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Separados y procesos de admisión

Para que usted sepa, en octubre del año recién pasado la Corte de Apelaciones de Concepción ratificó una condena en primera instancia por discriminación emitida contra un colegio católico de esa ciudad, luego que el establecimiento negara la reincorporación de una alumna porque su madre convivía con una persona distinta al padre de la menor.


Se viene marzo. Y con ello el nerviosismo y ansiedad de aquellos padres que están enfrentando por primera vez el proceso de admisión al colegio que siempre soñaron para ellos y sus hijos.

Están puestas en esa elección buena parte de nuestras esperanzas y el futuro de lo que más queremos. Son muchos quienes postulan y escasas las vacantes. Hay estrés.  Y en general los padres sufren. Lo pasan mal.

Pero hay algunos que lo pasan peor. Y me refiero a las “otras” familias. Esas que no entran en el selecto grupo de las “bien constituidas”. Hablo de separados vueltos a casar o emparejar.  Aunque sea políticamente incorrecto reconocerlo en público, ellos corren, generalmente, en desventaja.  Su currículo está “manchado” y competir contra nosotros, los “casados para siempre”, se hace muy difícil. Particularmente en algunos colegios católicos, donde por su condición de “adúlteros” y la ausencia de un certificado religioso, no son siempre bien vistos.

[cita] Para que usted sepa, en octubre del año recién pasado la Corte de Apelaciones de Concepción ratificó una condena en primera instancia por discriminación emitida contra un colegio católico de esa ciudad, luego que el establecimiento negara la reincorporación de una alumna porque su madre convivía con una persona distinta al padre de la menor. [/cita]

No quiero ser injusto. No se puede echar en el mismo saco a todos los colegios católicos. Hay algunos que han abierto sus puertas a matrimonios que han fracasado y personas que han decidido rehacer sus vidas. Pero hay otros que aún se resisten a ello. Hay avances, pero falta. Urge un cambio de mirada.

Pero ¿esto ocurre en realidad?

Lamentablemente no hay datos públicos que ayuden a entender esta realidad en los colegios católicos, pero a juzgar por lo que uno ve y escucha es una práctica que persiste y un sentir que se percibe en las parejas que, en esta situación, participan del proceso. El temor a ser rechazados sólo por su condición, existe. Y la sensación de pertenecer a una categoría distinta, también.

Para que usted sepa, en octubre del año recién pasado la Corte de Apelaciones de Concepción ratificó una condena en primera instancia por discriminación emitida contra un colegio católico de esa ciudad, luego que el establecimiento negara la reincorporación de una alumna porque su madre convivía con una persona distinta al padre de la menor.

“Una golondrina no hace verano”, dirá usted. Sí, tiene razón. Pero la intuición me dice que hay más de una sola golondrina dando vueltas por ahí. Sería interesante conocer cifras y estadísticas de la selección de padres separados que rehicieron sus vidas en los colegios de Iglesia. ¿Alguien se anima?

Hace algunos días el Papa Francisco instó a la Iglesia a elegir entre “ser una casta” o superar los prejuicios y el miedo para acoger a los marginados. Bonita elección.

Es un desafío para buena parte de los colegios católicos el avanzar hacia una educación más inclusiva, donde todos tengan cabida, pero especialmente quienes más sufren, fracasan, los relegados y excluidos, que son quienes más lo necesitan.

Es bueno que compartan en el mismo lugar aquellos que han logrado mantener un matrimonio en pie, con otros que han vivido el fracaso, sufrieron bastante y hoy se levantan con una nueva vida. Hay mucho que conversar y aprender. Aprender de la familia de Sergio y Ángeles, dos separados que hoy conviven, con los tuyos y los nuestros, y que han vuelto a intentarlo, buscándose una segunda oportunidad, a pesar de las heridas. Aprender de Cristina, una mujer abandonada por su marido, pero que decidió seguir adelante, criar a sus tres hijos sola y ahora rehace su vida con un nuevo amor. Aprender también de Rafael, ese hombre soltero que acogió sin prejuicios a Luz María y sus hijos y que hoy forman una gran familia. ¿No es eso el cristianismo? ¿No es encuentro y perdón? ¿No es resucitar después de la muerte y volver a empezar? ¡Tenemos tanto que aprender!

Jesús no los dejaría fuera. No lo hagamos nosotros.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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