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El voto en la sociedad neoliberal

Enrique Astorga Lira
Por : Enrique Astorga Lira Abogado y ex consultor de OIT y CEPAL.
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De arriba hacia abajo, ¿qué nos devuelven nuestros presidentes y parlamentarios?: pequeños avances en materia social e infraestructura, crecimiento económico para minorías y empleo precario para las mayorías, contaminación generalizada, bajos ingresos, desnacionalización de nuestros recursos básicos, un país cada vez más intervenido, un montón de abusos, y las desigualdades más marcadas de nuestra historia. Para que la paz perdure, un bombardeo diario de programas de TV y radio, la gran mayoría orientados a bloquear nuestra capacidad de pensar y crear verdaderos estados de inconciencia colectiva en torno de lo superfluo.


Mientras más participen los ciudadanos tanto en elegir representantes, como en tomar decisiones frente a los problemas nacionales, más potente es la democracia. En este sentido el voto es un acto político de decisión de los ciudadanos sobre los problemas fundamentales que lo aquejan.  Pero, en nuestra práctica política, el voto sólo sirve para elegir representantes en medio de una avasalladora economía  de mercado; si a ello agregamos las graves restricciones derivadas del sistema electoral, se observa cómo las elecciones se han transformado en una operación comercial para designar representantes que luego se inmovilizan por el empate político. Romper ese empate es la batalla más compleja para que la transferencia de poder mediante el voto tenga algún sentido.

Cuando votamos lo más importante que entregamos es un enorme poder para que nuestros representantes, desde el Parlamento y Presidencia,  administren todo lo público y también el poder para reorganizar todo lo privado. El voto es de tal importancia que transfiere el ejercicio de la soberanía, con lo cual, se renuevan los poderes del Estado y permite, por tanto, que continúe funcionando el sistema.

La transferencia de poder que el pueblo chileno hace en cada evento electoral, viene precedido de un espectáculo que se da al interior del mercado electoral. El mercado electoral es el proceso orientado a seducir la voluntad política de los ciudadanos, para que marquen el día de las elecciones su preferencia a favor de un determinado candidato. Durante este período preelectoral se ponen en práctica las mismas técnicas que los “fabricantes de opinión” usan para que el consumidor se decida por un determinado producto.

[cita]De arriba hacia abajo, ¿qué nos devuelven nuestros presidentes y parlamentarios?: pequeños avances en materia social e infraestructura, crecimiento económico para minorías y empleo precario para las mayorías, contaminación generalizada, bajos ingresos, desnacionalización de nuestros recursos básicos, un país cada vez más intervenido, un montón de abusos, y las desigualdades más marcadas de nuestra historia. Para que la paz perdure, un bombardeo diario de programas de TV y radio, la gran mayoría orientados a bloquear nuestra capacidad de pensar y crear verdaderos estados de inconsciencia colectiva en torno de lo superfluo¨.[/cita]

El voto en el marco de la economía de mercado tan exagerada que tenemos, se asemeja a los bienes comerciales, toda mercancía tiene un costo y genera una ganancia. El voto tiene un valor económico, tiene un costo para el candidato y otro para el elector. Para el candidato es la cantidad de votos obtenidos dividido por la inversión realizada. Para el elector son los gastos de traslado y a menudo alimentación en el día de la elección

En el mercado de productos se intercambian bienes por dinero, en el mercado electoral promesas por voto. Igual que en las ventas de productos, a medida que las promesas son apoyadas por un mayor gasto, aumenta su capacidad de atraer votos o vender, en el caso del comercio. Sin embargo, es un intercambio muy desigual: el elector transfiere poder al contado, al momento de sufragar, a cambio de una promesa condicional, que tal vez podría cumplirse o no en el futuro.

Los votos son como los peces, mientras andan libres no pertenecen a ningún candidato (salvo los que están en las peceras políticas), el arte del candidato es extender las redes para capturarlos; una vez que logra atraparlos, sólo en ese momento el voto, como el pescado, tienen  valor, y se transforman en mercancía que, como cualquier otra, tienen un costo de producción para el candidato y le generan una ganancia equivalente al ingreso que obtendrá en el cargo que ganó en la elecciones. No hay dudas de que, a mayor inversión electoral, mayor captación de votos, y se trata, además, de uno de los negocios más rentables, y todavía el gobierno, es decir, todos los chilenos, le devuelve al candidato buena parte del gasto realizado en capturar votos.

Al regirse el voto por las leyes de las cosas, la desvalorización del voto devalúa también al propio elector. De acuerdo a las  estadísticas electorales y financiamiento de los candidatos, el valor del voto es mayor en las elecciones municipales y parlamentarias y mucho menor  en las presidenciales. Hay una relación directa con la escala de operaciones como cualquier otro producto que entra al mercado. De ahí resulta que, a medida que aumenta la importancia política del cargo, disminuye el valor promedio del voto. En la elección presidencial se buscan los votos al por mayor, en las municipales al menudeo. Tanto más barato es el voto, menor importancia tiene el elector. Lo mismo sucede con el consumidor de las grandes tiendas, si compra, bien o si no, qué importa, total la demanda es alta, no así en las pequeñas tiendas de los barrios y pueblos.

