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El winner, el león y la UDI Opinión

El winner, el león y la UDI

Daniel Loewe
Por : Daniel Loewe Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo Ibáñez.
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A falta de ideas o capacidad expresiva la propia vida se puede presentar y entender como una declaración de principios. ¿Pero no sería mejor que el candidato afirmara expresamente cuáles son estos principios y cómo y hasta qué punto los desea implementar? Después de todo, en una (pre)candidatura presidencial no se trata de entender a un personaje, sino que de examinar y sopesar las ideas acerca del país que avizora y desea alcanzar –sin reducir la política a la chabacanería del marketing y la pasta dental.


Me gusta leer biografías. Además de las comidillas que usualmente ventilan, a veces sirven para entender no sólo a un personaje que por una razón u otra nos pueda parecer interesante o admirable, sino que a mirar el mundo o episodios de la historia a través de sus ojos. En ocasiones ganamos algo para nuestra propia interpretación del mundo. En otras, sobre el personaje que lo interpreta. En cualquier caso, si están logradas, su lectura puede ser no sólo un modo interesante de esparcimiento, sino que incluso enriquecedora.

Pero como sabe cualquier biógrafo y cualquier lector, una biografía es siempre un ejercicio sesgado. Ya sea en forma inconsciente o intencional, desde la elección de los eventos a su interpretación son ejercicios subjetivos. Ni hablar de los intentos por distorsionar los hechos. En ocasiones, este ejercicio puede llegar a ser profundamente patético —como cuando se intenta dar sentido o justificación a la propia vida o a la del personaje desde el final, buscando relaciones ungidas en principios donde sólo hubo interés o azar—.

Desde hace algún tiempo se sabe que la estrategia de Laurence Golborne para conquistar corazones, y así las primarias y la Presidencia, es su biografía —además de la sonrisa, claro—. Ya en la proclamación de la UDI Golborne lo había dejado en claro con la famosa frase del hijo del ferretero y la ex Presidenta —un intento por dar un carácter de gesta heroica a un asunto político de lo más común y corriente en una democracia—. Ahora con el video de You Tube, mediante el cual la UDI le da la bienvenida (¿a qué?), recurre nuevamente a su biografía (ojo: no política —que casi no tiene— sino que personal y profesional) para mostrarse como garante de sus promesas. Esta es, qué duda cabe, una utilización intencional, y ojalá sesgada, de la propia biografía para dar sustento a una tesis. (Digo “ojalá”, porque me resisto a creer que el candidato sea tan simplón que pueda ser efectivamente reflejado en los momentos que el video escoge —aunque quizás me equivoque—). Y la tesis que intenta expresar con su biografía es que la meritocracia es posible y que él es su mejor garante.

[cita]Aunque haya verdadera meritocracia, el que algunos (los winners como Golborne) puedan conseguir la versión local del sueño americano, no implica que todos lo puedan hacer. En sentido estricto, lo contrario es el caso: el que haya winners implica analíticamente, que debe haber losers. Si hay meritocracia, lo correcto es que algunos sobrevivan y otros terminen en las fauces de los leones. El que algo sea posible para algunos, no implica que lo sea para todos.[/cita]

Lo que el video hace es simple: juega con la posibilidad en contraste a la imposibilidad. Primero se pregunta si es posible A, B y C. La respuesta para cualquier sujeto con dos dedos de frente es que es poco probable. Pero —y este es el punto del video— para el candidato sí fue posible, lo que hablaría muy bien de él. Y lo que él desea y ofrece (no olvidemos que su tarea es convencer), es que eso que fue posible para él en condiciones poco probables, sea también posible para todos. ¿Cómo? Bueno, lo único que hace el video es apelar a los valores y principios de “nuestra casa” —al tiempo que ondea la bandera de la UDI—. Es decir, si las instituciones se organizan de acuerdo a los valores y principios de la UDI, se cumpliría la promesa meritocrática que se expresaría en la biografía de Golborne. Así de simple. ¿Lo convence?

En primer lugar, la estrategia de Golborne se basa en una falacia muy conocida. Que X sea posible para algunos —aunque lo sea mediante mecanismos meritocráticos— no implica que lo sea para todos. La promesa meritocrática es la igualdad de oportunidades para competir. Pero, evidentemente, toda competencia tiene vencedores y perdedores. La amistosa e inclusiva sentencia que rebosante de orgullo he escuchado de mi hijo: “ganamos todos”, no aplica en un contexto de competencia meritocrática. ¿Conoce el famoso chiste del japonés (paradigma popular de la eficiencia) y —sin ánimo de herir las susceptibilidades de los tigres locales— del chileno en la selva? Al realizar un paseo por la selva repentinamente se encuentran con un león amenazador y hambriento.

