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Acusaciones en la Iglesia Católica: confusión y verdad Opinión

Acusaciones en la Iglesia Católica: confusión y verdad

Jorge Larraín
Por : Jorge Larraín Prorrector de la Universidad Alberto Hurtado.
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Son personas que tienen todo claro, que saben cuál es la verdad en cada caso, que tienen particular aversión a las formulaciones ambiguas o que pudieran tergiversar la sana doctrina. Jamás tratan de entender las posiciones de los demás o sus argumentos. Ellos no tienen dudas, todo es blanco o negro. Para ellos es tan simple como que la verdad no puede convivir con el error.


Dentro de la Iglesia católica hay ciertos fieles, y por desgracia también algunos prelados, que parecen no tener nada más importante que hacer que vigilar y controlar que otros fieles y sacerdotes no se aparten de la doctrina que ellos consideran oficial, ni emitan opiniones o razonamientos que puedan inducir a confusión en la mente de los creyentes. A la menor desviación estas personas consideran su deber hacer una acusación, normalmente secreta, al obispo del lugar o directamente a Roma si tienen los contactos. Son personas que tienen todo claro, que saben cuál es la verdad en cada caso, que tienen particular aversión a las formulaciones ambiguas o que pudieran tergiversar la sana doctrina. Jamás tratan de entender las posiciones de los demás o sus argumentos. Ellos no tienen dudas, todo es blanco o negro. Para ellos es tan simple como que la verdad no puede convivir con el error.

El argumento acerca de la posible “confusión de los creyentes” parte de la base de que para ser creyente no pueden existir ni dudas ni confusiones, solo la adhesión irrestricta a los principios de la doctrina que hay que obedecer en toda circunstancia. Pero sabemos que la vida es mucho más compleja que estos simplismos, que los principios deben aplicarse en situaciones concretas donde la mayoría de las veces las cosas no son blanco o negro sino grises. Que es legítimo tener dudas y poder expresarlas. Que hay que respetar las opiniones diferentes. Es el propio Papa el que ha abierto las puertas a la discusión libre dentro de la Iglesia con el Sínodo que discutirá la doctrina sobre la familia y la moral sexual. Pero aquí en Chile parece que seguimos en la época de las acusaciones secretas a Roma: que tal sacerdote dijo esto sobre la comunión, que este otro no cree en el rosario, que aquel fue visto en compañía de comunistas, que una tal universidad católica le dio un premio al The Clinic, que un investigador de otra universidad católica se permitió concluir que la píldora del día después no era abortiva, que un jesuita avala el matrimonio homosexual, etc., la lista es larga.

Es difícil saber qué se logra con todo esto, salvo la dudosa satisfacción de obtener alguna condena oficial a los que no piensan como uno. Pero, además, las acusaciones recientes a tres sacerdotes muy queridos y respetados por un gran número de católicos y no católicos, tienen un impacto mucho mayor ni siquiera imaginado por los acusadores: la viralización mediática de las acusaciones, la división en bandos opuestos de muchos cristianos y el triste espectáculo público del nuncio haciendo responsable al obispo y el obispo disculpándose con que fue idea del nuncio.

[cita]Es cierto que muchos de los acusadores son personas integristas que entienden poco de la vida real de la gente y de lo que es la Iglesia. Pero lo que no debiera suceder, lo que ya no debe pasar dentro de una Iglesia que se abre a discusiones importantes con libertad, como lo quiere el Papa, es que la propia jerarquía de la Iglesia avale y les dé curso a estas acusaciones.[/cita]

Es particularmente lamentable la acusación reciente de que la Universidad Alberto Hurtado le ha dado un premio a la revista The Clinic que, me imagino, los acusadores consideran como el anticristo, y, más aun, por un artículo que supuestamente defendería la eutanasia. El sectarismo y la pequeñez de tal acusación no tiene parangón. Es efectivo que por medio de los premios anuales al Periodismo de Excelencia, la universidad, a través de su Escuela de Periodismo, premió una crónica excelente que relata el drama terrible de un anciano que cuida de su esposa con Alzheimer y que, al saber que por un tumor cerebral tiene muy poco de vida, en su desesperación por no saber quién la cuidaría, la mata y a continuación comete suicidio. Es un relato estremecedor, una crónica impresionante que levanta preguntas importantes sobre cómo cuidamos a nuestros ancianos, sobre su soledad y desamparo. No hay allí defensa alguna de la eutanasia. Ciertamente merece el premio que le fue concedido por un jurado impecable que también premió a muchos otros artículos de otros medios. No veo ninguna razón por la que una universidad católica no pueda premiar a un excelente artículo de The Clinic.

Es cierto que muchos de los acusadores son personas integristas que entienden poco de la vida real de la gente y de lo que es la Iglesia. Pero lo que no debiera suceder, lo que ya no debe pasar dentro de una Iglesia que se abre a discusiones importantes con libertad, como lo quiere el Papa, es que la propia jerarquía de la Iglesia avale y les dé curso a estas acusaciones.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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