El gobierno bajo la propaganda negra
Mantener la proa al viento, sin perder el rumbo ni las promesas de campaña por las que votó ese macizo 63 por ciento. Las encuestas jamás fueron la brújula precisa que condujo a las victorias.
El actual escenario político chileno cada día se parece más al de los últimos meses de la Unidad Popular con Salvador Allende.
Los partidos de oposición desatados en una campaña para desestabilizar al gobierno; los empresarios erizados en tenida de combate emprendiendo una cruzada ante medidas que perforan sus bolsillos rebasados; una derecha abriendo frentes de la sociedad civil fantasmas para sacarlos a la calle contra el gobierno; el abuso de recursos parlamentarios de la oposición intentando herir la autoridad de los ministros de la Presidenta Michelle Bachelet; el ataque directo a la Presidenta acusándola de convertir al país en un caos; una campaña antirreformas de la misma prensa golpista de aquel tiempo echando mano al engaño y la desinformación; algunos dirigentes de la Nueva Mayoría confundidos entre la maraña opositora; y un ataque anticomunista feroz.
Sólo les falta provocar el desabastecimiento, fomentar el mercado negro, salir a golpear las puertas de los cuarteles y pasarle el platillo a la CIA.
Y el fondo de la desesperación de los poderosos del dinero y sus políticos es el mismo de entonces: arremeter con todo, incluida la mentira y el inculcar el miedo a la población, ante medidas gubernamentales profundas que buscan frenar la avaricia vergonzosa, y brindar al chileno común que vive de su salario oportunidades más justas para tratar de equilibrar en algo su diario vivir.
Los poderosos del dinero y sus partidos de derecha están heridos y asustados. Se dan cuenta de que el sistema que les llenó las alforjas está reventado y, sin vergüenza, muestra su rostro más desalmado: la usura de los bancos; la colusión de las empresas para elevar los precios contra el consumidor; el corazón despiadado y usurero de las Isapres y las AFPs contra sus afiliados; patrones que atemorizan a sus trabajadores con despidos si arman sindicatos; multimillonarias evasiones tributarias de los ricachones robando al fisco; el sistema financiero ejecutando en la plaza pública a sus deudores, azotándolos con intereses escandalosos; y los empresarios reclamando en contra de la reforma laboral, que busca reponer derechos de los trabajadores conculcados bajo el Terrorismo de Estado.
[cita]Mantener la proa al viento, sin perder el rumbo ni las promesas de campaña por las que votó ese macizo 63 por ciento. Las encuestas jamás fueron la brújula precisa que condujo a las victorias.[/cita]
Los empresarios y sus puntas de lanza en el Parlamento se acostumbraron a las manos llenas sin contrapeso en el tinglado que les pavimentó la dictadura, y a la administración de ese tinglado que por veinte años ejerció la Concertación.
Hoy, cuando hay un gobierno que busca aplicar cambios profundos a aquel sistema, engrasan los fusiles y disparan en contra de los responsables de los cambios.
Los empresarios y sus políticos disfrazan la defensa de sus mezquinos intereses con ropajes valóricos para asustar al chileno medio: un ser ignorante políticamente, y el más apolítico y acomodaticio de América Latina de acuerdo a encuestas internacionales. A este personaje es muy fácil hacerle creer que viene el lobo rojo que le sepultará sus colmillos en la yugular.
No resulta difícil entonces provocar la consabida frasecita callejera: este gobierno tiene la cagá’.
Estos cambios profundos al neoliberalismo esquilmador de quienes viven de su salario, se vienen postergando “groseramente” desde hace mucho tiempo, y “el país se acostumbró” a esa grosera postergación, según el académico y abogado Agustín Squella (La Segunda, viernes 5 diciembre 2014). Absolutamente cierto.
