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Significados de la solidaridad en una sociedad desigual

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Jorge Atria
Por : Jorge Atria Estudiante Doctorado Sociología, FU-Berlin, Alemania.
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En una sociedad desigual, donde se reproducen a diario diferencias injustas, existe el riesgo de que algunas acciones solidarias constituyan un ejercicio insuficiente, esto es, destinado a proveer soluciones inmediatas, pero que no incluyen una propuesta de transformar las condiciones que generan los problemas, haciendo que éstos se morigeren, pero vuelvan a surgir posteriormente.


La solidaridad no puede celebrarse año a año sin tener consideración de lo que ella facilita, obstruye o reemplaza, sobre todo cuando ella es evocada y promovida en una sociedad altamente desigual. Consiguientemente, revisar los significados de la solidaridad debiera ayudar a desnudar cuáles son las motivaciones y consecuencias que efectivamente ameritan celebración, y cuáles, antagónicamente, crítica.

La solidaridad puede ser entendida como una dimensión eminentemente social. En su último libro, Pierre Rosanvallon aborda tangencialmente las nociones de solidaridad que han existido a lo largo de los últimos siglos en las sociedades occidentales, observando cómo esas distintas nociones dominantes han permeado las maneras de concebir al Estado, a las instituciones, a la justicia social. Así, es posible recordar por ejemplo la irrupción de un fuerte cuestionamiento a los problemas sociales en los inicios del siglo XX, dando luz a un proyecto de Estado con capacidad de asegurar ciertos mínimos para los más pobres, así como dignidad y protección para los trabajadores. Posteriormente, destaca la época post segunda guerra mundial, donde se recompone la capacidad estatal en las sociedades nacionales, fortaleciéndose un Estado asegurador de derechos sociales. Rosanvallon revisa también el momento actual, diagnosticando un debilitamiento radical del aseguramiento social, pero sobre todo una crisis moral que erosiona los lazos de solidaridad entre las personas, haciendo tambalear la base misma de lo social.

Así, en la observación de la historia, la solidaridad contribuye a dar forma a la idea de nación, caracterizando las formas de lo común, y también ayudando a instituir y delimitar las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, encarnándose en las instituciones y en determinados niveles de provisión social.

[cita]En una sociedad desigual, donde se reproducen a diario diferencias injustas, existe el riesgo de que algunas acciones solidarias constituyan un ejercicio insuficiente, esto es, destinado a proveer soluciones inmediatas, pero que no incluyen una propuesta de transformar las condiciones que generan los problemas, haciendo que estos se morigeren, pero vuelvan a surgir posteriormente.[/cita]

La solidaridad, sin embargo, puede analizarse también a través de políticas y acciones concretas y cotidianas. De hecho, es así como adquiere más reconocimiento y visibilidad. En Chile, en general, esto es asociado a tres mecanismos: las donaciones particulares de dinero u otros bienes materiales, las políticas de responsabilidad social empresarial o corporativa, y las acciones de voluntariado. Obviamente, cada una de estas alternativas entraña distintos niveles de compromiso, exigencia y profundidad; asimismo, las motivaciones en cada acción son distintas: en algunos casos una empresa puede ver en el financiamiento de una iniciativa local una forma de comprometerse seriamente e ir más allá de lo que la ley establece, y en otros casos un medio para conseguir más legitimidad para asentar un proyecto; por su parte, la participación voluntaria en una causa puede constituir un esfuerzo profundo y de largo plazo por colaborar en la resolución de un necesidad desatendida por el Estado, o no bien apreciada por la sociedad, pero al mismo tiempo puede significar para otros un episodio puntual, que no incluye cuestionamiento alguno a la sociedad, al Estado, o a las propias maneras de vivir.

En una mirada conjunta, sin embargo, es posible destacar una connotación común: estos tres mecanismos se entienden como una contribución de una persona u organización hacia otra persona, grupo o causa social que está solicitando ayuda, sea porque la escasez de recursos, un impedimento físico, el azar o la desprotección del Estado le impide solucionarlo o financiarlo por sí mismo.

¿Y qué tiene que ver la desigualdad en todo esto?

La desigualdad, sobre todo cuando es extrema y persistente, dificulta al máximo la adecuada distribución de oportunidades, poder y dignidad entre los individuos de una misma sociedad, generando múltiples consecuencias negativas, que van desde la permanencia de extrema pobreza en contextos de riqueza, pasando por la reproducción de privilegios y perjuicios que predeterminan las biografías de las personas, hasta la imposibilidad de grandes grupos de la sociedad de desarrollar sus proyectos individuales con las condiciones de libertad y bienestar que en teoría les son ofrecidas —sobre todo cuando se vive en un país aparentemente a las puertas del desarrollo, aparentemente democrático y donde las instituciones aparentemente funcionan—. La desigualdad permanente, así entendida, expresa con nitidez el debilitamiento de una forma de entender los vínculos sociales: una donde la reciprocidad, el respeto y la dignidad de cada persona son valores intransables e incuestionables.

