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Histórico reconocimiento de Celco-Arauco: el hito de un cambio cultural

Claudia Sepúlveda
Por : Claudia Sepúlveda Socióloga, Magíster en Medio Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, PhD (c) en Geografía Humana
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El desastre de Valdivia puede no ser el último que Celco-Arauco deba enfrentar. Sin embargo, para los ciudadanos, abordar los flancos abiertos y futuros desastres en que la empresa pueda verse involucrada, será totalmente distinto si ésta deja atrás la arrogancia y falta de respeto a las leyes con que hace diez años enfrentó el desastre de Valdivia, para consolidar definitivamente el cambio cultural que su reconocimiento de hoy refleja.


Finalmente ha sucedido: la empresa Celco-Arauco reconoció su responsabilidad en el desastre del Santuario del Río Cruces. Lo hizo en los términos que establece el fallo del Primer Juzgado Civil de Valdivia que hace tres semanas la condenó a reparar el daño ambiental causado a dicho humedal. Es decir, asumiendo que los abruptos y devastadores cambios ecológicos ocurridos en nuestro Santuario tienen como causa directa las descargas contaminantes de su planta de celulosa Valdivia. Junto con este reconocimiento la empresa apeló al procedimiento para establecer los perjuicios ecológicos y económicos causados por el desastre y solicitó a la Corte de Apelaciones eliminar la construcción de la laguna artificial decretada por el Tribunal. Aunque la apelación a estas medidas es discutible, no empaña la trascendencia del reconocimiento hecho por la empresa. Por su parte, el Consejo de Defensa del Estado intentará revertir la apelación de Celco-Arauco y reponer otras medidas directas de restauración que el fallo de primera instancia no consideró pero que pueden ser claves para el logro de dicho objetivo.

El desastre de Valdivia es un evento transformativo. Sus efectos más evidentes han sido las repercusiones institucionales derivadas de la movilización ciudadana que, teniendo como imagen de fondo la agonía de los cisnes y la contaminación de nuestros ríos, expuso en toda su crudeza los vacíos y debilidades de nuestras leyes ambientales. El resultado fue la reforma de la institucionalidad ambiental aprobada el 2009 y que hoy se encuentra en marcha blanca.

Pero el desastre de Valdivia también ha generado cambios culturales de vastas consecuencias que recién hoy estamos comenzando a dimensionar. Lo que Celco-Arauco ha resuelto esta semana constituye un hito histórico que confirma dicho cambio cultural, del que los ciudadanos hemos sido protagonistas.

[cita]El desastre de Valdivia puede no ser el último que Celco-Arauco deba enfrentar. Sin embargo, para los ciudadanos, abordar los flancos abiertos y futuros desastres en que la empresa pueda verse involucrada, será totalmente distinto si ésta deja atrás la arrogancia y falta de respeto a las leyes con que hace diez años enfrentó el desastre de Valdivia, para consolidar definitivamente el cambio cultural que su reconocimiento de hoy refleja.[/cita]

Hace diez años era simplemente imposible que la empresa considerara siquiera la posibilidad de un reconocimiento. Más aún, Celco-Arauco hizo todo lo necesario para levantar explicaciones alternativas a costa de dañar la fe pública en los organismos ambientales, la ciencia y los propios tribunales. Hoy, luego de un proceso interno ratificado por el Directorio, es decir, por los principales accionistas, ha decidido romper de plano con la inercia de la estrategia legal que había empleado hasta ahora y que, según la lógica comercial, la ‘obligaba’ a negar su responsabilidad y apelar de plano al fallo de primera instancia.

Recibir esta decisión señalando que es lo que la empresa debió hacer desde un comienzo, sería perder de vista el tema de fondo: estamos en un país distinto, donde los ciudadanos hemos demostrado la capacidad de provocar transformaciones de largo alcance, y la empresa tampoco es la misma del 2004. Entre la negación rotunda y arrogante de toda su responsabilidad, realizada el 2004 por Alejandro Pérez, entonces Gerente General, y el reconocimiento pleno de estos días, hay un abismo de diferencia. Más aún cuando al comunicar su decisión la empresa ha puesto el acento en el propósito de recuperar el Santuario, compartido con la comunidad de Valdivia. No ver este cambio y no apreciar su trascendencia sería no valorar el papel que los ciudadanos hemos jugado para que éste reconocimiento sea hoy posible.

Celco-Arauco es la empresa forestal más grande de Chile y la segunda productora de celulosa del mundo. Por ello, lo que haga no solo repercute de forma importante en el mundo empresarial chileno, sino también internacionalmente. La empresa tiene y seguirá teniendo muchísimos flancos abiertos, incluyendo el ducto que busca construir el Mehuín y que a pesar de estar aprobado ambientalmente carece, según el parecer de muchos, de legitimidad social. Junto a ello, la rama forestal de Arauco enfrenta el desafío de una certificación forestal en curso bajo el sello FSC (Forest Stewardship Council). Ello, luego de haber degradado ambientalmente durante varias décadas el centro-sur del país con monocultivos exóticos que han generado devastadores efectos en la biodiversidad, los ciclos hidrológicos y los mosaicos productivos, sustituyendo varios miles de hectáreas de bosques nativos y forzando la expulsión masiva de población rural.

El desastre de Valdivia puede no ser el último que Celco-Arauco deba enfrentar. Sin embargo, para los ciudadanos, abordar los flancos abiertos y futuros desastres en que la empresa pueda verse involucrada, será totalmente distinto si ésta deja atrás la arrogancia y falta de respeto a las leyes con que hace diez años enfrentó el desastre de Valdivia, para consolidar definitivamente el cambio cultural que su reconocimiento de hoy refleja. Para que dicha consolidación ocurra es fundamental que la empresa incorpore en su gestión las lecciones aprendidas en Valdivia. Ello incluye, en particular, definir protocolos éticos y operativos sobre cómo reaccionar ante impactos no previstos, cómo monitorear los efectos de sus descargas químicas en el largo plazo (incluyendo las dioxinas y furanos, aún escasamente estudiados en Chile), cómo colaborar con estudios científicos independientes sobre sus propias operaciones, y cómo reaccionar ante multas, sanciones y procesos judiciales referidos a su desempeño ambiental.

Los ciudadanos de Valdivia debemos sentirnos orgullosos por haber impulsado los cambios históricos de los que hemos sido protagonistas, los que incluyen aquellos ocurridos en la propia empresa. Reconocer y valorar cada uno de estos cambios es necesario para poner en perspectiva el aporte ciudadano. Pero también para consolidar la transformación cultural más vasta de la que estamos siendo testigos, y que permitirá fortalecer aún más el aporte ciudadano en la definición de leyes, políticas, estándares y prácticas ambientales.

En Valdivia, nuestro desafío inmediato es materializar lo que este cambio cultural representa a través de un diseño participativo, legítimo y técnicamente robusto de la recuperación del Santuario. Ello demanda voluntad, generosidad e inteligencia para integrar de manera coordinada a todos quienes están llamados a jugar un rol. Requerimos nuevas formas de dialogar y organizarnos entre autoridades, académicos y actores sociales, para validar los diseños técnicos e integrar a ciudadanos y comunidades en la recuperación del humedal. El llamado es a consolidar el cambio cultural que hemos impulsado, luego del doloroso desastre que nos conmovió como país, para convertir la recuperación del Santuario en un referente de nuevas formas, efectivas y socialmente articuladas, de proteger nuestro patrimonio natural. Esta puede ser la mejor herencia que dejemos como testimonio de lo que tanto nos ha costado aprender en estos diez años.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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