx destacará la capacidad emancipadora que existía en un discurso cristiano centrado en los más débiles de la sociedad.

[cita]La pregunta actual es quién construirá los nuevos templos sobre las cenizas del cristianismo. Existe cierto “infantilismo liberal” (haciendo una analogía leninista) que considera evidente que serán sus estructuras normativas y el ordenamiento que las sustentan. Es una suerte de escatología optimista de la libertad y la “buena onda”. La historia muestra que el optimismo no es siempre buen consejero a la hora de analizar fenómenos político-sociales.[/cita]

Inclusive si se considera al capitalismo como un factor de destrucción de los lazos tradicionales y su suplantación por nuevas formas, no son pocos los que han visto en su surgimiento una base moral protestante (pensemos en el caso más citado, Weber). De igual forma el valor de la individualidad, fundamento de la asignación igualitaria de derechos, parte desde la idea de “persona” de Boecio que influirá en la cristiandad medieval hasta lo que el historiador Skinner califica como una “ideología de la innovación” en referencia al calvinismo de los hugonotes para ir evolucionando hasta el individualismo que conocemos hoy. Estos últimos (los hugonotes) serán de los grandes impulsores de una teoría de la tolerancia y la resistencia civil contra la autoridad; claves en un sistema democrático. Respecto de este (democracia) el ya mencionado Skinner dirá que sus bases constitucionales son deudoras de los movimientos conciliares al interior del catolicismo.

¿Acaso no es el pensamiento de un autor ilustrado como Kant nada más que argumentación racional sobre supuestos cristianos vaciados de sus componentes teológicos?

Por su parte, los cuáqueros fueron de los primeros grupos que rechazarán la esclavitud por razones morales.

Desde un punto de vista histórico, un cristianismo de corte social se encuentra en la base originaria no solo de la izquierda latinoamericana también de movimientos como la socialdemocracia escandinava (especialmente sus sindicatos) el pacifismo alemán, el progresismo canadiense, británico, holandés, entre muchos, poseen su huella.

Por eso, con el desaparecer del cristianismo surge la pregunta si sus hijos (eso son) tales como liberales, socialistas libertarios, así como la ideología democrática y sus instituciones; serán capaces o no de sostener una de sus herencias: la igualdad como principio normativo básico.

Von Wright, una de las mentes más lúcidas de la segunda mitad del siglo XX verá al menos tres peligros: primero, la racionalidad científico-técnica como único criterio validador, lo que significaría la muerte de un humanismo mínimo que requerirían las sociedades; segundo el surgimiento de nuevas amenazas irracionales tales como creencias ocultistas, neopaganismo y todo tipo de esoterismos. Finalmente el predominio como sistema de un economicismo-tecnocrático. Pensaba el filósofo finlandés que de él se podría seguir que los grupos económicos terminasen teniendo una influencia mayor que la ciudadanía o que se produjesen situaciones tales como diferenciación de derechos laborales respecto de inmigrantes para así tener mano de obra barata. Ambas cosas significarían un deterioro del sistema democrático y de logros sociales.

El nuevo “fervor cristiano” de movimientos como los evangélicos que se expresa tanto por televisión, radio como a viva voz por las calles no sería un signo opuesto  a la decadencia del cristianismo, más bien una constatación. Correspondería a la segunda categoría descrita por von Wright. ¿Qué tienen en común la dogmática de un Melanchthon o la teología de un Bultmann con un TV-predicador? Nada. Son una suerte de “new age cristiano”; es una forma de “emotivismo bíblico”.

Los romanos construían sus templos sobre los de los griegos, era un signo de quien era el nuevo dominador. Los cristianos hicieron lo propio con los paganos (tanto en Europa como América).

La pregunta actual es quién construirá los nuevos templos sobre las cenizas del cristianismo.

Existe cierto “infantilismo liberal” (haciendo una analogía leninista) que considera evidente que serán sus estructuras normativas y el ordenamiento que las sustentan. Es una suerte de escatología optimista de la libertad y la “buena onda”.

La historia muestra que el optimismo no es siempre buen consejero  a la hora de analizar fenómenos político-sociales.

Por eso otros, desde el realismo político, hay quienes no olvidan que los cambios de ejes de fuerzas políticas a nivel global no necesariamente aseguran la mantención de las instituciones “ilustradas” que reemplazaron a la religión que las vio nacer; sumado a la militancia de nuevas formas religiosas como las ya descritas.

Esto permite augurar que la religión como factor político principal sobrevivirá a la extinción del cristianismo tradicional.

La pregunta también es válida para nuestro país el cual no posee la profundidad de arraigo de una cultura democrática que si tienen otras naciones, sumado a la existencia de signos de presencia, no menor, de al menos los dos puntos finales que preocupaban a von Wright.

Ambos son un buen motivo para exclamar: ¡Vade retro satanás!

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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