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Partidos generacionales con vocación de poder: RD y el MAPU Opinión

Partidos generacionales con vocación de poder: RD y el MAPU

Cristina Moyano
Por : Cristina Moyano Doctora en Historia con mención en Historia de Chile. Académica del Departamento de Historia de la Facultad de Humanidades de la USACh.
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Mayoritariamente son jóvenes, apoyados por adultos descontentos, muchos de ellos intelectuales que paternalmente ven en estos jóvenes el espejo de lo quisieron ser en los años 60 y que abruptamente cortó la dictadura militar. El carácter juvenil les da la posibilidad de ser más principistas, sin dejar de ser pragmáticos. No cargan con los errores de la generación de los 80, ni están marcados por la experiencia dictatorial.


En las redes sociales ya apareció esta analogía: Revolución Democrática es el nuevo MAPU de la posdictadura. En un twiter escrito por Eugenio Tironi hace un par de semanas, cuando la Concertación se negó a hacer primarias parlamentarias y Revolución Democrática anunciaba el término de las negociaciones para formar parte de la Nueva Mayoría, el sociólogo afirmaba que la UP había sido muy sabia dejando entrar a sus filas a un grupo de jóvenes renovadores: El MAPU, parodiando con ello la insensatez de la coalición concertacionista al cerrar las puertas al grupo liderado públicamente por Jackson.

Y cuando muchos pensaban que el mito del MAPU había desaparecido, sigue siendo fuente de analogías. Por cierto, ya no se habla del partido fundado en 1969 producto de la ruptura con la Democracia Cristiana, sino de un imaginario, de una forma de entender y practicar la política, de lógicas de aparición en la escena contingente, en suma, de las representaciones de una cultura política.

[cita]Saben que para seguir siendo influyentes deben seguir conectados con el movimiento social, pero también formar parte del Estado. Por eso compiten por un cupo electoral en Santiago, pese a que con un diputado no podrán hacer mucho en el Parlamento, advierten el simbolismo de torcer el binominal. Tienen incorporada en su práctica la teoría del cuchillo de los dos filos.[/cita]

En mi libro “MAPU: la seducción del poder y la juventud. Los años fundacionales del partido mito de nuestra transición”, (Ed. Alberto Hurtado, 2009), argumento que más que el aporte que este pequeño conglomerado hizo a la escena política de fines de los años 60, en tanto construcción ideológica, su permanencia en el debate contingente después de su desaparición formal en las postrimerías de los años 80, obedece a la construcción de un imaginario político y social, fundamentado en los relatos de memoria de aquellos líderes que entendieron y practicaron la política como un apostolado y con fuerte mesianismo transformador, asociado a su carácter fuertemente generacional, donde el elemento juvenil y las declaradas intenciones de participar del poder institucional, los llevó a ser un importante referente para un sector de la clase media acomodada, estudiantil y de jóvenes obreros y campesinos, que sentían en sus espaldas el peso de la transformación histórica.

Nacieron de una fuerte crítica al gobierno de Eduardo Frei Montalva. Le enrostraban el haber abandonado su programa de la Revolución en Libertad. Añoraban participar como actores principales, y no secundarios, de la toma de decisiones. Insertos mayoritariamente en el movimiento estudiantil universitario, con fuerte presencia en la Universidad Católica y en menor medida en la U. de Chile, fueron líderes de los procesos de reforma universitaria que los marcó generacionalmente. La posibilidad de extender esos logros de transformación en el espacio elitista que era la Universidad en esos años, los hizo plasmar en su lectura de la experiencia vivida, la idea de querer ser los transformadores de las viejas prácticas políticas de la izquierda y aplicar la teoría del cuchillo de los dos filos de su líder fundador, Rodrigo Ambrosio: el poder en el Estado y en las bases sociales.

Para la mayoría de la Unidad Popular y, en particular para Allende, la incorporación del MAPU era estratégica porque les permitía proyectar un imaginario de mayor amplitud representacional de las fuerzas sociales que lo apoyaban. Para Allende el MAPU era la incorporación de los sectores medios acomodados, de los hijos rebeldes de la clase alta chilena y que tenían el sello del cristianismo en sus genes formativos. Su incorporación era relevante, más que por su aporte ideológico, por lo que representaban simbólicamente.

Una vez en el gobierno Allende convocó a los líderes mapucistas a formar parte de su gabinete. El elemento juvenil y la formación universitaria, le garantizaba renovación de los cuadros políticos y el saber tecnocrático puesto al servicio de la transformación política que implicaba la vía chilena al socialismo.

Hoy, el contexto es otro, sin embargo hay ciertas analogías con Revolución Democrática y su hermano universitario el NAU, que hacen que el fantasma del MAPU-mito vuelva a ser referente analógico en el actual escenario político-electoral.

