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Asamblea Constituyente y el viejo del saco

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José Luis Ugarte
Por : José Luis Ugarte Profesor de Derecho Laboral Universidad Diego Portales
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Y entonces, ¿qué tecla extraña y sorprendente ésta tocando la idea de la Asamblea Constituyente que ha despertado, como rayo antes de la tormenta, todos estos miedos juntos? La explicación es tan sencilla y tan obvia a la vez: el miedo verdadero.


El miedo ha vuelto. Y en gloria y majestad.

Ese efectivo y viejo modo de disciplina social –tantas veces usado en nuestra historia- hoy vive horas altas. Y en su versión más radical y como no, más infantil.

Larraín, un ministro de excelencia, que ayer le echaba la culpa de la desaceleración económica al para portuario, hoy se la carga la asamblea constituyente y mañana ya veremos.

Pero más allá del envidiable rigor científico del Ministro –quien distribuye la culpa de la baja de la actividad económica como quien juega a la lotería– hay un hecho inédito y notable: de golpe han aparecido todos los miedos.

Como diría Neruda todos los miedos del mundo en un solo surco.

[cita]Y entonces, ¿qué tecla extraña y sorprendente ésta tocando la idea de la Asamblea Constituyente que ha despertado, como rayo antes de la tormenta, todos estos miedos juntos? La explicación es tan sencilla y tan obvia a la vez: el miedo verdadero.[/cita]

Los miedos desatados al servicio de la elite económica y política y su defensa a ultranza del modelo que nos heredara Pinochet. Por ello, en los próximos tiempos veremos que los nervios traicionan y mucho, a quienes hasta hace tan poco se repartían el poder con la calma que aseguraba el “peso de la noche” y ahí aparecerán uno a uno los miedos que siempre han acompañado a la mediocre transición a la democracia chilena.

De partida, el discurso del miedo al joven adolescente. El pueblo es un masa que reunida en asamblea muestra su peor cara: vociferante e irresponsable, se comportaría como adolescente que no respeta nada ni a nadie. Serán unos hambrientos.

Raro no. Algo no cierra en el discurso del miedo juvenil: el mismo pueblo cuando vota en las elecciones a favor de un político es un adulto lleno de elogios –el pueblo chileno sabe lo que hace o los chilenos no son tontos serán frases repetidas por todos los políticos, incluso los que se oponen a la Asamblea Constituyente–  pero cuando participa en una asamblea constituyente es un adolescente irresponsable. Chavista, incluso, si la caricatura es completa.

¿Cómo el mismo pueblo puede ser tratado de dos maneras tan distintas a la vez?

Después vendrá el miedo de la paz perdida. Hemos vivido en paz desde que Pinochet dejó el poder. Gracias a las reglas constitucionales de Guzmán la sangre no ha llegado al río y una asamblea constituyente afloraría nuestras diferencias más profundas y quizás las haría irreconciliables. Son injustas, es cierto dirá el viejo y acomodado concertacionista, pero han funcionado: hemos vivido en paz.

Raro nuevamente. Algo aquí tampoco cierra.

¿Si las diferencias existen y son relevantes, no sería mejor debatir y deliberar sobre ellas, que esconderlas bajo la alfombra de la “paz social”? ¿Qué paz genuina puede fundarse en el silencio y sometimiento de las propuestas de buena parte de los chilenos? ¿Es parte de esa paz el mantenimiento de las Isapres, las AFPs, plan laboral y tantas otras cuestiones que las reglas constitucionales han hecho tan difícil de modificar?

De ahí vendrá el miedo de los tecnicismos legales.  Una asamblea constituyente es, por una parte, una inconstitucional y, por otra, un resquicio o fraude. Así lo afirmaba el diario La Tercera en estos días.

Esto suena tan técnico y tan informado.

Pero aquí nuevamente algo no cierra.

¿A qué reglas puede defraudar una asamblea constituyente si ella es la que decide que reglas contaran como válidas y cuáles no? Entonces, como puede ser inconstitucional la realización de una Asamblea Constitucional si ella – y nadie por sobre ella–  fijará las condiciones de validez de las normas que se dicten. La  exigencia de La Tercera y sus juristas de que esa Asamblea cumpla con reglas constitucionales vigentes es simplemente una contradicción en sus propios términos: de hacerlo ya no sería constituyente.

Y lo del resquicio resiste menos análisis aún ¿cómo una convocatoria puede ser calificada de resquicio si busca precisamente romper el mayor que conozca nuestra historia constitucional: que los votos de un tercio valen lo mismo que los votos de los dos restantes y qué saque los votos que saque nada cambiara sin el acuerdo de una minoría sobrevalorada?

Suena raro, muy raro, exigir lealtad con Jaime Guzmán y su fraude.

Y entonces, ¿qué tecla extraña y sorprendente ésta tocando la idea de la Asamblea Constituyente que ha despertado, como rayo antes de la tormenta, todos estos miedos juntos?

La explicación es tan sencilla y tan obvia a la vez: el miedo verdadero.

Estas reglas le han permitido a unos pocos ganadores diseñara nuestra sociedad a su antojo y discreción. En esas reglas del juego, el único ideal comunitario posible es el de ellos. Por eso, el miedo verdadero –el único real al final del día- es el más básico de todos: qué la voluntad de la mayoría sea la voluntad final.

Aunque todo puede ser siempre peor. Cuando el miedo no ejerce su poder disciplinario, surge, entonces, la amenaza sin maquillajes del homo autoritario chilensis: los militares.

Pero eso, don Hermógenes, a esta altura, es muy infantil para una sociedad democrática.

Nos recuerda a nuestros peores miedos de infancia, cuando los niños desobedientes eran amenazados con el “viejo del saco”.

Nos queda claro, eso sí, que no era el andrajoso que pasea sin rumbo por las calles, cargando una saco de harina.  Gracias a  don Hermogenes, por fin, lo sabemos: el viejo del saco usa corbata, tiene modales finos y elegantes,  estilo –siúticamente– british.

Y tiene una mala leche de aquellas. Especialmente cuando el pueblo quiere participar.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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