Sabemos que los efectos políticos del gesto de Piñera son sumamente frágiles. Esto se debe a que lamentablemente gran parte de la derecha chilena sigue justificando el régimen militar, sigue empatando las violaciones a los derechos humanos con las causas que las produjeron, sigue reverenciando la figura de Pinochet, Guzmán y cía., y así un largo etcétera.
Ciertos gestos progresistas –nos recuerda Žižek– sólo pueden ser ejecutados por líderes conservadores con credenciales patrióticas. Sólo Nixon fue capaz de establecer relaciones con la China Maoísta; sólo de Gaulle pudo conceder la independencia a Argelia.
En Chile fue necesario esperar 40 años para comenzar a saldar las cuentas históricas con la dictadura. Sólo un gobierno de derecha y un presidente como Piñera pudo mover las fronteras que separan lo que es admisible de lo que es a priori condenable y repudiable en política.
Piñera, aunque haya sido al final de su período, logró comprender la dimensión histórica de su mandato, encontrar el punto de inflexión entre su biografía política y el cargo que encarna. Con convicción y coraje no sólo propuso un cambio en las reglas del discurso político local, sino que además coronó ese discurso con una acción concreta: el cierre del penal Cordillera. No cabe más que reconocer y valorar el gesto de Piñera.
Ahora bien, las consecuencias políticas que se siguen de esta acción son tan valiosas como frágiles. Son valiosas tanto para la derecha como para el país en su conjunto. En efecto, a Chile le hace muy bien tener una derecha comprometida con la defensa irrestricta de los Derechos Humanos y que valore la democracia sin complejos. Le hace bien que aquellos que apoyan o justifican el régimen de Pinochet se vayan transformando en una rareza política, en una excentricidad radical. A Chile le hace bien identificar a la UDI con lo que realmente es: un partido de extrema derecha.
[cita]Se intentará frenar el ánimo refundacional de la derecha. La principal (y más dañina) crítica que se ha hecho hasta ahora al gesto de Piñera es su motivación. Se ha dicho que se trata de un mero cálculo estratégico para blindar sus supuestas aspiraciones presidenciales del 2017. El peligro de esta crítica es que la instrumentalización política de los Derechos Humanos es, desde todo punto de vista, repugnante. Y si esta crítica se instala, el gesto de Piñera quedará reducido, como muchos otros, a una maquinación destinada a sacar pequeñas y miserables ventajas políticas. Es por ello que aquellos que intentan refundar la derecha deben ser extremadamente cuidadosos en no instrumentalizar (o, al menos, en no dejar en evidencia la instrumentalización de) los Derechos Humanos.[/cita]
Pero a la vez sabemos que los efectos políticos del gesto de Piñera son sumamente frágiles. Esto se debe a que, lamentablemente, gran parte de la derecha chilena sigue justificando el régimen militar, sigue empatando las violaciones a los Derechos Humanos con las causas que las produjeron, sigue reverenciando a la figura de Pinochet, Guzmán y Cía., y así un largo etcétera.
Es por ello que se intentará frenar el ánimo refundacional de la derecha. La principal (y más dañina) crítica que se ha hecho hasta ahora al gesto de Piñera es su motivación. Se ha dicho que se trata de un mero cálculo estratégico para blindar sus supuestas aspiraciones presidenciales del 2017. El peligro de esta crítica es que la instrumentalización política de los Derechos Humanos es, desde todo punto de vista, repugnante. Y si esta crítica se instala, el gesto de Piñera quedará reducido, como muchos otros, a una maquinación destinada a sacar pequeñas y miserables ventajas políticas. Es por ello que aquellos que intentan refundar la derecha deben ser extremadamente cuidadosos en no instrumentalizar (o, al menos, en no dejar en evidencia la instrumentalización de) los Derechos Humanos.
Un flaco favor le hace Hinzpeter a la Nueva Derecha cuando declara públicamente que su proyección política es incompatible con la debilidad ética asociada a las justificaciones de las violaciones a los Derechos Humanos. Y, luego, agrega que, si se quiere avanzar en términos políticos, es necesario “hacer el costo o la pérdida” que supone el hecho de que “algunos de sus integrantes hayan apoyado el régimen militar”.
Si bien cierta, esta afirmación supone que los compromisos éticos de esta Nueva Derecha están subordinados a un fin político y no viceversa. En definitiva, lo que Hinzpeter hace es someter la defensa de los Derechos Humanos a la contingencia política y esto es, desde todo punto de vista, inaceptable. En efecto, si los Derechos Humanos son instrumentales, ¿qué sucede cuando su defensa deja de ser compatible con las proyecciones políticas de la Nueva Derecha, como sucede, por ejemplo, con la defensa de los pueblos indígenas? La pregunta es si el ministro condenaría estos abusos con la misma fuerza con que hoy condena las violaciones del pasado. Hinzpeter ya dio luces sobre esto cuando fue ministro del Interior.
Otro flaco favor le hace a esta derecha refundacional el provecho argumentativo inmediato que algunos de sus representantes han sacado tras declarar su compromiso irrestricto con la defensa a los Derechos Humanos. Es el caso de Hernán Larraín Matte (hijo del Senador con el mismo nombre). El mismo día en que hizo pública una carta que suscribió con un conjunto de políticos y académicos sub 40 y que condena las violaciones a los Derechos Humanos, encaró frontalmente a Camila Vallejo en un programa de televisión, sacándole en cara que su defensa a Fidel Castro suponía complicidad con las violaciones a los Derechos Humanos en Cuba.
Independiente de sus razones, la prisa con que Larraín y otros han salido a encarar y condenar el apoyo que algunos líderes de izquierda han dado a regímenes comunistas, huele mal. En efecto, la pregunta que surge, nuevamente, es si su defensa intempestiva a los Derechos Humanos se debe a que verdaderamente los valoran o es simplemente una buena estrategia para ponerse en una posición que les permita articular una serie de discursos que la derecha golpista no puede pronunciar.
El gesto de Piñera merece el beneficio de la duda. Debemos al menos intentar creer que este fue producto de su convicción y no de un pequeño cálculo político. El beneficio de la duda, sin embargo, tiene un límite y puede agotarse muy rápidamente si el propio Presidente y quienes lo apoyan en esto no entienden la fragilidad del mismo.