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Javier Soto es el problema

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Ignacio Cid Pozo
Por : Ignacio Cid Pozo Sociólogo e investigador en seguridad pública
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Al igual que con el resto de los esferas sociales, incluida la propia Iglesia, la relación del evangélico con la política sería clientelar, adquiriendo la forma de un consumidor que protege con virulencia sus intereses cuando estos están en juego. De alguna manera, el evangélico tendería a relacionarse con la política a través de esta tensión mercantil que encuentra su resolución en la violencia física o simbólica como forma última de expresión.


Hace ya largo tiempo que la figura del “evangélico” –sí, esa del canuto de terno y pandero– no suscitaba tanta atención en los medios de prensa y opinión pública como en los últimos días, y es que a nadie ha dejado indiferente la vehemencia y violencia con la que actuó el pastor Javier Soto frente a un grupo de senadores mientras se discutía el acuerdo de vida en pareja. La forma en que el pastor se refirió a parlamentarios y miembros de ONG’s  es un hecho sin precedentes en las siempre complejas relaciones Iglesia-Estado

De entre los muchos sectores que han reaccionado ante Soto se encuentran sus propios correligionarios evangélicos, quienes, como casi para todos los temas, manifiestan una opinión dividida frente al líder religioso. Por una parte, están aquellos que han apoyado ciegamente al pastor, bajo pretexto de que en sus acciones no habría nada más que la predicación valerosa de la verdad bíblica en el contexto de una sociedad en profunda decadencia moral. De entre ellos hay quienes también acusan persecución religiosa contra el pastor y restricción de la libertad de expresión para su sector.

[cita]Al igual que con el resto de los esferas sociales, incluida la propia Iglesia, la relación del evangélico con la política sería clientelar, adquiriendo la forma de un consumidor que protege con virulencia sus intereses cuando estos están en juego. De alguna manera, el evangélico tendería a relacionarse con la política a través de esta tensión mercantil que encuentra su resolución en la violencia física o simbólica como forma última de expresión. [/cita]

Desde la otra vereda, en cambio, podemos encontrar a evangélicos y protestantes, en su mayoría de las confesiones históricas, que han repudiado abiertamente el proceder del pastor Soto bajo el entendido de que su praxis pastoral constituiría un ejercicio de incitación al odio y la violencia contra las personas homosexuales. La principal bandera de lucha que han enarbolado estos evangélicos “conciliadores” consiste en señalar que Soto no representa al mundo evangélico, sino más bien a un par de pequeños grupos fundamentalistas y radicalizados.

Antes esta tesis, cabe hacerse entonces la pregunta contraria, estas es: ¿y si, por el contrario, Soto representa fielmente la esencia del ethos evangélico chileno en la forma de violencia e intolerancia?

La literatura especializada en protestantismo en América Latina parece dar algunas luces respecto a esta pregunta. D’Epinay, uno de los estudioso más críticos del evangelismo en Chile, sostiene que el pentecostalismo, que en el caso chileno constituye un 90% de los evangélicos, enseña a sus adeptos el apoliticismo y la huelga social pasiva, de modo que igual reproduce en todos los espacio sociales lógicas clientelares derivadas de la estructura de la hacienda colonial. En ese sentido, al igual que con el resto de las esferas sociales, incluida la propia Iglesia, la relación del evangélico con la política sería clientelar, adquiriendo la forma de un consumidor que protege con virulencia sus intereses cuando estos están en juego. De alguna manera, el evangélico tendería a relacionarse con la política a través de esta tensión mercantil que encuentra su resolución en la violencia física o simbólica como forma última de expresión.

Bajo esta descripción, cabe preguntarse si Javier Soto no constituye en sí mismo la representación más fidedigna de esta forma despolitizada de protestantismo en Chile. La respuesta pareciese ser favorable, si es que no se consideran las evoluciones demográficas que ha sufrido la Iglesia evangélica. Fediakova (2010) de cuenta de un proceso inverso, según el cual a través del aumento general de los niveles educacionales la población evangélica, en especial la más joven, ha sido capaz de integrarse a la sociedad civil y las distintas sociedades intermedias que la componen. Fediacova observa con esperanza cómo los procesos de modernización y racionalización de la Iglesia evangélica la llevarán indefectiblemente a una interacción más profunda socialmente.

Si la pregunta acerca de qué tan representativas del mundo evangélico son las conductas del pastor Soto parece no ser, ni desde la literatura ni desde la experiencia, la pregunta adecuada, en su lugar cabe indagar respecto a la naturaleza misma del pastor Soto. ¿Qué hacía en el salón un pastor conocido por su predicas homofóbicas? ¿Quién le permitió la entrada al pastor al Senado de la República? ¿Quién financia sus múltiples viajes misioneros? Me temo que estas preguntas deben ser prioritarias a la hora de evaluar las conductas de Soto, pues cabe la posibilidad de que un grupo importante de iglesias evangélicas y el pastor mismo, estén siendo utilizadas como carne de cañón por algún sector político para oponerse a cualquier forma de legislación para personas del mismo sexo.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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