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Aquí hay que apretar las clavijas

Los horrores del sur derivan exclusivamente de que no se aplican las leyes. ¿Cómo puede haber habido centenares de atentados y sólo dos presos? ¿Cómo puede ser que la agricultura sea allá una actividad con riesgo de incendio y muerte permanente, siendo que en el resto del país sólo sufre por el robo? Porque los jueces no aplican las leyes.


Lo que sigue no se lo van a oír ustedes a ninguno de la decena o más de candidatos presidenciales (esta advertencia es completamente innecesaria). Pero es lo que necesita el país.

La gente que habita en él ha sido maleada por más de veinte años, y algunos, como los mapuches, han sido más maleados que los otros. «Como decíamos ayer», se ha creado por doquier incentivos para delinquir. El chileno está robando como nunca. Camine usted por una calle del centro y verá que se han robado casi todas las rejas de fierro que había al pie de los árboles para protegerlos. Ahora sólo hay hoyos de tierra. Enfile por la Autopista del Sol y cerciórese de los kilómetros de reja de cierre de la misma que la gente se ha robado y nadie va a reponer, porque se la robarían de nuevo. El arquero de nuestra selección sub veinte casi se queda sin jugar porque fue sorprendido en un país extranjero sustrayendo un reloj de una tienda, pero, por supuesto, las autoridades del fútbol se preocuparon de que fuera perdonado, en lugar de preocuparse de que fuera castigado.

El mayor problema de los agricultores es el robo. El mayor problema de los industriales es el robo. El mayor problema de los comerciantes es el robo. El mayor problema de los peatones es el robo. El mayor problema de los automovilistas es el robo. Como los ladrones son tantos, el país les ha quedado chico y deben salir al extranjero, sobre todo a naciones donde la gente es honrada y, por tanto, es más confiada. Ayer leí en «El Mercurio», p. C 10, que la policía de Milán capturó a diez chilenos por haber robado una joyería ¡usando hachas! Los ladrones nacionales detenidos en España forman legión. Por eso los norteamericanos, que han aprendido algunas cosas, se demoran en liberalizar el otorgamiento de visas a los chilenos y con mayor razón en suprimirlas.

Ayer una señora me refirió que en un balneario había un extranjero, aparentemente escandinavo, vendiendo joyas de fantasía en una feria, y como no tenía la que ella buscaba, la dejó sola en el puesto y se fue a preguntar a otro comerciante por si la encontraba. La señora no lo podía creer y cuando volvió el escandinavo le preguntó si estaba loco y si sabía en qué país estaba, que se marchaba de su negocio dejándolo a merced de una extraña. Es que en las naciones civilizadas se puede confiar en la gente, pero acá no. Usted da vuelta la cabeza y lo patraquean. Muchos hablan de «chorearse» algo como una gracia. Los profesores de izquierda, que son la gran mayoría, no enseñan el respeto a la propiedad porque siguen a Proudhon, quien enseñaba que «la propiedad es un robo».

Entonces acá los imberbes salen a las calles, destrozan, incendian, golpean a los policías y, por supuesto, saquean y roban cuanto pueden, porque nadie les hace nada. ¿Ha sabido usted de algún condenado tras una «protesta»? Otros ponen bombas, muchas bombas, un fiscal los pilla y los jueces de izquierda, burlando la ya debilitada legislación dictada al gusto de la izquierda, los deja libres, salvo a uno que le estalló la bomba entre las manos, al que tuvieron que dejarlo en prisión domiciliaria. ¡Ojalá los uniformados (r), ilegalmente presos por haber combatido al terrorismo hace casi cuarenta años, pudieran estar en prisión domiciliaria! Ahora último aquellos a los cuales se presume que algo pueden haber tenido que ver con la muerte de un cantante revolucionario, que el 16 de septiembre de 1973 estaba en la Universidad Técnica del Estado, desde donde habían disparado matando a un carabinero, mismo cantante que había compuesto coplas sugiriendo la muerte de Pérez Zujovic (le hicieron caso), han ido presos por presunciones, sin pruebas y contra toda ley. Sus similares activos miran para otro lado. Casi ningún civil dice nada. Para ellos no vale ninguna exigencia de debido proceso, pruebas concretas, prescripción o amnistía. Las leyes no rigen para ellos. Es que cuando las leyes no rigen, los delincuentes andan libres y los encargados de reprimirlos van presos.

Los horrores del sur derivan exclusivamente de que no se aplican las leyes. ¿Cómo puede haber habido centenares de atentados y sólo dos presos? ¿Cómo puede ser que la agricultura sea allá una actividad con riesgo de incendio y muerte permanente, siendo que en el resto del país sólo sufre por  el robo? Porque los jueces no aplican las leyes.

Todo indica una cosa: que en este país alguien tiene que apretar las clavijas. Se necesita un gobierno autoritario, que use todas sus atribuciones, haga efectivo el Estado de Derecho y deje caer el peso de la ley sobre delincuentes, terroristas, cómplices, encubridores y mentores intelectuales, decretando todos los estados de excepción necesarios y persiguiendo a los jueces amparadores del delito. Por algo la Constitución da al Presidente la misión de «velar por la conducta ministerial de los jueces». ¿Es que eso es letra muerta? Acá el Presidente que tenemos contrata cada vez más abogados para perseguir a militares ancianos (a los que prometió debido proceso para extraerles el voto) y le entrega más recursos a la Comisión Valech y al Museo de la Memoria marxista, mientras los afines a quienes las crearon le incendian el país.

Por eso la gente honrada (todavía queda alguna) está de acuerdo en que el país necesita que llegue alguien que «apriete las clavijas». Pero ninguno de la extensa lista de candidatos presidenciales lo va a proponer. Porque ninguno que lo haga va a tener la menor posibilidad de que alguien lo proclame candidato presidencial. Pero eso es lo que más necesita el país. ¿Cómo puede ser, entonces, de que sea precisamente eso lo que nadie se atreve a decir?

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