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Impredecibles

Cristóbal Acevedo
Por : Cristóbal Acevedo Abogado y Master en Ingeniería Industrial, PUC MSc © Economic Policy, UCL
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Porque nuestra historia está colmada de ciclos políticos que quiebran esquemas preconstituidos, tradicionalmente hemos sido considerados un buen lugar para tomar la temperatura de los tiempos que corren. Pero nuestra lejanía y modesta población nos ha hecho pensar que –cual ritualista abrazo del año nuevo– nos limitamos cada año a marcar el paso de un sendero transitado.


Siendo la asunción de Bachelet a la Presidencia de la República un evento poco común en nuestra historia (e internacional), quizá puede ser el punto de partida para que comencemos a mirar a Chile como un país poco predecible. Y es que generalmente nos miramos como un país pronosticable en su comportamiento político, económico y cultural, cuando en realidad no lo es y, probablemente, nunca lo ha sido.

Al ser doblemente inédita, la llegada de Bachelet a La Moneda es sólo un ejemplo de aquello. No solamente logrará reunir en sí misma la segunda jefatura de Estado en manos de una mujer en nuestra historia, sino que hoy se transforma en la primera reelección presidencial en Chile en los últimos 70 años, o la primera en casi 100 años que logra la reelección habiendo concluido su primer mandato, lo que no lograron los dos veces presidentes Arturo Alessandri y Carlos Ibáñez.

Pero eso no es todo, el día de hoy se completa el cierre de lo que –probablemente– es el primer ciclo de alternancia política no traumática en nuestra historia reciente. Una alternancia “flash” impredecible hace cinco o seis años. Desde nuestra corta memoria, sin embargo, hoy nos parece obvio que Bachelet vuelva a la Presidencia de la República.

Al autoclasificarnos inconscientemente como predecibles (una especie de subcategoría de conservadores), los chilenos hemos creído que las cosas seguirán su curso natural como si nada fuese posible de cambiar, como si no existieran los vuelcos de timón en nuestra historia (o que siquiera exista un timón que nos pueda llevar hacia otros cauces), ni que seamos capaces de accionar un quiebre en los esquemas de lo que miramos como “normal”.

[cita]Porque nuestra historia está colmada de ciclos políticos que quiebran esquemas preconstituidos, tradicionalmente hemos sido considerados un buen lugar para tomar la temperatura de los tiempos que corren. Pero nuestra lejanía y modesta población nos ha hecho pensar que –cual ritualista abrazo del año nuevo– nos limitamos cada año a marcar el paso de un sendero transitado.[/cita]

Los noventa, con su transición política, el empate binominal y el crecimiento “natural” de nuestra economía, nos hicieron pensar que Chile era una especie de encarnación del fukuyamesco “fin de la historia”. Pero las reconfiguraciones políticas, la proliferación de partidos, la repolitización de la sociedad, “La Gran Recesión”, los movimientos sociales, el retorno de una recargada agenda valórica, se encargaron de mostrarnos lo contrario.

Si hace 10 años era difícil imaginarse a la derecha en el poder, hace 4 años lo era pensar que la “Concertación 2.0” estaría de vuelta en La Moneda el día de hoy. Si hace 4 años –cuando la agenda de Chicago marcaba nuestra ruta económica– era improbable un debate masivo sobre gratuidad universal en la educación, aumento de impuestos, creación de empresas estatales, pero hoy en día este debate nos parece el natural pan de cada día.

En la década pasada pensábamos en Chile como un país preconstituido que debíamos administrar y no como un “reino” en construcción. Así, jurábamos de guata que la agenda de seguridad ciudadana se había instalado ad eternum como la principal y, casi única, prioridad de los chilenos. Ignorábamos que nuestra realidad social e idiosincrasia es tan compleja como nuestra geografía y que los ojos del mundo siempre han puesto su atención sobre nuestra patria –precisamente–, porque hemos sido una especie de impredecible pipeta de ensayo de cuanto experimento social y político ha existido en la modernidad.

Porque nuestra historia está colmada de ciclos políticos que quiebran esquemas preconstituidos, tradicionalmente hemos sido considerados un buen lugar para tomar la temperatura de los tiempos que corren. Pero nuestra lejanía y modesta población nos ha hecho pensar que –cual ritualista abrazo del año nuevo– nos limitamos cada año a marcar el paso de un sendero transitado.
Efectivamente nos cuesta sorprendernos con lo que sucede en nuestro lejano territorio. Y es que quizás, hasta en eso, somos bastante impredecibles.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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