La demanda es fundamental en el mercado de productos, y la oferta que hacen los candidatos es determinante para la captura de votos en el mercado electoral. En  ambos casos, la magnitud y frecuencia de la inversión en propaganda y otras actividades, es determinante para convencer al consumidor, o para convencer al elector; la primera apunta al bolsillo, la segunda abruma y presiona la voluntad del ciudadano.

Los votos y la compra de un producto pasan previamente por la decisión de las personas, pero cuando el voto es depositado en la urna, en ese instante desaparece la persona, queda en el anonimato, sin voz, ni rostro, lo que importa es que sufragó o compró. Si el elector no marcó o anuló el voto, no sirve a nadie, no elige, se perdió la inversión, es un voto vano, es puro gasto como la espiga de trigo sin granos. El elector que no asiste a sufragar, es como el consumidor que no llega a la tienda a comprar, o el elector que no va a la escuela a transferir poder político, la propaganda no logró sacarlo de su casa.

Pero no todo voto es inútil, sólo aquel que no sirve para casi nada, aquel imposibilitado de producir cambios de fondo, aquel que resulta de usar a los electores a sabiendas de que el poder que reciben los representantes no lo pueden ejercer. En el neoliberalismo, el voto no es  libre, es capturado por los millones de dólares que se invierten  en el mercado electoral.

 El voto: crucifixión y entierro de la participación

Una vez que el elector llega a sufragar, después de ser víctima de una verdadera feria de letreros, de un carnaval de candidatos y promesas, que invaden las calles y plazas, radios y noticieros, una competencia con reglas escritas a favor de minorías, después del acoso desmedido al elector, viene el momento culminante que resume todos los esfuerzos desplegados.

El día de las elecciones el elector entra a la sala, se identifica, firma un libro, recibe la papeleta del voto y un lápiz; se introduce en un pequeño templo improvisado, según la ley sólo dispone de un minuto (art.64, Ley 18.700), es el instante supremo en que el ciudadano se va a desprender del poder o ejercicio de la soberanía, con el lápiz en la mano marca su preferencia por un candidato haciendo una “cruz a la raya horizontal” (art.24) , y, luego, debe introducir el voto en la urna.

¿Qué fue lo que hizo el elector al votar? Con una metáfora la ley anuncia una gran verdad: el elector crucificó su voluntad política (ahí murió su participación), y, después, enterró su derecho soberano en una caja llamada urna.

Después de este acto de transferencia nadie se interesa por él, se acabó la fiesta, sale del recinto desprovisto de poder. Quien tenía todos los poderes antes de la elección, quedó solo, abandonado a su suerte, transfirió su poder a otros para que decidan a su nombre y sin consultarle. El pueblo quedo allá abajo mirando el espectáculo de los políticos y la agonía de los partidos.

Cuando se abre la urna, los votos reviven y entran a la ingeniería electoral del binominal, para que allá arriba, entre los parlamentarios, siempre haya un empate. Durante más de 20 años el elector ha sido burlado, incluso, a menudo su voto lo contabiliza el contrario. Si votó pensando en cambios, perdió; si votó para que todo siga igual, ganó. Si su candidato pierde, apostó mal; si gana, no puede tomar acuerdos importantes, por ello, al ganar también pierde, una especie de voto botado, un eterno círculo vicioso. Se usa y abusa del sentimiento ciudadano de cumplir con un deber cívico.

Desde abajo hacia arriba dotamos a nuestros representantes de la enorme facultad de administrar y decidir sobre todo lo público y lo privado. Económicamente, es un cheque en blanco; políticamente, es el poder absoluto; legalmente, la facultad de dictar las leyes que quieran; institucionalmente, crear las entidades que deseen. Están facultados y tienen los medios para producir todos los  cambios que quieran. Pueden, por ejemplo, cambiar la Constitución, limitar la propiedad privada, reorganizar  el poder judicial, reestructurar las FF.AA., recuperar todos los recursos en manos de transnacionales. El poder que los ciudadanos transfieren a través del voto es ilimitado.

Con ese enorme poder que los electores les entregan pueden hacer todo, pero una red de intereses, rivalidades, ambiciones y normas legales los diferencian y maniatan para inmovilizarlos, y terminan dando un penoso espectáculo y a lo más realizando  mejoras marginales.

Ahora, de arriba hacia abajo, ¿qué nos devuelven nuestros presidentes y parlamentarios?: pequeños avances en materia social e infraestructura, crecimiento económico para minorías y empleo precario para las mayorías, contaminación generalizada, bajos ingresos, desnacionalización de nuestros recursos básicos, un país cada vez más intervenido, un montón de abusos, y las desigualdades más marcadas de nuestra historia. Para que la paz perdure, un bombardeo diario de programas de TV y radio, la gran mayoría orientados a bloquear nuestra capacidad de pensar y crear verdaderos estados de inconsciencia colectiva en torno de lo superfluo.

La sociedad chilena dará un enorme paso hacia adelante cuando el voto no sea un acto aislado de transferencia comercial de poder, sino un acto de participación mediante la incorporación de los ciudadanos a las grandes decisiones nacionales. Para que el voto deje de ser una mercancía electoral, es necesario reivindicar el valor de la voluntad política de los ciudadanos, buscar otra forma de presentación de los candidatos y no transformar las elecciones en el compartimiento político del mercado de productos.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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