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La agenda de probidad que impulsará el Gobierno EDITORIAL

La agenda de probidad que impulsará el Gobierno

A un Mandatario no se le exige que, en un discurso por Cadena Nacional y sobre un tema tan delicado como es el de la corrupción, se pronuncie sobre temas puntuales de la micropolítica o realice un mea culpa personal. Eso es fuera de norma. Lo que sí se espera son señales enérgicas de cómo está viendo su liderazgo y cómo lo quiere recomponer. Eso es una señal estratégica que no estuvo en la cadena nacional. Para ello le quedan solo dos fechas: el cambio de gabinete, si lo hay; y el discurso del 21 de mayo. Después de eso, solo una planicie, si decide pasar por alto la oportunidad, y por supuesto la incertidumbre y más desconfianza.


En el tiempo previsto y con una buena sistematización programática, el Consejo Asesor Presidencial contra los Conflictos de Interés, el Tráfico de Influencias y la Corrupción entregó su informe a Michelle Bachelet. El documento se articula en torno a cinco aspectos, una larga serie de iniciativas y planteamientos, desde la transparencia a la regulación de mercados,  muchos de larga data y fallidos en sus fases legislativas, pero que ahora vuelven a cobrar vigencia frente a la crisis por financiamiento ilegal de la política.

El discurso presidencial, con los anuncios de lo que hará el Gobierno, intentó recuperar algo del liderazgo perdido en la ambigüedad e inmovilismo instalado en La Moneda desde que estallara el “empate” del caso Caval. Con un tono adecuado, pese a la crisis de credibilidad de la política y el marasmo de la elite, si se llega a concretar un quinto de lo anunciado por la Presidenta, indudablemente el país habrá dado un paso positivo hacia una mejor democracia.

Sin embargo, ello no depende solo de discursos y buenas promesas. Un punto importante provendrá de las señales de gestión política y ejecución de las iniciativas que entregue el Gobierno. En medio de un escenario político tan líquido como el actual, ciertas cosas empiezan en una parte y terminan en otra muy distinta. Sobre todo porque la contaminación de dineros ilegales es muy amplia, y la resistencia de las redes de ocultamiento, variada y transversal.

[cita] El discurso presidencial, con los anuncios de lo que hará el Gobierno, intentó recuperar algo del liderazgo perdido en la ambigüedad e inmovilismo instalado en La Moneda desde que estallara el “empate” del caso Caval. Con un tono adecuado, pese a la crisis de credibilidad de la política y el marasmo de la elite, si se llega a concretar un quinto de lo anunciado por la Presidenta, indudablemente el país habrá dado un paso positivo hacia una mejor democracia.[/cita]

De ahí la importancia de que los organismos superiores del Estado no tengan miradas diametralmente divergentes sobre los hechos. Que organismos como el Ministerio Público y el SII –que depende jerárquicamente de la Presidencia y el Ministerio de Hacienda– aúnen criterios en torno a un sentido común de los empeños del Estado por evitar la corrupción. Caiga quien caiga, según los criterios de igualdad ante la ley.

Existen otros aspectos que deben resaltarse en la mirada del documento del Consejo Asesor. Independientemente de que en la idea de la Presidenta, a la hora de expresarse de manera ambigua sobre el “proceso constituyente”, haya estado el fantasma de la ingobernabilidad que angustia al poder, lo dicho por ella abre la puerta al crecimiento de la opción de una Asamblea Constituyente (AC). Ninguno de los actores tiene un poder propio para ordenar y encauzar a priori un proceso como el que se vislumbra tras las palabras presidenciales. Solo existe el poder inicial de impulsarlo, pero no de controlar enteramente su curso. Y  no sería extraño que el sentido de la AC se vea potenciado –aunque sea con distintas maneras de entenderla– y termine dominando el sentido de las reformas políticas propuestas por el Consejo Asesor.

Potencia lo anterior el que los partidos políticos deberán reinscribirse legalmente para “sincerar” sus padrones de militantes, situación que en el momento actual es parecida a disolverse , con lo que uno de los principales núcleos de poder para encauzar el debate se pierde de manera anticipada. El brote de esto será inevitablemente fragmentación política.

Tal medida, que quedó como un estándar mínimo al ser recogida por la Presidenta en su discurso, la devuelve a ella, al menos de manera parcial, al podio desde donde empezó: un neocaudillismo solitario distante de los partidos que la apoyan.

Es posible que la baja consideración de la participación ciudadana que se advierte en su discurso, solo matizada con la promesa de consultas abiertas a la ciudadanía en “diálogos, debates, consultas y cabildos” durante el proceso constituyente, sea el esquema pensado para volver a captar la atención y la estima de los ciudadanos.  Apuesta riesgosa, pues una vez abierta la llave, y sin partidos organizados, el rumbo que eso tome parece incierto para el Ejecutivo.

En medio de un escenario político recargado por los desaciertos comunicacionales y políticos de su equipo más cercano, la Presidenta tendrá poco margen para maniobrar y puede terminar siendo la convocante a una Asamblea Constituyente.

Donde sí tiene espacio de maniobra es en sus potestades reglamentarias y administrativas. Pero su intervención estuvo deslucida en ese aspecto. Se esperaba una señal de mayor voluntad, sobre todo teniendo en sus manos la capacidad de controlar el nepotismo dominante entre el personal de su confianza, y una actuación más enérgica en cuanto a los riesgos del sector público, usando sus facultades administrativas en conjunto con la Contraloría General de la República y su ayuda.

A un Mandatario no se le exige que, en un discurso por Cadena Nacional y sobre un tema tan delicado como es el de la corrupción, se pronuncie sobre temas puntuales de la micropolítica o realice un mea culpa personal. Eso es fuera de norma. Lo que sí se espera son señales enérgicas de cómo está viendo su liderazgo y cómo lo quiere recomponer. Eso es una señal estratégica que no estuvo en la cadena nacional. Para ello le quedan solo dos fechas: el cambio de gabinete, si lo hay; y el discurso del 21 de mayo. Después de eso, solo una planicie, si decide pasar por alto la oportunidad, y por supuesto la incertidumbre y más desconfianza.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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