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El embate populista contra el modelo y el ocaso de los partidos EDITORIAL

El embate populista contra el modelo y el ocaso de los partidos

Ponerles cifras o fundamentos a las promesas electorales al parecer nadie quiere hacerlo. La percepción es que una contabilidad seria arruinaría la fiesta de promesas, muchas de las cuales quedarán incumplidas, salga quien salga. La tensión del momento no está en los equilibrios fiscales ni en la estabilidad de las instituciones, sino en la ecuación del poder para encontrar la mejor alianza.


A treinta días de la primera vuelta electoral, todo indica que el país  está entrando a una fase abierta de populismo político. A la enorme  llanura programática de las candidaturas, sin clivajes de autoridad ni claros objetivos políticos y fundamentos  técnicos, se agrega una lucha sorda y personalizada por el control crudo del poder, por fuera del orden tradicional de los partidos. El denominador común, a ambos lados del espectro doctrinario, es el rechazo, abierto o encubierto,  del modelo y una acelerada desinstitucionalización del país.

El  cambio de ciclo político, proveniente en parte importante de las movilizaciones sociales de  los últimos dos años, ha sido internalizado rápidamente por todos los actores, pero sin expresarlo en un contenido orgánico real como propuesta o programa. Los primeros grandes perdedores  del proceso han sido  los partidos políticos, no sus redes internas de poder, sino su organización de tales,  que sólo sigue viva exclusivamente por las granjerías y monopolios que le están acordados por ley dentro del sistema político. Si ellas se eliminasen, los partidos se fracturarían en mil pedazos.

[cita]La mayoría de los hechos son escaramuzas y batallas diferenciadoras entre sectores y candidatos, basadas en insinuaciones audaces sobre temas que, si bien importan a la ciudadanía, no definen el derrotero político del país. Tan leves son, que incluso se simbolizan en alusiones a personajes económicos relevantes, como el hacerlos pagar impuestos de verdad, lo que deja en evidencia que la política, el abuso y la impunidad van desnudas en el país, en un menage a trois político, que provoca el malestar ciudadano.[/cita]

En parte ello explica el ensimismamiento y ambigüedad política de las candidaturas, la principal de las cuales es la de Michelle Bachelet. Su estrategia de no mostrarse ni comprometerse excesivamente,  más que expresión de cultura burocrática de la líder, es una táctica clara de no gastar su posición de favoritismo electoral, y dejar que la inercia corra sin compromisos. Su propio bloque de apoyo se licuó, pasando de ser una Concertación de partidos por la democracia a una Nueva Mayoría, que se expresa como un fenómeno abiertamente electoral detrás de un caudillo. Ya no hay partidos, sino redes y amistades, y eso es un síntoma preocupante para una democracia representativa.

Ese escenario explica también la lucha  que se libra al interior de la coalición gobernante, en la cual  las insuficiencias electorales de su candidata presidencial, derivan la atención preferente al parlamento, provocando acciones fratricidas por los escaños parlamentarios, no ya con programas, sino con personas que las redes de poder consideran fundamentales para articular la política que represente al sector en el próximo periodo.

El Presidente de la República, un jugador arriesgado, ha terminado siendo un actor relevante de este escenario, buscando un espacio de trinchera que trascienda su mandato y lo deje en una posición gravitante. Pero lo hace solo y conmocionando las bases políticas y doctrinarias de la derecha tradicional con hechos muy simples —según la opinión generalizada, con miras a las elecciones presidenciales del 2017— como enterrarle una estaca en el pecho al viejo tronco pinochetista y complicar al mundo de la Nueva Mayoría en su campo predilecto: la ética republicana. No otra cosa significa el cierre del Penal Cordillera.

En todo caso, la mayoría de los hechos son escaramuzas y batallas diferenciadoras entre sectores y candidatos, basadas en insinuaciones audaces sobre temas que, si bien importan a la ciudadanía, no definen el derrotero político del país. Tan leves son, que incluso se simbolizan en alusiones a personajes económicos relevantes, como el hacerlos pagar impuestos de verdad, lo que deja  en evidencia que la política, el abuso y la impunidad van desnudas en el país, en un menage a trois político, que provoca el malestar ciudadano.

Ponerles cifras o fundamentos a las promesas electorales al parecer nadie quiere hacerlo. La percepción es que una contabilidad seria arruinaría la fiesta de promesas, muchas de las cuales quedarán incumplidas, salga quien salga. La tensión  del momento no está en los equilibrios fiscales ni en la estabilidad de las instituciones, sino en la ecuación del poder para encontrar la mejor alianza.

Como no hay populismo sin caudillos, parte importante de la lucha política es por emerger o consagrarse reconocidamente —y con apoyo electoral— como un caudillo. Ello, independientemente de la consistencia y significado de la red de poder que pueda sostener o dar viabilidad a su gobierno.

Malas noticias para el país, en medio de una elección plana y sin mayores novedades, y un contexto social y político muy abierto en todo el país.

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