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Lenguaje, Desarrollo y TVDT

Roberto Meza
Por : Roberto Meza Periodista. Magíster en Comunicaciones y Educación PUC-Universidad Autónoma de Barcelona.
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La TV, la buena TV, puede ser, en lo que a ella corresponde y nada más, un muy buen instrumento auxiliar en este proceso, especialmente a nivel infantil. La esperada próxima aprobación de la nueva ley de TV digital terrestre es una oportunidad para que el Estado destine alguna de las nuevas frecuencias a la estimulación neurolingüística infantil gratuita.


Hace ya casi un par de décadas, Roberto Fantuzzi me comentaba que, para seleccionar personal aprendiz para la fábrica familiar, hacía leer a los jóvenes aspirantes un texto de diario y después les pedía que se lo explicaran. “Si no entienden lo que leen en un diario, ¿cómo comprenderán después las instrucciones de un manual de uso de alguna maquinaria?”, preguntaba. E pur si muove, los jóvenes –incluso esa mayoría que no entiende los textos que lee– siguen llenando puestos de trabajo y, finalmente, aprendiendo mediante el “hacer” e incorporación de la información a través de la práctica, reemplazando eficazmente la nominación de materiales, procesos y fenómenos de su labor, pero transformándolos en expertos “mudos” que, si bien hacen su trabajo, para comunicarlo a terceros deben recurrir a las consabidas palabras “comodines” que los chilenos usamos en abundancia, dada nuestra particular asiduidad a citar en cada frase esa célula calcárea que permite la reproducción de aves y ornitorrincos.

Aunque es materia de polémica, estudios cuantitativos revelan que los chilenos promedio usamos no más de 3 mil palabras en nuestro léxico diario. El castellano posee más de 100 mil y, si se agregan las nuevas derivadas de descubrimientos científicos y avances técnicos que, por obvias razones, adoptamos del inglés (habitualmente mal pronunciado), el número de potenciales nominaciones específicas para cosas y fenómenos aumenta aún más.

Sergio Urzúa nos informa, en una reciente columna, que un estudio realizado en EE.UU. por dos especialistas en educación a fines de la década de los 60 (B. Hart y T. Risley), correlacionó la exposición al lenguaje de los padres de una muestra de niños de entre siete meses y tres años con su posterior desempeño escolar, detectando que los hijos de familias profesionales escuchaban, en sus primeros mil días de vida, 30 millones de palabras más que aquellos de familias pobres. El resultado de esta menor intensidad en la “programación” neurolingüística era peores resultados en la educación formal.

[cita] La TV, la buena TV, puede ser, en lo que a ella corresponde y nada más, un muy buen instrumento auxiliar en este proceso, especialmente a nivel infantil. La esperada próxima aprobación de la nueva ley de TV digital terrestre es una oportunidad para que el Estado destine alguna de las nuevas frecuencias a la estimulación neurolingüística infantil gratuita.[/cita]

Trabajos como el citado hay miles y las ciencias de la educación han probado hasta el hartazgo que el destino del desarrollo cerebral y, por consiguiente, de las competencias y habilidades que mostrarán las personas en su juventud y madurez se decide entre los cero y seis años. De allí la tendencia mundial a poner acento en la educación preescolar y escolar temprana, y lo positivo que es el énfasis puesto por nuestras autoridades en la instalación de más jardines infantiles, kindergartens o guarderías, así como su reciente gratuidad y obligatoriedad.

Sin embargo, este paso es parte de un proceso cuya complejidad es mayor. Desde luego, se requiere que quienes atienden a esos pequeños tengan una experticia mínima en áreas de estimulación infantil, así como un vocabulario propio que enriquezca la “programación” de esos niños. Recientes resultados de pruebas oficiales realizadas a estudiantes de educación parvularia muestran que queda mucho trabajo por hacer.

Por lo demás, las palabras por sí solas, como conjunto de sonidos emitidos a través del aire y recepcionados por los pequeños cerebros en formación, no bastan. Cada una de ellas está vinculada a una situación o entorno de aprendizaje que las “cargará” de connotaciones que colorearán su uso y aplicación de modo diverso en cada receptor particular. Por esta razón, el factor emocional es clave para el “anclaje” o memorización útil (orexia o anorexia) de los conceptos que el educando va incorporando a su propio lenguaje y conformación de mundo. El dolor y el placer de aprender es, pues, muy relevante a la hora de la eficacia en la internalización. De allí la importancia del juego en la educación.

Educar eficiente, eficaz y exitosamente a los miles de niños que anualmente se integran al proceso, así como a los millones que ya están en él, intentando conscientemente romper las barreras y discriminaciones económicas, sociales, políticas y culturales que se critican, es un desafío de enormes proporciones. Afortunadamente, Chile está en las mejores condiciones subjetivas para abordarlo, dada la relevancia que la ciudadanía ha otorgado a la educación como medio de igualación de oportunidades. Pero, debido a su carácter sistémico, es evidente que el desafío no lo resolverán sólo autoridades, profesores y alumnos. Se requiere de un esfuerzo social de envergadura que importa a la familia y la ciudadanía organizada en general.

La TV, la buena TV, puede ser, en lo que a ella corresponde y nada más, un muy buen instrumento auxiliar en este proceso, especialmente a nivel infantil. La esperada próxima aprobación de la nueva ley de TV digital terrestre es una oportunidad para que el Estado destine alguna de las nuevas frecuencias a la estimulación neurolingüística infantil gratuita. El país, tras la anunciada reforma tributaria para la educación, contará con los recursos económicos y humanos para la materialización de un programa nacional que se puede llevar a cabo en poco tiempo y en red con los educadores de todos los jardines, guarderías o kindergarten del país, incluso los más alejados. Las experiencias mundiales de la llamada “Baby TV” son un buen bagaje de experiencia aplicada que permitiría evitar errores gruesos y generar las mejores condiciones de apoyo a la gestión educacional en los establecimientos que libremente decidieran utilizar la frecuencia en esa tarea.

Mejorar el uso del lenguaje, su cantidad y calidad, incrementa la capacidad de “almacenaje” de la memoria y hasta genera cambios en el volumen del cerebro. Por consiguiente, tener un lenguaje más amplio aumenta nuestras cualidades de asociatividad, creatividad y disposición a aprender cada día más, acrecentando las potencialidades futuras de las personas. Un país ingresando a la Sociedad de la Información y el Conocimiento como el nuestro, no debe dejar pasar esta posibilidad. Las nuevas generaciones lo agradecerán.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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