Este no es un mal gobierno como sí lo fue el de excelencia del multimillonario Sebastián Piñera. Lo que pasa es que provoca discordia y hiere intereses, porque no puede hacer más de lo mismo que hizo durante los veinte años de la Concertación. Por eso lo votó la contundente mayoría del 63 por ciento que le dio la espalda a la derecha, obteniendo su peor resultado desde 1990.
¿Está hoy ese 63 por ciento caminando en la marcha disfrazada del empresariado y sus partidos de derecha? Parece imposible. Y las encuestas son sólo radiografías del momento. El apoyo al gobierno ha descendido demasiado rápido al 38 por ciento en menos de un año. Y como comentábamos en una mesa de periodistas entendidos en política, ello es peligroso no para el gobierno mismo, sino para sus detractores. Porque las tendencias indican que luego del fondo, viene el ascenso a la superficie como incluso le ocurrió a Piñera. Y al gobierno de Nueva Mayoría le quedan aún tres años, lo que en política es un siglo.
Hoy la disyuntiva es una sola: hacer las reformas profundas cueste lo que cueste y duela a quien duela, o dejar las cosas como las recibió la Nueva Mayoría, tirando algunas migajas para el picoteo popular y la risotada satisfecha de los poderosos.
Algunos dirigentes de la Nueva Mayoría están igualmente asustados con las reformas cuidando sus votos, atizando con ello el fuego en la hoguera de la derecha que defiende sus privilegios.
El gobierno tenía razón cuando dijo en un video publicitario que, a las reformas, se oponen los mismos ricachones de siempre: ese es el fondo del asunto y no otro. Lo que ocurre es que las campañas del terror y la propaganda negra dejan huellas y marcan al ciudadano apolítico que, como decía Víctor Jara en su canción, no es ni chicha ni limoná’.
Siempre vigente en todo tiempo la frase del filósofo e historiador francés François Marie Arouet (Voltaire): ¡Mentid… mentid… que algo queda…!
¿Acaso cambiaron las consignas del clamor de la calle para pasar por el sacapunta lo podrido del sistema? ¿Seguirán queriendo los desollados por los amarres de la milicada que el cuchillo les llegue al hueso?
Parece imposible. No es creíble que no quieran que, a veinticuatro años del fin de la dictadura, al fin se les haga justicia. Y no estoy hablando de la sangre regada a manos de los criminales, estoy hablando de todo lo que civiles y militares dejaron atado y bien atado. La única tiranía de América Latina que, antes de morir, embalsamó con químico viviente las estructuras que edificó a punta de metralla.
En política es peligroso hacer lo que hace la televisión abierta para justificar la basura: es lo que pide la gente. Una tremenda mentira, porque los canales nunca preguntaron al pueblo lo que quiere, guiándose por un miserable rating más falso que cachetada de payaso.
Ante una sociedad apolítica, voluble y consumista (con una fuerte franja de excepción), que sostiene que todos los políticos y parlamentarios son ladrones y los partidos una guarida de mercenarios, el gobierno no puede dejarse llevar por la ola montonera asustada hoy por la propaganda negra de los Edwards, los Saieh, los Von Mühlenbrock, los Awad, los Santa Cruz, los Silva, los Hasbún, y los arrepentidos de la Nueva Mayoría.
¿Gradualidad acotada en las reformas? Puede ser, de manera inteligente sin traicionar la esencia. ¿Diálogo con los empresarios y sus partidos? Sí, pero sin el tufillo del consenso. ¿El gobierno en la calle explicando sus planes para destruir la propaganda negra? Hoy más que nunca, porque no lo ha hecho bien en este sentido. ¿Cambio de gabinete? Por ningún motivo, porque ante la menor caída de un ministro, por ahí se cuelan los hambrientos de billete para irse directo al cuello.
Mantener la proa al viento, sin perder el rumbo ni las promesas de campaña por las que votó ese macizo 63 por ciento. Las encuestas jamás fueron la brújula precisa que condujo a las victorias.
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