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Michelle, caudillo Opinión

Michelle, caudillo

Santiago Escobar
Por : Santiago Escobar Abogado, especialista en temas de defensa y seguridad
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Marzo será el inicio de un inédito ejercicio de poder personalizado en la democracia desde 1990 hasta acá. En medio de una crisis política enorme de la derecha –casi un desmembramiento– y con una crisis de legitimidad del Congreso que tiene a mal traer la representación política en el país, Michelle Bachelet tiene una prueba de caudillo. Es lo que buscó y consiguió, ahora hay que ver su talante ante el resto de los poderes y cómo arma el gobierno.


En la sociedad moderna la velocidad es todo, señala Paul Virilio. Manuel Castells, en La Sociedad de la Información, insiste repetidamente sobre el mismo tema. Lo que pocos dejan en claro es que, en política, la velocidad es también relativa a los objetivos. Debe ser coherente con lograrlos, considerando el arco de relaciones sistémicas que plantea la meta. De ahí que en política confundir velocidad con rapidez es un error de fondo.

La velocidad a la que se mueve Michelle Bachelet hasta el momento ha resultado óptima y, a la luz de los resultados, no cabe duda que ha manejado el tiempo con precisión extrema. Todos sus contrincantes yacen, la mayoría, muertos de atarantamiento.

Instalada en un poder acentuadamente personal, ya gobierna, con un ritmo cansino de cumbia, pero lo hace. Por omisión o silencio.

La primera víctima de su juego de cintura fue la antigua coalición de partidos que la proclamó. Pese a ser una construcción política cultural señera en su sector, pasó a mejor vida sin certificado de defunción en El Bosque, cuando en su primer discurso convocó a una Nueva Mayoría. Los partidos que la componían pasaron del debate de las primarias a un giro vasallo de su acción frente a la líder,  ante quien se rindieron anticipadamente como “nuestra candidata” y “nuestra presidenta”, sin muchas ideas, sin mucho debate. El que se mueve no sale en la foto.

[cita]Cualquier poder, personalizado o no, está sujeto, en un régimen democrático, al control público, la crítica y la transparencia, además de reglas de probidad y legalidad. Este es el primer campo que debe cruzar la nueva coalición de gobierno. La exhibición del cuadro directivo será la primera señal. Hasta ahora todo es todavía reservado y personal. [/cita]

En estricto rigor, no hubo programa ni propuestas, sino una lista de almacén mientras la candidata “escuchaba a la gente”. Las prioridades, todas de muy largo plazo, vienen de fuera de la coalición: educación gratuita, nueva Constitución, reforma tributaria. Sobre todo esta, que tensará desde marzo el inicio del gobierno de la Nueva Mayoría, pero le dará épica a los 100 primeros días.

La velocidad del momento la marca la conformación del gabinete (“es un tema que compete exclusivamente a la Presidenta”, dicen aspirantes y partidos), transformado todo en una tonada. Se canta pero no se baila, aunque todos van al besamanos del poder, grandes y chicos, expresando sus aspiraciones. Y todos se estacionan en los distintos campamentos armados en torno al poder, esperando que los llamen. Y haciendo esfuerzos por mantener la vigilia. La pregunta del día es ¿cómo te llevai con Arenas, o el Peña…?

Pero vamos, chiquillos, como diría la Presidenta, no hay que cejar. Porque esta democracia, con problemas institucionales agravados por el gobierno de los mejores, demostró que existen cerca de mil 800 cargos vitales para que funcione el Estado con cierta normalidad. Por recordar algunos: el jefe de estudios del INE, el Superintendente de Valores, el de Bancos y todos los otros superintendentes, el jefe de la División de Grandes Contribuyentes del SII, o el director del Registro Civil, el de la Dipres, el jefe del sistema de empresas públicas, el director del Sernac, la auditoría interna de Gobierno. Para qué seguir.

Existe la duda de si la Jefa controla todo y ya decide cosas chicas. Si existen, por ejemplo, alianzas transversales visadas por ella, como la que evidencia el nombramiento, hace pocas semanas, de Jaime Pérez de Arce, socialista, como Vicepresidente de Recursos Humanos de Codelco, o de Cristián Quinzio como asesor legal del organismo, para asegurar –según se dice– la continuidad de Thomas Keller en la Presidencia Ejecutiva. O si, por el contrario, el tema es un a la mexicana de quienes desean ejercer la propiedad corporativa de Codelco y la Presidenta ni lo sospechaba.

Da lo mismo,  dice una joven parlamentaria del PC cuando se les pregunta sobre estos y otros temas. Nosotros “tenemos metas, no plazos”, e hicimos presente “nuestros puntos en el programa de gobierno”, en un feliz ejercicio de optimismo en el campus político del binominal, pero, claro, “teniendo a los movimientos sociales en mente”.

La comodidad del PC es evidente. Tiene votos para decidir mayorías, no existe más la Concertación, bien muerta por Bachelet, y habla de igual a igual con el resto de los partidos. No es allegado, es fundador. Si la Presidenta “nos invita” (como seguro lo hará) “lo consideraremos”, total, para eso el jefe manda.

Marzo será el inicio de un inédito ejercicio de poder personalizado en la democracia desde 1990 hasta acá. En medio de una crisis política enorme de la derecha –casi un desmembramiento– y con una crisis de legitimidad del Congreso que tiene a mal traer la representación política en el país, Michelle Bachelet tiene una prueba de caudillo. Es lo que buscó y consiguió, ahora hay que ver su talante ante el resto de los poderes y cómo arma el gobierno.

Sólo un punto doctrinario se debe dejar en claro: las Constituciones son, en primer lugar, garantía para las minorías y las libertades civiles y derechos ciudadanos. Cualquier poder, personalizado o no, está sujeto, en un régimen democrático, al control público, la crítica y la transparencia, además de reglas de probidad y legalidad. Este es el primer campo que debe cruzar la nueva coalición de gobierno. La exhibición del cuadro directivo será la primera señal. Hasta ahora todo es todavía reservado y personal.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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