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Malestar, neoliberalismo y (sub) desarrollo

Guillermo Marín Vargas
Por : Guillermo Marín Vargas Cientista Político, M(c) en Estudios Sociales y Políticos Latinoamericanos. Coordinador de nuevociclo.cl. Secretario Ejecutivo en observatoriodecide.cl.
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El señor del reclamo no estaba enojado solamente por lo lleno del metro. Seguramente es uno más de los chilenos que ha sido vulnerado por algún banco y sus formas de cobranza o por alguna casa comercial y sus cobros excesivos. Quizás es uno de los tantos padres y madres que deben pagar altas sumas de dinero por matricular a su hijo en un colegio subvencionado, porque no confían en la educación municipal. O quizás es de aquellos miles de subcontratados que trabajan bajo condiciones indignas, sin derecho a organizarse, ni canalizar sus pretensiones de mejora.


“¡Vivimos en un país de mierda!”. Reclamó a viva voz un pasajero del metro de Santiago un día miércoles a las 8:30 de la mañana, producto de lo incómodo y atochado del vagón donde viajaba. Estaba junto a una mujer de la tercera edad que en su intento por salir a la estación de destino tuvo muchos problemas para avanzar  entre el mar de personas. El hombre del reclamo le decía: “Señora, los chilenos somos muy huevones, mire las condiciones en las que viajamos y cuánto pagamos por esto. Y ahora, además, quieren subir el pasaje cien pesos. ¡Sinvergüenzas!”. El alegato de este señor es ilustrativo de cierto malestar que ha estado presente en nuestra sociedad desde hace años. Con el paso del tiempo se ha hecho aun más agudo, llegando a un punto en que la apatía y desconfianza con las instituciones han puesto en duda el curso de nuestro modelo desarrollo.

En 1998, el informe producido por el PNUD vaticinaba la aparición de cierto malestar y sensación de inseguridad tras ocho años desde la vuelta a la democracia. El estudio evidenció que este problema estaba relacionado principalmente con tres elementos, pilares de nuestro modelo de desarrollo:

1)   El modelo actual mantiene inalterables las desigualdades sociales históricas del país. Parte de este problema se evidencia por la forma en que operan los sistemas de salud, educación y el mercado laboral.

2)   Tiende a no escuchar las subjetividades de las personas, no se valora su experiencia, por lo que no hay un vínculo afectivo con el desarrollo del país y ello le quita sustentabilidad en el tiempo.

3)   La estrategia de modernización chilena ha hecho uso extremo de las lógicas mercantiles, las que han debilitado las redes de confianza y cooperación entre las personas. La competitividad extremada ha socavado los flujos de información, el intercambio de conocimientos y experiencias, la colaboración gratuita.

[cita]El señor del reclamo no estaba enojado solamente por lo lleno del metro. Seguramente es uno más de los chilenos que ha sido vulnerado por algún banco y sus formas de cobranza o por alguna casa comercial y sus cobros excesivos. Quizás es uno de los tantos padres y madres que deben pagar altas sumas de dinero por matricular a su hijo en un colegio subvencionado, porque no confían en la educación municipal. O quizás es de aquellos miles de subcontratados que trabajan bajo condiciones indignas, sin derecho a organizarse, ni canalizar sus pretensiones de mejora. [/cita]

En parte, este diagnóstico crítico fue caldo de cultivo para la serie de problemas que comenzó a tener la –hasta el momento exitosa– coalición  de centro-izquierda que logró derrocar la dictadura. Aumentó la desconfianza hacia las instituciones, problemas de corrupción al interior del gobierno y, lo más relevante, una ruptura en la élite producida por las definiciones en torno al modelo de desarrollo que estaba impulsando la Concertación. Paulo Hidalgo, en su libro sobre el ciclo político de la Concertación, nombra a esta época como el inicio del fin del ciclo.

El augurio del informe del PNUD comenzó a hacerse realidad con mayor evidencia en el año 2006. Ya en ese período era axiomático que existían al menos dos interpretaciones en torno a los efectos del modelo en la vida de las personas. Por un lado, el éxito, la estabilidad política, crecimiento económico, aumento en el consumo, reducción de la pobreza y movilidad social. Por otro lado, la frustración, inseguridad, alto endeudamiento y desconfianza sistemática y transversal con las instituciones.

Los estudiantes secundarios fueron canalizadores de ese malestar, llenando las calles con grandes manifestaciones. En un inicio, las demandas planteadas tenían relación con una mejora significativa en las ayudas que entregaba el Estado y con más fuerza aún un cambio en la gestión de los colegios municipales. Sin embargo, con el paso de las semanas, poco a poco se fue haciendo evidente que el problema era más profundo aún. Las movilizaciones hicieron sentido a un gran porcentaje de chilenos y las críticas al modelo y a la élite no se hicieron esperar.

