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El desafío de la UC: una nueva voz para Chile

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Natalia Valdés
Por : Natalia Valdés Consejera Superior UC, Miembro del movimiento de Solidaridad
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Una universidad de excelencia pasa más bien por dar respuesta a ese necesitado que a satisfacer los criterios que definen indicadores de impacto impuestos desde afuera. Bajo este entendido es que buscamos potenciar a los estudiantes como verdaderos actores de nuestra universidad y no como meros clientes; que la razón para venir a estudiar a la universidad no sea sacar un título, sino entender a la universidad, un espacio para transformar personas y estructuras.


Durante las últimas elecciones FEUC, los estudiantes de la Universidad Católica eligieron por primera vez, luego de 4 años de Consejerías Superior del NAU y 14 del Movimiento Gremial, a un representante de un movimiento político distinto y que se ubica al margen de los clivajes del “Sí y el No”. En efecto, este cargo hoy es responsabilidad de Solidaridad, movimiento político socialcristiano de la UC, que alcanzó las 7.162 preferencias en segunda vuelta, correspondiente al 61,4%, de los estudiantes que participaron de estas elecciones. Mayoría histórica para un representante de la UC en el contexto de una de las elecciones más participativa de los últimos años.

La Consejería Superior es la instancia de representación que busca, entre otras cosas, ser la voz de los estudiantes de la universidad ante el Honorable Consejo Superior, máximo organismo colegiado de la Universidad. Su misión propia es la determinación de las líneas fundamentales de política y gestión, definiendo las prioridades que como UC queramos fijarnos de cara a nuestra comunidad universitaria y al país.

En este sentido, es en el Consejo Superior donde se discute la materialización de lo más propio de la UC: su proyecto educativo. Si bien el mensaje católico que defiende y cultiva nuestra universidad implica una serie de principios y concepciones antropológicas y sociales, no podemos olvidar que la centralidad del mensaje de Cristo radica en Una opción preferencial por el necesitado y el excluido. Constatar este hecho abre retos de cara al nuevo cargo de representación que asumirá Solidaridad a través de mi persona este viernes 21 de noviembre, desde el cual buscaremos que esta UC tenga una real apertura al otro y una vocación real de hacer frente a las injusticias sociales por medio del servicio.

El desafío de nuestra Universidad, y por tanto de la Consejería Superior –el cargo no se entiende separado de la propia esencia e identidad de la Universidad–, es ante todo volcar nuestra universidad a Chile. Esta tarea debe realizarse en primer lugar por hacer de nuestra UC una universidad verdaderamente inclusiva, lo cual no debe entenderse exclusivamente como el acceso de quienes vienen de diversas realidades sociales, económicas y culturales, sino, también, como hacer de nuestra casa de estudio un espacio de desarrollo para todos: para madres y padres, para quienes tienen capacidades diferentes, para quienes entran por mecanismos alternativos a la PSU, para quienes trabajan en nuestra UC, entre otros. Forjar una verdadera comunidad es uno de los más grandes desafíos que hoy Chile le exige a esta casa de estudios.

[cita]Una universidad de excelencia pasa más bien por dar respuesta a ese necesitado que a satisfacer los criterios que definen indicadores de impacto impuestos desde afuera. Bajo este entendido es que buscamos potenciar a los estudiantes como verdaderos actores de nuestra universidad y no como meros clientes; que la razón para venir a estudiar a la universidad no sea sacar un título, sino entender a la universidad, un espacio para transformar personas y estructuras.[/cita]

En segundo lugar, para que nuestra universidad pueda responder al país, es fundamental que esta nos invite a conocer la realidad que muchas veces se invisibiliza, pues nadie puede servir a lo que no conoce. Esto debe realizarse desde nuestras salas de clases, las cuales deben potenciar la interdisciplina, las investigaciones con impacto social, el trabajo en terreno y, sobre todo –en una universidad donde la gran mayoría rechaza desempeñarse en el sector público–, presentar espacios alternativos al sector privado. Esto no significa desfortalecer la ciencia básica o las investigaciones sin una evidente conexión con la realidad práctica, sino diversificar espacios de desarrollo académico que den respuestas efectivas a los desafíos que Chile necesita superar. Una universidad de excelencia, pasa más bien por dar respuesta a ese necesitado que a satisfacer los criterios que definen indicadores de impacto impuestos desde afuera. Bajo este entendido es que buscamos potenciar a los estudiantes como verdaderos actores de nuestra universidad y no como meros clientes; que la razón para venir a estudiar a la universidad no sea sacar un título, sino entender a la universidad, un espacio para transformar personas y estructuras.

Finalmente, cabe mencionar que el desafío que nos hemos propuesto alcanzar como movimiento no se agota sólo tras los muros de la UC. Esta vocación transformadora nos debe llevar a impactar en las políticas y debates que se están dando en nuestra sociedad. Nuestra universidad, desde lo que significa su identidad fundamentada en esa opción preferencial por el necesitado y el excluido, tiene mucho que entregar. Es por esto que nos jugaremos por ser, desde la Consejería Superior, actores con vocación transformadora. Reflexivos, porque ya hemos constatado que los simplismos solos nos entrampan, dialogantes, porque asumimos con humildad que no tenemos las respuestas a todo, y preocupados por transmitirles a los jóvenes lo importante que es volcar lo aprendido en nuestras aulas, a pensar y materializar transformaciones sociales que logren de una vez cambiar a Chile. Si algunos creen que este cambio en la representación estudiantil logrará apaciguar la voz transformadora de la UC, se equivocan. Como Solidaridad trabajaremos por hacer valer las ideas desde los cuales debe construirse el nuevo sistema educacional chileno: justicia para lograr igualdad de oportunidades, derecho preferente de los padres para educar a sus hijos y un Estado activo que no excluya a nadie.

Este es el desafío de la Universidad Católica para el 2015. Porque la sociedad lo exige, es urgente que volquemos nuestras aulas hacia las transformaciones que piden a gritos ser solucionadas. Vencer el individualismo y el materialismo; recordarnos que el verdadero bien de las personas pasa por lograr el bien del otro es la primera valla que debemos superar. Puede sonar un desafío difícil, pero desde la Consejería Superior de Solidaridad no haremos oídos sordos a este llamado.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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