Las críticas contra la desigualdad, sin embargo, son a menudo enfrentadas con argumentos sobre el aparente interés por nivelar hacia abajo, por hacer primar la mediocridad y el conformismo, o por una mera envidia de los que tienen menos hacia los que tienen más. Estas visiones, sin embargo, no se hacen cargo de las diferencias que no son producto de la creatividad o esfuerzo de las personas, sino de injusticias. En esa perspectiva, Göran Therborn destaca tres tipos de diferencias que constituyen desigualdades injustas: (i) aquellas que violan una igualdad justa, sea de derechos humanos, de ciudadanía o de alguna cualidad que debió ser igual, por humanidad, por membresía o por logro; (ii) una diferencia demasiado grande, que limita las posibilidades de los desaventajados, sea porque se concentran mayoritariamente los recursos, o porque operan dispositivos psicológicos humillantes de superioridad e inferioridad, y (iii) una diferencia que va en la dirección errada, otorgando ventajas injustas e inmerecidas a algunos, por ejemplo, gente que nace en ciertos países, ciertos ambientes, o gente de poder más que de contribución.

En casos concretos, podría decirse que en Chile las oportunidades de recibir educación de similar calidad, o que entregue herramientas para desarrollarse posteriormente en igualdad de condiciones —sorteando las diferencias de la cuna— son un ejemplo de la primera; las insólitas brechas salariales en Chile, donde el sueldo máximo al interior de una empresa puede ser equivalente hasta a 102 veces el sueldo mínimo de la misma organización, grafica la segunda; por último, la valoración social altamente diferenciada de apellidos, residencia en determinadas comunas o ciertos rasgos físicos podría ser un ejemplo de la tercera. En estos ejemplos hay algo en común: se trata de una reproducción de injusticias, no hay ajuste estricto al mérito de las personas, sino que entran en consideración elementos adicionales, otorgando a la sociedad criterios de orden y clasificación simbólica muy finos y sutiles.

Así, en una sociedad desigual, donde se reproducen a diario diferencias injustas, existe el riesgo de que algunas acciones solidarias constituyan un ejercicio insuficiente, esto es, destinado a proveer soluciones inmediatas, pero que no incluyen una propuesta de transformar las condiciones que generan los problemas, haciendo que éstos se morigeren, pero vuelvan a surgir posteriormente. Sin embargo, un riesgo aún mayor es que la solidaridad se conciba como un sustituto de la justicia, esto es, ya no como un aporte restringido y de corto plazo, sino derechamente como una vía para sustituir un orden social injusto, que entraña menos costos y que permite reducir la crítica y las propuestas de cambio de mayor escala.

La acción solidaria, en cambio, adquiere sentido en una sociedad desigual cuando intenta deshacer las diferencias injustas y las fracturas de la disparidades económicas o de poder, sea a través de la ruptura de prejuicios, de la disolución de estigmas, del combate a la reproducción de perjuicios y privilegios, y de la denuncia contra aquellos problemas que deben ser enfrentados por la sociedad y resueltos por sus múltiples actores. Si es para estos objetivos, una donación en dinero o bienes, el compromiso de una empresa o una acción voluntaria son mecanismos extremadamente valiosos.

En un nivel más amplio, la solidaridad realmente entendida como un compromiso con el otro y con la realidad social del país debiera traducirse en la disposición individual y colectiva hacia el mejor funcionamiento de instituciones concretas, que expresan mejor que todo la solidaridad de una sociedad hacia sus individuos: aquí caen por ejemplo los objetivos de una mayor redistribución, el pago de impuestos en una forma progresiva (quien tiene más, paga más, sin pliegues ni ambages, y quien tiene menos, paga menos), la fijación de salarios decentes y el establecimiento de condiciones favorables para el trabajador. En estos ámbitos, la solidaridad se encarna en instituciones específicas, y expresa de modo diáfano los imperativos morales de una sociedad. Así, como dice Rosanvallon en relación a los inicios del siglo XX, las desigualdades pueden adquirir un carácter propiamente social, y como tal, se considera también una socialización de la responsabilidad, asumiéndose un sistema de interacción e interdependencia entre las personas.

Reconocer el carácter social de la desigualdad constituye un paso ineludible que exige una concepción profunda de solidaridad entre ciudadanos, una que puede tener costos e implicar transformaciones más radicales. La acción solidaridad cotidiana es motivo de orgullo y elogio, pero ella no debiera entenderse nunca como un sucedáneo de necesidades más profundas intencionalmente soslayadas, sino como un complemento para un proceso más grande que debe ser emprendido. Es la intención, parafraseando a Alberto Hurtado, de ser justos antes que generosos, no olvidando nunca que la injusticia causa más males que los que puede remediar la caridad.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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