Tras esas movilizaciones la historia es conocida. Bachelet logró terminar su gobierno con alto porcentaje de aprobación, pero el candidato de continuidad pierde frente a una renovada derecha que plantea un proyecto de cambio al país, y es justamente en este gobierno donde lo planteado por el PNUD en el 98 explica –en parte– la sensación de crisis producida por la serie de grupos de la sociedad civil que comenzaron a hacer presión para generar cambios estructurales.

Movilizaciones sociales como no se habían visto en 20 años de democracia hicieron aguas la intención de la derecha por inaugurar un nuevo ciclo político donde ellos fueran los protagonistas. Quienes se movilizaron no eran sólo estudiantes, esta vez los ciudadanos de a pie se hicieron parte de marchas donde diversas demandas tenían un norte común: el modelo de desarrollo chileno no generó los niveles de bienestar, igualdad y seguridad prometidos. La alegría les llegó sólo a algunos.

En medio de este clima convulsionado, nuevamente un informe del PNUD da cuenta de los impactos del modelo en la percepción de los ciudadanos acerca de su forma de vida. Un 80% de las personas declara que ser feliz depende del individuo, mientras sólo un 20% declara que la felicidad depende de las condiciones de oportunidad que entrega la sociedad. A pesar de esto, un 77% de los chilenos se considera feliz, sin embargo, el 59% indica que en Chile no se respeta la dignidad de las personas. Es evidente que la temprana evaluación acerca del estado del bienestar subjetivo en el 98 tiene relación con los resultados del informe del 2012.

Es claro que existe cierta continuidad en torno a la evaluación de estos aspectos. A pesar de los logros del país en materia de crecimiento económico, existe de manera transversal en nuestra sociedad un déficit en materia de integración social, felicidad, conformidad con el proyecto de vida, dignidad, acceso cultura y educación; en el fondo, ausencia de bienestar subjetivo. A pesar de esta situación, en el ambiente político aún existen algunos neoliberales furiosos que plantean que el malestar es producto sólo de falta de competencia y libertad para el “emprendimiento personal”. Sin embargo, claro está que sin un cambio en la racionalidad de las políticas públicas y en la superación de las lógicas unidimensionales que explican los problemas del país desde la ortodoxia económica, experiencias como el Transantiago o el Crédito con Aval del Estado (CAE), seguirán siendo fuente de desprestigio de la acción Estatal. De ahí que las recomendaciones hechas por el prestigioso intelectual Norbert Lechner en el informe del 98 cobran hoy más relevancia. Es necesario volver a dotar de sentido la acción de Estado mediante grandes reformas que aseguren la integración social a través de la generación de derechos sociales que garanticen acceso a salud, educación, vivienda y previsión social.

Además, las políticas públicas deben estar vinculadas con las subjetividades de las diferentes comunidades, generando espacios de participación efectiva para hacer sentir parte al ciudadano de las acciones emprendidas por el Estado. Y, sin lugar a dudas, un proceso de descentralización permitiría que las comunidades locales y regionales se acerquen más a sus instituciones, generando espacios de gestión pública más colaborativa y cercana.

Todo esto bajo el macro objetivo de desmercantilización de espacios que han sido invadidos por las lógicas del proyecto neoliberal. Impulsar políticas que reconozcan el importante rol del desarrollo de las artes, las letras y las humanidades, disciplinas que permiten repensar el modelo desde un punto de vista más humano; fortalecer las organizaciones de la sociedad civil, permitiéndoles existir sin cooptación, pero influyendo desde sus subjetividades en las decisiones en materia de políticas públicas y planificación de nuestras formas de vida en comunidad.

El señor del reclamo no estaba enojado solamente por lo lleno del metro. Seguramente es uno más de los chilenos que ha sido vulnerado por algún banco y sus formas de cobranza o por alguna casa comercial y sus cobros excesivos. Quizás es uno de los tantos padres y madres que deben pagar altas sumas de dinero por matricular a su hijo en un colegio subvencionado, porque no confían en la educación municipal. O quizás es de aquellos miles de subcontratados que trabajan bajo condiciones indignas, sin derecho a organizarse, ni canalizar sus pretensiones de mejora.

La transformación social en torno a los temas planteados es urgente. La serie de suicidios que se han hecho públicos durante estas últimas semanas dan cuenta de que estamos en la etapa más oscura de agudización de los problemas del modelo. Es responsabilidad de todos –pero mucho más de aquellos que fueron elegidos para iniciar este proceso de cambios– realizar las transformaciones necesarias para frenar el paso acelerado de la apatía y el malestar en nuestra sociedad.

La política “en la medida de lo posible” ya no da para más.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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