Por una parte, el origen social de los líderes (y digo esto porque es probable que, al igual que en el MAPU, no todos sus militantes respondan a este perfil) está asociado a la clase media acomodada. Jóvenes provenientes de colegios particulares pagados, muchos con familias con alto capital cultural y donde la política, sino militante, era algo que se conversaba, dialogaba y formaba parte de las reflexiones domésticas. Algunos de sus líderes, vienen directamente de familias vinculadas al mundo socialista, al mundo demócrata cristiano o incluso comunista y donde la militancia por tanto, formaba parte de una posibilidad certera y no extravagante, como para muchas otras miles de familias chilenas.

En sus declaraciones públicas, estos jóvenes de Revolución Democrática han planteado que su participación en el movimiento social estudiantil ha marcado profundamente su experiencia de politización. Desde la vereda del mundo universitario, no tan elitista como el de los años 60, han construido una visión del mundo, de la política partidaria, una profunda crítica al modelo neoliberal instaurado por la dictadura, administrado y transformado muy escasamente por la Concertación, y a través de esa situación-condición, ha criticado de forma tenaz la experiencia democrática chilena, construyendo en su discurso un nuevo horizonte de expectativas, que sin ser rupturista, apela a profundizar la democracia actual por la vía de la participación electoral, develando lo antidemocrático del sistema binominal y el resto de los enclaves autoritarios que hacen de esta una democracia a medias.

Mayoritariamente son jóvenes, apoyados por adultos descontentos, muchos de ellos intelectuales que paternalmente ven en estos jóvenes el espejo de lo quisieron ser en los años 60 y que abruptamente cortó la dictadura militar. El carácter juvenil les da la posibilidad de ser más «principistas», sin dejar de ser pragmáticos. No cargan con los errores de la generación de los 80, ni están marcados por la experiencia dictatorial. El miedo no es, para ellos, la fuente de paralización que mantiene el estatus quo de una institucionalidad heredada. No le temen a los cambios, pero respetan las normas del juego y al igual que el MAPU en los años 60, prefieren ser “cabeza de ratón” que “cola de león”.

Su formación universitaria les permite además hablar desde un saber hacer. Las imágenes de Jackson dando un minicurso de economía en el Parlamento, durante el conflicto universitario del 2011, grafica muy bien esta forma de hacer y entender la política. Junto a ello forman parte del movimiento social y nadie puede enrostrarles su utilización con fines políticos. Son impresionantemente voluntaristas, mesiánicos en su afán de presentarse como líderes del cambio político, trabajan 24/7 recolectando firmas en ferias, universidades, actos públicos, etc., y asimismo se sientan a negociar con dirigentes políticos de la oposición. Saben que para seguir siendo influyentes deben seguir conectados con el movimiento social, pero también formar parte del Estado. Por eso compiten por un cupo electoral en Santiago, pese a que con un diputado no podrán hacer mucho en el Parlamento, advierten el simbolismo de torcer el binominal. Tienen incorporada en su práctica la teoría del cuchillo de los dos filos.

En una columna publicada hace una semana en su página web, declaran “Así como el imperativo del orden terminó por quitarle a la política su capacidad soñadora y creativa, hoy queremos que ese sea nuestro principio rector. No pensar desde la factibilidad, no soñar en la medida de lo posible, sino en la medida de la capacidad creativa de todos quienes hoy buscan una oportunidad desde donde crear una nueva alternativa para hacer política en Chile. Un largo camino comienza para quienes soñamos un Chile distinto.”

Soñadores y transformadores, jóvenes decididos y convencidos de que la política es el gran espacio de la transformación social, comparten con el MAPU mucho de su perfil y su manera de entender la política. No rechazan el poder, sino que lo quieren, en todas las dimensiones necesarias para avanzar en la construcción del Chile que sueñan. Al igual que el MAPU en los años 60, creen que las transformaciones se hacen desde el Estado y desde la sociedad civil, que la institucionalidad se puede modificar desde dentro y que son ellos, los más idóneos para conducir el cambio.

Se sientan a conversar de igual a igual con líderes de gran trayectoria política, pero a diferencia del pasado, con un fuerte descrédito ciudadano. Han venido, igual que el MAPU lo declaraba en los años 60, a renovar la política y transformar el país. Son los jóvenes, una nueva generación histórica que rechaza que sean otros los que impongan la experiencia del tiempo histórico y están dispuestos a transformar el horizonte de expectativa del futuro. En eso, tienen muchas similtudes, el contexto histórico actual, sin embargo, articula muchas otras diferencias: la política ya no tiene la legimitidad que poseía en los 60 y posicionarse en este espacio, genera las suspicacias que hoy podemos ver en el debate presente en las redes sociales.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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