Llamar a terminar su mandato con la receta del «padre autoritario» es una locura y una injusticia divina. Buena parte de los problemas del modelo de cooptación de la política por megaempresas y de autoritarismo larvado, se fortalecieron en el sexenio Lagos-Insulza.
Se equivoca Patricio Navia con sugerir la hoguera o la abdicación de la «madre» Bachelet, para el retorno, como segunda venida del mesías, del «padre» Lagos, ungido por derechas e izquierdas fácticas.
Chile nunca ha estado «mejor» que ahora. Se acabó el velo del cinismo, las mentiras de las encuestas, se conocen las triqueñuelas grotescas de cooptación de los grandes grupos económicos, el poder de la misma oligarquía que nunca ha pagado impuestos: el régimen «portaliano» sacó provecho de la plata atacameña de Chañarcillo, de la renta del salitre y, luego, de una combinación de latifundio sin pagar tributos ni reforma agraria, impuestos mineros para el Estado, así como regalías industriales en la substitución de importaciones, para después gozar el paraíso fiscal de la dictadura, los privilegios del FUT intocados por la Concertación y el juego de brisca vomitiva en que Piñera y los suyos mandan pagar a sus ejecutivos con otras empresas, el yerno de Pinochet los compra a todos y Penta miserable elude hasta pagar las pinches patentes comerciales de los municipios. Entremedio, la mitad del Senado y la Cámara se convierten en eunucos porque las megaempresas les pagan sus campañas.
[cita] Querido Pato Navia, no queremos padres autoritarios, aceptemos que en el matriarcado contradictorio los hijos aprenden a ser mayores y se acaba el manto protector de las sombras tenebrosas del silencio. [/cita]
Chile está mejor que nunca porque con Bachelet, a pesar de sus ambigüedades y doble vínculos («te quiero y te odio, te conozco pero te niego, quiero descentralizar pero te temo, quiero autonomía de las empresas pero escucho a los lobbistas«), su Gobierno está en líneas gruesas apoyando las reformas mínimas para reestablecer equilibrios en el país de la desigualdad y el centralismo de la oligarquía santiaguina.
Además, no acosa a las instituciones que están funcionando y buscando la verdad. Dejadla en paz, que no venga ningún arreglín pretendiendo faltar a la soberanía popular y la justicia, que debe ser ciega por el bien de Chile, y que caiga quien caiga, sin «pena ni miedo» (Zurita).
Llamar a terminar su mandato con la receta del «padre autoritario» es una locura y una injusticia divina. Buena parte de los problemas del modelo de cooptación de la política por megaempresas y de autoritarismo larvado, se fortalecieron en el sexenio Lagos-Insulza.
Bien hace Lagos en apostar, convencido por asesores comunicólogos brillantes, en sumarse a la idea de Nueva Constitución. Allí debe redimirse. En cambio, Bachelet se ha atrevido a reponer la huelga sin reemplazo, mandó el proyecto de elección de intendentes (aunque sin urgencia y con el contradictorio «gobernador regional»), busca la gratuidad incremental en medio de una economía que crece poco (pero que lo haga sin oligopolio estatal, que excluye universidades sociales y de excelencia como la UAH), se atrevió a relativizar el FUT, cambió el binominal, evitó HidroAysén.
Querido Pato Navia, no queremos padres autoritarios, aceptemos que en el matriarcado contradictorio los hijos aprenden a ser mayores y se acaba el manto protector de las sombras tenebrosas del silencio.
El Mercurio distorsiona, titulando con desafortunada frase de Ignacio Walker sorprendido por qué le preguntan «qué le pasó a Chile», como si hoy las cosas estuvieran mal. La verdadera pregunta es: ¿qué escondía Chile y dónde estaban sus élites e instituciones?