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Simce: la luz que enceguece

Paulina Contreras
Por : Paulina Contreras Magíster en Psicología Educacional, docente e investigadora de política educativa y cultura escolar en la U. de Chile. Vocera de Alto al SIMCE.
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Una vez me regalaron un embudo plegable. Un diseño moderno y original, parecía práctico y útil. Sin embargo, por más que intenté usarlo, el bonito embudo resultó ser muy poco práctico y terminó olvidado en un cajón de la cocina. Así terminan también los resultados del Simce en las escuelas, por más esfuerzos que hacen los profesores para darles sentido. Año a año, las escuelas realizan extensas reuniones donde los profesores intentan descifrar los números, tablas y figuras que les hace llegar la Agencia de la Calidad, quienes hacen un esfuerzo loable, pero infructuoso, intentan hacer amigables y comprensibles los números que arroja esta prueba estandarizada. A pesar de la voluntad de los equipos docentes de las escuelas, el análisis del Simce apenas les permite enterarse de que sus alumnos tienen un pobre desempeño en tal o cual área, pero eso nada les dice acerca de qué hacer al respecto.

Los profesores, que conocen a sus alumnos, saben que Juan probablemente no pudo contestar las preguntas de aritmética porque lee lento y no alcanzó a termina; que Andrés se distrajo a los 20 minutos y contestó al azar el resto de la prueba; que Gabriela se quedó pensando en la historia de la comprensión lectora y se olvidó de aplicar la técnica que tantas veces repasaron para contestar correctamente. Cada niño y niña es un mundo y al profesor no le alcanza la vida para atender a cada mundo.

Durante las valiosas horas destinadas al análisis del Simce, las conclusiones a las que llegan profesores y directores son diversas. Directores que han dedicado ingentes cantidades de recursos en ATEs para entrenar el Simce, miran con frustración sus magros resultados e intentan por todos los medios rescatar algo de este desastre. Enfrentados a sus profesores, les dicen que al menos les fue mejor que a la escuela del lado, algo es algo. Después de largos devaneos, llegan a la conclusión de que lo que le falta es tiempo y aumenta las horas de lenguaje y matemáticas. Arte también necesita tiempo, pero no nos van a cerrar la escuela porque los niños no sepan componer una imagen. La profesora de arte ha de resignarse a que sus contenidos se han transformado, por obra y gracia del Simce, en un lujo al que no pueden acceder sus alumnos. Otros directores, menos compasivos, exigen cartas de disculpas públicas a la profesora del curso que no logró un buen puntaje, pues seguramente ella es la culpable. Los hay también más pragmáticos, que abandonan la quijotesca tarea de entender por qué obtuvieron ese puntaje y simplemente consuelan a los acongojados profesores que se sienten culpables por no haber logrado las metas otra vez; o bien celebran el buen desempeño con una fiesta y premios para los niños. En ninguno de estos casos profesores y directores saben qué hicieron bien o mal, ni si repetirán la hazaña o el fiasco. Esto que parece una caricatura, lo vemos a diario quienes trabajamos en colegios.

[cita] El dicho popular reza que la definición de locura es hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados diferentes. Los funcionarios responsables de la creación de política educativa parecen haberse obstinado en intentar una y otra vez usar el Simce, como yo intenté usar el embudo plegable que resultó ser inservible. [/cita]

Las autoridades y expertos han declarado que el Simce es un buen instrumento, que cumple con los parámetros técnicos necesarios, que tiene, como el embudo plegable, un diseño moderno y útil. Insisten en que si resulta inútil para las escuelas no es culpa del Simce, sino de que este instrumento no es usado adecuadamente. En este caso, opera un sesgo paradigmático, si no ideológico, donde no cabe la posibilidad que sea el instrumento el que no sirve. En este escenario resulta paradójico que, mientras se instruye a las escuelas a usar el Simce para saber por qué subieron o bajaron los resultados, la propia Agencia de la Calidad se declare ignorante frente a las causas de la significativa disminución de los resultados del Simce de Lenguaje 2014. Si quienes concibieron, diseñan y aplican el instrumento, con departamentos completos de expertos en mediciones estandarizadas, no logran comprender las causas de sus variaciones, cuesta entender que esperen que las escuelas lo hagan. La expertise de los profesores es la enseñanza y el aprendizaje de los alumnos, no es ni debiera ser la hermenéutica de mediciones descontextualizadas.

El dicho popular reza que la definición de locura es hacer una y otra vez lo mismo y esperar resultados diferentes. Los funcionarios responsables de la creación de política educativa parecen haberse obstinado en intentar una y otra vez usar el Simce, como yo intenté usar el embudo plegable que resultó ser inservible. Ha llegado la hora de resignarse a que lo que puede haber parecido una buena idea en algún momento, ha demostrado no serlo en la práctica. Ha llegado la hora de pensar en otra forma de evaluar, que no solo sea ajustar aquello que ahora tenemos, en un intento más de hacer cuadrar el círculo. Ha llegado la hora de librarnos de la camisa de fuerza de las mediciones como forma privilegiada de evaluación y avanzar hacia la discusión de nuevas formas.

Aprendamos de nuestros errores como país y no dejemos que la reformulación de políticas, en este caso de evaluación, quede exclusivamente en manos de técnicos y políticos. En este esfuerzo de construir una nueva forma de evaluar, debemos incluir a quienes efectivamente necesitan hacer uso de ellas: a los profesores, a los estudiantes y a sus familias. Paremos la locura, todos los que de verdad conocemos las escuelas seguimos pensando que lo más cuerdo es decir Alto al SIMCE.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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