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Justicia y marginalidad

Nicolás Garrido
Por : Nicolás Garrido Coordinador Nacional. Construye Sociedad @ngarridof
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No se trata de omitir el problema de la delincuencia ni de exculpar a sus victimarios. El ser humano es libre, y desde allí opta entre ser la víctima de sus circunstancias o el héroe que se sobrepone a ellas. Pero tampoco debemos olvidar que toda acción ocurre en contextos y condiciones. Por lo pronto, lo que suele distinguir la “multa ejemplificadora” que recibe el estafador de gran escala, de los diez años y un día que recibe el ladrón de pequeña, es haber sido un delincuente con recursos o sin ellos. Es mucho peor moralmente el primero.


Hace algunas semanas se inauguró en el Centro Penitenciario Femenino de Santiago una panadería –la primera– destinada a favorecer la rehabilitación y futura reinserción social de las reclusas. Es una iniciativa que apunta sin duda en la dirección correcta. Sabido es que la mayoría de nuestras cárceles son verdaderas escuelas del crimen, en que quienes son encerrados salen peor que como entran: más desintegrados moralmente y mejor capacitados técnicamente para cometer crímenes. Que se promueva la rehabilitación es una forma mucho más humanitaria de enfrentarse al fenómeno del presidio. Y, aún más importante, es una aproximación con un mucho mayor sentido de justicia.

A nadie debe sorprenderle que la noticia de la panadería apenas haya sido de interés para los medios de comunicación ni haya suscitado debate alguno. En Chile somos buenos para hablar de inclusión y de marginalidad, pero mejores aún para no reparar siquiera en algunas de las expresiones más groseras de la exclusión social y, por tanto, de la injusticia. La justicia, como el progreso, es un bien común: si no llega a todos, no hay verdadera justicia ni verdadero progreso. Por eso hay que prestar atención especial a los excluidos que tiene cada tiempo histórico, aquellos que son marcados con el signo del paria, y cuyos problemas dejan de importar. Son precisamente esos problemas los más graves de reparar, porque son las dignidades más severamente lesionadas.

[cita]No se trata de omitir el problema de la delincuencia ni de exculpar a sus victimarios. El ser humano es libre, y desde allí opta entre ser la víctima de sus circunstancias o el héroe que se sobrepone a ellas. Pero tampoco debemos olvidar que toda acción ocurre en contextos y condiciones. Por lo pronto, lo que suele distinguir la “multa ejemplificadora” que recibe el estafador de gran escala, de los diez años y un día que recibe el ladrón de pequeña, es haber sido un delincuente con recursos o sin ellos. Es mucho peor moralmente el primero.[/cita]

Una buena forma de saber cuándo nos enfrentamos a la marginalidad en su forma más pura es tomar conciencia de problemas sociales que nadie denuncia. A ellos usualmente subyace la mayor exclusión. Y un ejemplo medular de esto es el drama que se vive en el submundo de la cárcel. Si nos preocupan los marginados, quizás son las cárceles los primeros lugares que debemos mirar. No solo porque en ellas se viven injusticias de radical gravedad –valgan como ejemplos el incendio en San Miguel y las golpizas en Rancagua–, sino también porque la cárcel es la institución simbólica del Poder Judicial y del Ministerio de Justicia, precisamente las instituciones que refieren a la justicia como función.

En el encierro del recluso se esconde una paradoja: mientras encarcelar al criminal es un acto de justicia en que la sociedad castiga al que hizo daño y protege al inocente, no puede sernos indiferente el hecho de que quienes habitan las cárceles son, mayoritariamente y en gran cantidad, las mayores víctimas de todas las injusticias sociales. Allí acaban demasiadas veces los analfabetos, los adictos, los niños maltratados y los que no tuvieron una familia capaz de darles contención o formarlos sólidamente en virtudes. En suma, el submundo de los presos se parece demasiado a la pobreza.

No se trata de omitir el problema de la delincuencia ni de exculpar a sus victimarios. El ser humano es libre, y desde allí opta entre ser la víctima de sus circunstancias o el héroe que se sobrepone a ellas. Pero tampoco debemos olvidar que toda acción ocurre en contextos y condiciones. Por lo pronto, lo que suele distinguir la “multa ejemplificadora” que recibe el estafador de gran escala, de los diez años y un día que recibe el ladrón de pequeña, es haber sido un delincuente con recursos o sin ellos. Es mucho peor moralmente el primero.

La paradoja de la justicia es que es totalmente justo que se castigue a los criminales y se proteja a las víctimas. Respecto a su delito, los presos han recibido un trato justo. Pero hay una vida antes del crimen que suele haber estado sumida en las peores injusticias, en un trato en absoluto acorde a la dignidad humana. Así, una sociedad de cara a sus marginados, es decir, una a la que la justicia social le preocupa más que la justicia procesal, al menos no puede quedarse tranquila hablando de inclusión por doquier, mientras en las periferias sociales hay unos que, como verdaderos parias, solo tienen acceso a la justicia del castigo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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