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La monedita del trillón

Los desequilibrios mundiales en términos de balanza de pagos y de tasas cambiarias hacen prever que la estructura de los flujos especulativos y la insuficiente disponibilidad de capital para inversiones reales productivas seguirán profundizando y deteriorando los factores de la crisis financiera actual.


La propuesta es simple: algunos economistas han sugerido al gobierno norteamericano acuñar monedas de platino con el sello de un trillón de dólares, depositarlas en la Reserva Federal, y utilizar la cuenta en su favor para cubrir las actuales y futuras deudas fiscales.

Implícito está que la Unión Europea, Gran Bretaña, Japón y otros países deficitarios podrían hacer lo mismo. El mundo viviría ahora su «época de platino». Lamentablemente, aunque aparezca muy novedosa e imaginativa, la propuesta no es más que una nueva justificación para seguir inflando la economía con aire raro altamente explosivo. No para reactivarla, sino para salvar un modelo capitalista de acumulación financiera concentrador, excluyente y antiecológico.

Desde 2008 a la fecha, la crisis económica mundial ha sido manejada con una mezcla de mayores endeudamientos fiscales y políticas monetarias expansivas, destinadas al trasvase de enormes cantidades de dinero hacia bancos privados y así salvarlos de la bancarrota. Se ha evitado una contracción catastrófica del crédito y una estampida de las tasas de interés. Pero nuevamente ha quedado de manifiesto una de las contracciones básicas del capitalismo: sin consumo, no hay crecimiento, ¿pero cómo aumentar el consumo si los ingresos de la mayoría se estancan o caen y las deudas no pueden llenar el vacío?

[cita]Los desequilibrios mundiales en términos de balanza de pagos y de tasas cambiarias hacen prever que la estructura de los flujos especulativos y la insuficiente disponibilidad de capital para inversiones reales productivas seguirán profundizando y deteriorando los factores de la crisis financiera actual.[/cita]

También se ha hecho muy visible la necesidad de cambiar los patrones del «motor del consumo» del actual capitalismo depredador. No sólo debido a la destrucción medioambiental que lleva consigo. Sino porque para retomar el crecimiento habrá que restablecer un equilibrio entre el capital para las inversiones reales y el capital imaginario creado con las artimañas monetarias de los bancos públicos y privados. A pesar del enorme aumento de las ganancias de las empresas en los últimos años, la inversión real en puestos de trabajo de alta productividad ha decaído fuertemente. En cambio, los recursos para la especulación financiera siguen creciendo. Este es un dilema que ha llegado recientemente a interesar a Paul Krugman, quien para entenderlo recomienda volver (o comenzar) a leer a Marx. La OIT viene insistiendo en su advertencia frente a la precarización mundial del trabajo.

Tanto en su versión «expansiva» (que no alcanza para hacer crecer a las economías capitalistas desarrolladas), como en la versión «austera» (con deterioro generalizado de los ingresos, la seguridad social y la infraestructura de salud, con una creciente miseria social por el desempleo y el desahucio), la intención política de las políticas oficiales es la misma: salvaguardar la riqueza acumulada por una minoría social manteniendo al Estado y sus políticas públicas al servicio de sus intereses.

Como efecto, la concentración de la riqueza y de los ingresos ha llegado mundialmente a tal grado, que sin cambios políticos que se contrapongan a los intereses del uno por ciento de súper ricos y cambien la institucionalidad destinada a resguardarlos (bancos, seguros, fondos, administradoras, mercados financieros, endeudamiento fiscal etc.) no podrá haber reactivación. Tampoco la podrá haber si para salir del estancamiento se insiste en las actuales políticas competitividad nacional o regional, a costa del resguardo del medio ambiente y de las condiciones laborales imperantes en las naciones.

El lucro de unos pocos y su salvaguarda pública seguirá deteriorando mundialmente las bases económicas de la mayoría. Absurdo es pensar que la fuga de capitales desde las economías centrales hacia las «emergentes», para apoderarse de las fuentes de especulación tales como las materias primas y la todavía persistente capacidad de ahorro, consumo y endeudamiento de la población, pudiera cambiar esta situación. Los desequilibrios mundiales en términos de balanza de pagos y de tasas cambiarias hacen prever que la estructura de los flujos especulativos y la insuficiente disponibilidad de capital para inversiones reales productivas seguirán profundizando y deteriorando los factores de la crisis financiera actual.

Absurdo es también pensar que inventando moneditas de platino la situación podría cambiar. Sustituir el capital real que se ha ido destruyendo en los largos años de crisis mediante el capital imaginario de las emisiones monetarias no hace sino aumentar las desproporción que existe entre ambos, entre las necesidades de la inmensa mayoría de la población y los negocios de los súper ricos. Es decir, aumentar las causas de la crisis y la miseria que la acompaña. Tarde o temprano el equilibrio tendrá que ser restablecido.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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