Mientras el chileno nervioso se dispone a correr, el japonés tranquilamente deja a un lado su mochila y comienza a cambiar sus bototos por zapatillas deportivas. “¡Pero tu estás loco!” —dice el chileno— “¿de verdad crees que puedes correr más rápido que el león?”. El japonés impasible responde “No, no lo creo. Pero tampoco lo necesito. Me basta con correr más rápido que tú”.

Suponiendo que los dos tienen zapatillas, esta historia es eminentemente meritocrática. Aunque haya verdadera meritocracia, el que algunos (los winners como Golborne) puedan conseguir la versión local del sueño americano, no implica que todos lo puedan hacer. En sentido estricto, lo contrario es el caso: el que haya winners implica analíticamente, que debe haber losers. Si hay meritocracia, lo correcto es que algunos sobrevivan y otros terminen en las fauces de los leones. El que algo sea posible para algunos, no implica que lo sea para todos.

En segundo lugar, es al menos dudoso que los principios y valores de la UDI sean aquellos que posibilitarían “todo esto y mucho más” para cualquier niño chileno, como afirma el video. Considere lo que se sabe, por las informaciones de la prensa, de las ideas que uno de los estandartes de este partido, el senador Jovino Novoa, defendería en su reciente libro Con la fuerza de la libertad, que cuenta con un prólogo del candidato. Según el senador: “la desigualdad es una característica propia de la naturaleza humana: las personas nacen distintas en talento, en salud, en características físicas y tienen un determinado potencial de acuerdo al entorno en el que se desenvuelven. (…) No hay peor error que tratar de forzar la naturaleza de las cosas”.

Dejando de lado el error categorial con el que coquetea el argumento (como es popularmente conocido, al menos desde Hume, de un hecho no se deduce un deber), el senador parece afirmar que la labor de las instituciones sociales no debe ser forzar las desigualdades propias de la naturaleza humana. Pero la historia es mucho más complicada que esta interpretación simplista. Si somos verdaderamente meritocráticos no basta con proponer igual libertad plus un principio de mérito natural, como hace el senador al apelar a las desigualdades naturales. Además, usted debe defender el ideal –ciertamente y como todo ideal, nunca completamente realizable– de la igualdad efectiva de oportunidades. Y como es conocido, el entramado social completo afecta la igualdad efectiva de oportunidades. De este modo, la defensa de la verdadera meritocracia implica intervenciones profundas en múltiple contextos sociales (educación, seguridad. urbanismo, salud, etc.), que el partido del Senador nunca se ha mostrado dispuesto a realizar, prefiriendo las “soluciones” de mercado, que por cierto rara vez han ofrecido solución a estos problemas.

Pero ni siquiera en el mercado el partido del senador acepta la verdadera meritocracia. En nuestro país los grandes mercados no son verdaderamente competitivos, sino que, como sabe cualquier economista, son controlados por oligopolios que no permiten la entrada de nuevos competidores. Y esto es algo en cuya defensa el partido que apadrina al winner de la sonrisa es especialista sin parangón. Si no lo cree, pregúntele al ministro Longueira.

En tercer lugar, la meritocracia (con todas sus ventajas) es insuficiente como principio rector de las relaciones interpersonales en una sociedad. No me estoy refiriendo a la crítica neomarxista, que ciertamente tiene algún mérito (¿por qué sería justo que los mercados determinen los costos de los planes de vida de los individuos?). Sino que una observación de sentido común: ¿es acaso usted responsable de los talentos naturales que tiene (o con las palabras de Novoa, de su potencial)? Evidentemente, no. Sus talentos naturales son resultado de la lotería de la naturaleza. Y si no es responsable por esto, entonces no es justo que cargue con todos los costos que ésta impone en la consecución de sus planes de vida. Por eso John Rawls propone principios de justicia para organizar las instituciones sociales más importantes y, de este modo neutralizar, los efectos de la lotería natural. Y entre estos principios incluye no sólo la igual libertad, y la igualdad justa de oportunidades, sino que también un principio que asegure que la posición de los más desaventajados sea la mejor posible. Este es el famoso Principio de la Diferencia que condiciona cualquier mejoramiento de los mejor situados a un mejoramiento de los más desaventajados (es decir, mucho más exigente que la optimalidad paretiana). De lo que se trata, en definitiva, es de ofrecer condiciones justas de cooperación social y de distribución de los bienes así generados. Algo que va más allá de la mera meritocracia que el candidato parece considerar como sinónimo de justicia.

Que duda cabe. A falta de ideas o capacidad expresiva la propia vida se puede presentar y entender como una declaración de principios. ¿Pero no sería mejor que el candidato afirmara expresamente cuáles son estos principios y cómo y hasta qué punto los desea implementar?  Después de todo, en una (pre)candidatura presidencial no se trata de entender a un personaje, sino que de examinar y sopesar las ideas acerca del país que avizora y desea alcanzar –sin reducir la política a la chabacanería del marketing y la pasta dental.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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