La muerte de Chávez no solo representa el fin de una época para Venezuela, sino que también la muerte de un fenómeno comunicacional. Que sustentaba su éxito retórico a partir de una actuación espontánea, jamás forzada, a lo que las audiencias correspondían con una entrega total rayando lo irracional. El sueño oculto de cualquier político.
A este atributo, se debe agregar, que de alguna forma Chávez aniquiló ese mito del poder político ocluido, críptico, cerrado; prácticamente lo derribó e inauguró en Latinoamérica la etapa del conocimiento del poder por dentro, desritualizado y fresco. Modelo que en lo comunicacional y porque no en las convicciones, deberían seguir los políticos locales y el gobierno; los ciudadanos de verdad lo agradecerían, al igual que en Venezuela. Aunque probablemente para aquello, vayamos en contra de nuestra idiosincrasia más pacata, vertical y formal en los rituales, roles y simbologías del poder; que caracterizan tanto a la industria política como al mundo empresarial.
Antes de Chávez, la historia política venezolana mostraba una comunicación que estaba cautiva, secuestrada por el poder de turno. A lo cual el extinto gobernante, dada su personalidad, procedió a liberar, acercándola al pueblo, y de esa forma los hizo participar de su proyecto político e ideas. Algo parecido se buscó durante el gobierno de la ex presidenta Bachelet, bajo los conceptos de participación ciudadana y mesas de diálogo social. Dos atributos aun bien posicionados en la ciudadanía e imaginario «bacheletiano». Aunque estaban más relacionados con el requerimiento de tejer puentes de diálogo entre el poder político y la población. A diferencia de Chávez, en donde el presidente llegaba directamente al electorado, sin filtros o intermediarios distorsionadores, llámese operadores políticos.
Al revisar la historia de América Latina, se observa que, prácticamente, no hay datos de un político que siendo Presidente haya utilizado la comunicación de manera tan directa, tan espontánea, incluso en todos los medios, no solo la TV, también la radio, la prensa escrita, Twitter y, por supuesto, el diálogo permanente con los ciudadanos en la calle. Probablemente lo más parecido a Chávez en el ámbito político fue Evita, como un alter ego social y retórico de Perón.
A su vez, durante los años que lideró el gobierno de su país, jamás dejó de reiterar los nueve ejes comunicacionales y programáticos que lo guiaban. Lo que frente a un electorado diverso en lo cultural, facilitó el posicionamiento y comprensión de las ideas fuerza que propugnaba. A continuación se describen, y como usted podrá observar, son bastante parecidas a las propuestas discursivas de los presidentes de Ecuador, Bolivia y Uruguay principalmente:
1. la nación de patria y soberanía por sobre todo.
2. los derechos sociales como tema de estado y no solo de oportunismo electoral.
3. la constitución por delante, y no como un instrumento de poder de grupos de interés.-
4. la desmilitarización de la política venezolana.
5. la reivindicación de ser humano, situándolo en el centro de las políticas públicas, ergo sum, la inversión del estado tiene carácter social.
6. una política exterior soberana y autónoma.
7. un estado verdaderamente autónomo de los grandes grupos económicos.
8. el socialismo como alternativa frente al capitalismo.
9. el fortalecimiento de la agroindustria, para detener las migraciones del campo a la urbe.
Por último, y más allá de las incongruencias propias de un personaje como Chávez, su relación tiránica con los medios de comunicación o la dudosa herencia económica que deja; ahí están a la vista sus resultados como gobernante comunicador: millones de seguidores obsesivos (casi feligreses), en el responso una iglesia repleta de mandatarios y líderes, un féretro rodeado en un extremo por el presidente Piñera, quien representa a la derecha renovada en América Latina y, en la otra punta al presidente Castro, símbolo de un pasado que niega ciegamente su evolución.
Así fue Chavez, hasta en la simbología de su propio rito mortuorio; un latinoamericano contradictorio. De ahí su enorme carisma, su «ethos» nos representaba muy bien, si definimos a la identidad Latinoamericana como una diversidad en contradicción permanente tanto con su historia como frente a la globalización.