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Se echa a rodar la pelota Opinión

Se echa a rodar la pelota

Matías Silva Alliende
Por : Matías Silva Alliende Abogado y Profesor Derecho Constitucional
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Perdone lo políticamente incorrecto, sé que en una de esas le interrumpo la prendida de la parrilla o la preparación del picoteo para disfrutar del partido. Pero a eso nos dedicamos algunos o pretendemos hacerlo. A tratar de mostrar que sí tienen que ver muchas cosas que parece que no tienen nada que ver entre sí o que ciertos intereses tratan de que no sean relacionadas.


Esta semana se echó a rodar la pelota. Comenzamos con cerca de un mes del deporte más lindo del mundo. En otro momento, yo me uniría a la algarabía y también saltaría en el tablón, es más, hasta sería el hombre del bombo. Pero hoy no puedo pretender que las cosas que pasan no tienen que ver con las otras cosas que pasan. Esto es al menos, en mi modesta opinión, un buen truco gatopardista, o sea, de hablar de cambiar algo, para que nada cambie.

Sabemos que, más allá de utopías, el país no va a cambiar de golpe, ni mucho menos, porque a algunos, desde algún rincón, se nos ocurra meternos con el fondo de la cosa, contra el sentido común, que nos llevaría a hablar de lo que está más a la vista o de aquello que los que predican el sentido común quieren que veamos primero. Como dijo Mafalda alguna vez: “Como siempre: lo urgente no deja lugar a lo importante”.

Pero la pregunta a esta altura, pasados dos párrafos y un poco más, es ¿de qué estamos hablando? ¿Cuándo viene el palo en contra o  la frase políticamente correcta a favor? Esperemos un párrafo más, no pienso sacarme los pillos. Usted sabe que en este espacio podemos escribir de todo y de todos. Si hay algo que nos parezca que vale la pena decir, cosa que no siempre logramos, a veces por las limitaciones del tema o por nuestras propias limitaciones, que las tenemos y muchas.

Pero lo que quiero preguntar es si usted, al igual que yo, ha quedado atrapado nuevamente por los acontecimientos de esta semana. Si ese fuera también su caso, no hay problema. El problema es para aquellos que en nuestro país atrasan años, lustros y décadas con sus discursos. Si en el fondo lo que queremos preguntar es ¿qué está pasando con la política nacional? ¿O cuándo las posiciones expresadas en un momento dado pueden desaparecer al poco tiempo y ser reemplazadas por pensamientos absolutamente opuestos? ¿Dónde quedó el temor a la sanción de los votantes por claudicar a las promesas enunciadas?

El gatopardismo se adueñó del espacio político y muestra una dirigencia corriendo por los andenes de una estación central donde se tramitan los acuerdos, tratando de subirse al tren que pase más cerca del lugar de donde no quieren partir. Lo que va delineando la praxis política es un juego donde la performance sustituye al debate sobre propuestas alternativas. Y ello es posible porque estamos ante una sociedad con grados importantes de escepticismo. Una sociedad que espera poco de la política, salvo perpetuar el presente, especialmente cuando el sentido de bienestar está depositado en el consumo.

La democracia se ha expandido y existe un evidente compromiso ciudadano con el sistema democrático. El militarismo ha quedado en el pasado, la estabilidad política es privilegiada y los liderazgos demandados imponen un perfil de horizontalidad en el vínculo de representación, impensable décadas atrás. Sin embargo, vivimos una democracia de baja calidad, con gestiones de rasgos autoritarios, la ley siempre con su letra chica y un nivel de corrupción e impunidad y tolerancia social incompatibles con una verdadera cultura democrática.

Al mismo tiempo, transitamos lo que se ha caracterizado como “democracia de audiencias” (Bernard Manin). Por un lado, un escenario con actores (políticos, ministros y legisladores) que interactúan adueñándose del espacio público bajo el supuesto de encarnar la representación mayoritaria de la opinión pública y, por otro, el público, el ciudadano común, que observa –generalmente a través de la TV– y que se expresa de manera directa casi exclusivamente en situaciones de conflicto o en el momento de votar. Estas dos esferas se muestran cada vez más autónomas y lo que la gente percibe es que el contrato de representación que las conecta y que expresa el voto, es una ficción.

Sin duda, esto ha producido cambios en los modos de hacer política y que tienen un efecto directo en los modos de formación, los tipos y las funciones de los liderazgos. Por una parte, la declinación de los partidos políticos y la participación política y, por otro, los medios de comunicación se han ido convirtiendo en las fuentes fundamentales de información política en el momento de tomar decisiones electorales y de formarse opinión. La televisión, como principal escenario de la disputa y la construcción políticas, impone su lógica priorizando el impacto emotivo antes que la reflexión racional. No es la política que toma los espacios televisivos para imponer su lógica, sino la televisión la que coloniza a la política y adapta su discurso y sus personajes a sus formatos.

Así, las plataformas comunicacionales sobre las que se instala la política, se asemejan a la lógica de un show business, sometiendo la política a las reglas de la publicidad y el espectáculo. La política se enfrenta así a nuevos códigos para lograr que los candidatos sean visualizados y posicionarse en el imaginario ciudadano. De tal modo, los votantes saben menos acerca de las ideas de los políticos y de qué país imaginan dejar para las próximas generaciones. Asimismo, asistimos a la constitución de partidos que pueden carecer de programa partidario u organización territorial y que privilegian a los medios como escenarios de construcción proselitista.

De esto quería hablarle esta semana, de este mensaje confuso, que por momentos resulta agresivo a la razón. Y que en el fondo nos deja más preguntas que respuestas: ¿estamos asistiendo a un proceso de renovación o de desactivación política? ¿Qué tipo de democracia es la que se corresponde con estos cambios?

Perdone lo políticamente incorrecto, sé que en una de esas le interrumpo la prendida de la parrilla o la preparación del picoteo para disfrutar del partido. Pero a eso nos dedicamos algunos o pretendemos hacerlo. A tratar de  mostrar que sí tienen que ver muchas cosas que parece que no tienen nada que ver entre sí o que ciertos intereses tratan de que no sean relacionadas. Por supuesto, mostrándolo a veces desde el absurdo. Tal vez desde cierto lugar inconsciente. Ese lugar que puede provocar la risa, pero es mejor si esa risa va junto a una reflexión.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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