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NIDO 20 del general Alberto Bachelet

Patricio Carbacho Astorga
Por : Patricio Carbacho Astorga Capitán de Bandada (A) en Retiro
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Sin duda que donde quiera que hoy esté Alberto, debe estar regocijado de ver a su Patria encaminada en una senda de progreso y respeto por aquellos valores que tanto amó, los valores que constituyen la incesante búsqueda de la plenitud del potencial del hombre y que su hija, la Presidenta Michelle, a no dudarlo, ha heredado como la más valiosa consigna de su padre.


«Recuerdos de treinta años» es una de las marchas con que solíamos desfilar en la Escuela de Aviación, y ese mismo nombre, que evoca tantas remembranzas y vivencias, es el que hoy parece muy apropiado, cuando ya han transcurrido cuarenta años desde aquel 12 de marzo del año 74 en que vimos apagarse en los brazos de sus camaradas del aire, a la egregia figura de nuestro querido general Alberto Bachelet Martínez.

Aún recuerdo su apuesta figura de cabello canoso y ese contraste tan suyo entre la seriedad que imponía el uniforme azul aéreo de general de la República, con esa natural bonhomía que lo hacía tan querido por todos.

A lo largo de nuestra vida institucional, fuimos conociéndolo, respetándolo y admirando sus cualidades de jefe, de compañero y amigo. No fueron pocos los que integraban su círculo de amigos más cercanos. Los oficiales más antiguos, solían comentar que fue la familia del joven estudiante Bachelet la que intercedió ante el comandante del Regimiento de Artillería Antiaérea, el entonces coronel Osvaldo Puccio, para que seleccionara a dos postulantes al servicio militar en la Fuerza Aérea: los estudiantes Jorge Gustavo Leigh Guzmán y Alberto Bachelet Martínez.

Curiosamente, en aquella época había que ir bien recomendado para poder ser seleccionado para el servicio militar de la Fuerza Aérea. Transcurrido el tiempo normal del Servicio Militar, fue a solicitud del propio Bachelet que el coronel Puccio accedió a recomendar a Gustavo Leigh para una beca de la joven y pujante Fuerza Aérea de Chile a la Escuela Militar. Posteriormente, ambos volvieron a encontrarse siendo ya oficiales de la Fuerza Aérea, Gustavo Leigh como oficial de la Rama del Aire y Alberto Bachelet como oficial de la Rama de Administración. Son muchos los que recuerdan que, cada vez que Gustavo Leigh tuvo que salir en comisión de servicio al extranjero, su gran amigo «Beto» fue quien actuó como su apoderado general para administrar en Chile sus asuntos financieros. También fue en aquella época que Alberto Bachelet le presentó a Alicia Yates, la Reina del Festival de la Primavera en la comuna de Providencia, que tiempo después fue la primera esposa de Gustavo Leigh.

[cita]Sin duda que donde quiera que hoy esté Alberto, debe estar regocijado de ver a su Patria encaminada en una senda de progreso y respeto por aquellos valores que tanto amó, los valores que constituyen la incesante búsqueda de la plenitud del potencial del hombre y que su hija, la Presidenta Michelle, a no dudarlo, ha heredado como la más valiosa consigna de su padre.[/cita]

A lo largo de su carrera, el inquieto general Bachelet fue dejando las huellas de su paso por la institución. Él fue quien automatizó los procesos contables introduciendo la computación en la Fuerza Aérea, para luego implementar criterios de eficiencia en la administración de recursos instaurando el presupuesto por programa en conjunto con la administración por objetivos; fue socio fundador del Club de Tiro al Vuelo, organizador y presidente del Club Deportivo Aviación, llevándolo a participar en la División de Ascenso del fútbol profesional. Para nosotros era normal verlo los días sábado sentado en las graderías de la cancha de fútbol del Estadio de El Bosque, con su mechón canoso caído hacia un lado, observando con atención el entrenamiento del equipo de fútbol, mientras otros gozaban del descanso de fin de semana. Deportista ávido, de pronto lo veíamos jugando basquetbol, otras veces practicando en las canchas de tenis u organizando una cacería de tórtolas, su deporte favorito.

El tsunami político que el año 73 azotó a la democracia chilena, no estuvo ausente en nuestra querida institución aérea. Fuimos muchos los suboficiales y oficiales que sufrimos la ingratitud de vernos separados de las bandadas institucionales. Allí fuimos llevados por nuestros propios compañeros a la tortura en la Academia de Guerra Aérea, luego trasladados a la Academia Politécnica, más tarde a la cárcel pública y finalmente enfrentados a un juicio inicuo que rotularon como «La Fuerza Aérea de Chile Contra Alberto Bachelet y otros».

En aquel entonces y aún hoy, ese proceso constituye una reversión de la justicia, juzgando en un inexistente tiempo de guerra, cual traidores de la patria, a quienes habíamos jurado y respetado la Constitución. Para ello trataron de sentar las bases con una peregrina teoría mediante, la cual al gobierno que había sido elegido constitucionalmente lo designó como enemigo. Curiosamente, el rótulo del proceso en que se leía «La Fuerza Aérea contra Alberto Bachelet y otros», fue el que menos justificación podía tener por los cargos que presentaron. ¿Cómo poder acusarlo de ser Secretario de Distribución si la propia institución lo había recomendado y comisionado a tal cargo?

La primera vez el General fue detenido el mismo 11 de septiembre en su oficina del Ministerio de Defensa, por orden de Gustavo Leigh, el amigo de toda su vida. Esa misma noche fue liberado, pero su casa fue allanada el 14 de septiembre y él fue nuevamente arrestado.

Estuvo detenido en la Academia de Guerra Aérea donde fue objeto de interrogatorios y torturas por parte de sus camaradas de armas. Luego fue transferido al Hospital de la Fuerza Aérea y, en una carta que envió a su hijo que vivía en Australia, le escribió: «Me quebraron por dentro, en un momento, me anduvieron reventando moralmente –nunca supe odiar a nadie– siempre he pensado que el ser humano es lo más maravilloso de esta creación y debe ser respetado como tal, pero me encontré con camaradas de la FACH a los que he conocido por 20 años, alumnos míos, que me trataron como un delincuente o como un perro».

El General fue nuevamente puesto en arresto domiciliario en octubre de 1973 y el 18 de diciembre fue detenido por tercera vez y trasladado a la Cárcel Pública, donde fue recibido en la celda donde estaban presos el general ingeniero Sergio Poblete, los coroneles Carlos Ominami, Rolando Miranda, Ernesto Galaz, y los capitanes Jorge Silva, Patricio Carbacho y Raúl Vergara.

La vida en la cárcel se caracterizó por la unión y camaradería de todos los suboficiales y oficiales. El general Bachelet fue quien se distinguió como compañero afable y camarada de todos.

El 11 de marzo de 1974 fue premonitorio de lo que ocurriría al día siguiente. El general fue llamado por la Fiscalía de Aviación y trasladado a declarar a la Academia de Guerra Aérea. Su corazón, averiado ya por tres infartos anteriores, sin duda debió soportar los rigores de permanecer de pie y la angustia de sentir que cualquier cosa, por bárbara que fuera, estaba dentro de lo posible que podía ocurrir.

El 12 de marzo en la mañana, mientras lavábamos los platos del desayuno, Alberto me dijo que estaba transpirando helado y que le trajera una trinitrina. A las once veinte se desplomó antes que pudiéramos ayudarlo. El doctor, comandante Álvaro Yáñez, trató infructuosamente de revivirlo. Alberto falleció en los brazos de quienes fuimos hasta el último instante sus camaradas del aire.

El diagnóstico del médico legista fue que había fallecido por un infarto del miocardio, sin embargo, creo que el inmenso corazón que tenía el general Bachelet no pudo soportar la tristeza que le causó la ingratitud de aquello que más había amado en su vida, la Fuera Aérea, fuera de su esposa Angela Jeria y de sus hijos Betingo y Michelle.

El tsunami también azotó a los templos de la masonería y al general Bachelet, quien en vida fue miembro activo, Venerable Maestro y fundador de varias logias masónicas, la Gran Logia de Chile le negó su velatorio en el Club de la República. Una ingratitud más.

Recuerdo que esa noche, mientras la quietud del silencio se nos hacía más agobiante, evocamos un poema que el querido general había citado en una carta a Angela, su esposa y compañera de toda su vida:

Tengo el alma, Señor, adolorida
por unas penas que no tienen nombre
y no me culpes, no, porque te pida
otra Patria, otro siglo y otros hombres.
Que aquel lugar con que soñé no existe,
con mi país de promisión no acierto:
¡Mis tiempos son los de la vieja Roma
y mis hermanos como la Grecia han muerto!

El 27 de abril pasado hubiera sido el cumpleaños de nuestro querido general.

Sin duda que donde quiera que hoy esté Alberto, debe estar regocijado de ver a su Patria encaminada en una senda de progreso y respeto por aquellos valores que tanto amó, los valores que constituyen la incesante búsqueda de la plenitud del potencial del hombre y que su hija, la Presidenta Michelle, a no dudarlo, ha heredado como la más valiosa consigna de su padre.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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