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De la tragedia griega y su némesis

Aldo Madariaga E.
Por : Aldo Madariaga E. Instituto de Políticas Públicas UDP y Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).
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Pablo Torche ha escrito en este medio una columna donde hace un juicio crítico a la estrategia política del primer ministro griego Alexis Tsipras. Torche concluye que Tspiras ha sido irresponsable tanto técnica como políticamente («populista» es el epíteto) en creer que se puede salir de la crisis sin austeridad, lo que ha terminado por debilitar «el discurso de izquierda y, en contrapartida, fortalecer al capitalismo como única alternativa viable». La solución, argumenta Torche, habría sido una dosis de realismo político y consenso técnico conducentes a un acuerdo público en favor de la austeridad (o «modernización del estado») y posteriormente la reconstrucción del estado. El comentario está basado en un diagnóstico repetido pero no por ello menos errado y unilateral de la situación griega, que lleva a deslizar conclusiones cercanas al «realismo sin renuncia» de la Nueva Mayoría.

Me gustaría despejar algunas falacias sobre la situación griega que influyen en las conclusiones de Torche.

1) «Grecia vivió por mucho tiempo con más de lo que tiene; basta de préstamos, es hora de pagar»

Existe una especie de indignación generalizada respecto de la crisis griega que ha dado origen a un sinnúmero de categorías morales que la condenan: «no se puede vivir con más de lo que tienes», «terminó el festín», «devuelve lo prestado», y muchos otros. Dichas construcciones pierden de vista que la mayoría de los países del mundo viven con un cierto nivel de deuda pública amortizando los préstamos año a año. Es verdad, con una relación deuda/PIB cercano al 100% -y creciendo exponencialmente en los últimos años- Grecia es un caso particular. Pero no es el único. Sin ir más lejos, después del rescate al sistema financiero en 2008 y 2009, dicha relación se ha empinado por sobre el 100% en el mismo Estados Unidos. De hecho, la administración Obama ha tenido una serie de batallas en el congreso para aumentar sucesivamente el límite de deuda pública fijado por ley. A diferencia de Grecia, sin embargo, y a pesar de las constantes amenazas de rebaja de la calificación de riesgo, EEUU no vio encarecida su deuda a través de una suba vertiginosa de las tasas de interés sobre sus bonos soberanos -como en el caso griego- sino que lo contrario. Ningún organismo internacional ha tampoco exigido al gobierno norteamericano severas medidas de austeridad, y los inversionistas internacionales siguen financiando sus déficit. Es más, a través del fondo soberano donde se depositan las platas del cobre, Chile contribuye a financiar al endeudado país del norte sin exigir ningún tipo de reforma a cambio.

[cita] La idea de que la crisis griega se debe a un exceso de gasto no resiste el más mínimo examen empírico, y en esto concuerdo con Torche. Basta una comparación con otros países europeos que tienen alto gasto público u otros países que gastan igual o más en bienestar pero que no están en crisis, para romper el mito. [/cita]

Es verdad, hay un aspecto particularmente problemático en el caso de Grecia: el gobierno griego falseó los datos sobre déficit para entrar en la Unión Europea. De ahí la necesidad de una némesis particularmente castigadora. Sin embargo, si Grecia merece un castigo, más aún lo merecen los bancos acreedores y las mismas instituciones europeas. En efecto, existen indicios de que tanto la banca como las instituciones europeas sabían de las prácticas fiscales griegas. Para poder ingresar en la zona euro, Grecia contrató los servicios del banco de inversión Goldman Sachs quien asesoró al gobierno para «ordenar» sus cuentas fiscales. El presidente del banco central griego en ese momento era un tal Lukas Papademos, quien se convirtió unos años más tarde en el vicepresidente del Banco Central Europeo, y saltó desde ahí a liderar un gobierno griego provisorio con el favor de la troika en 2011 -por cierto, sin elección popular de por medio. Más misterioso aún, luego de la mencionada «asesoría» un tal Mario Draghi se convirtió en el ejecutivo jefe de Goldman Sachs para Europa. Desde 2011 Draghi es presidente del Banco Central Europeo, uno de los organismos que conforman la troika y que exigen medidas de austeridad a Grecia.

Pero esto no es todo. A sabiendas de los problemas con las cuentas fiscales griegas, la banca privada -principalmente alemana y francesa- prestó dinero profusamente a Grecia y otros países con igualmente dudosa capacidad de pago. Posteriormente utilizaron estos bonos soberanos como colateral para participar entusiastamente en los mercados secundarios que condujeron a la burbuja financiera norteamericana en 2007-8. Resultado, una vez estallada la crisis, debieron echar mano a los bonos soberanos para cubrir el rápido deterioro de sus balances expuestos a activos tóxicos. De ahí la necesidad de obligar a Grecia -y otros países europeos- a pagar la deuda. Y he aquí un punto fundamental para juzgar quien merece el castigo: de un total de alrededor de 230 miles de millones de euros en rescates a Grecia, se estima que sólo entre el 35% y el 10% ha ido realmente a parar a las arcas fiscales griegas. El resto del dinero ha ido directamente a los bancos acreedores en un intento por recomponer el capital que despilfarraron en el casino financiero, evitando así un colapso financiero mayor.

2) «La crisis la generó el exceso de gasto público; la solución es, por tanto, la austeridad»

La idea de que la crisis griega se debe a un exceso de gasto no resiste el más mínimo examen empírico, y en esto concuerdo con Torche. Basta una comparación con otros países europeos que tienen alto gasto público u otros países que gastan igual o más en bienestar pero que no están en crisis, para romper el mito. Como explica Mark Blyth, la crisis griega comienza y termina en el sistema financiero privado, y se gatilló tras el pinchazo de la burbuja subprime en EEUU.

Ahora bien, igualmente pudiera ser que haya un consenso en que la solución a la crisis -independiente de qué o quién la haya creado- sea un período prolongado de austeridad. Esto tampoco es así. Los últimos estudios han refutado la hipótesis de la «austeridad expansiva», como se le denominó a la idea que la austeridad tiene un efecto positivo en el PIB y el empleo. Afortunadamente, no hay si quiera que recurrir a economistas «heterodoxos» para mostrarlo, pues han sido aquellos que históricamente han abogado por la «austeridad expansiva» quienes han derribado el mito, entre ellos el propio FMI. De hecho, en medio de las negociaciones con Grecia el mes pasado, varios países europeos intentaron bloquear -infructuosamente- la publicación de un informe del FMI que confirmaba que las medidas de austeridad exigidas por la troika a Grecia desde 2011 -y multiplicadas en las nuevas tratativas- habían tenido precisamente el efecto contrario al que pretendían producir: una caída en picada del producto y del empleo, y un aumento considerable -no disminución!- de la deuda pública, concluyendo que era necesaria una drástica reducción y reestructuración de la deuda griega. Quizás el FMI había reconsiderado la propia experiencia alemana de la postguerra, donde una importante condonación de deuda junto con un enorme programa de ayuda financiera (el Plan Marshall) sentaron las bases de lo que fue más tarde la recuperación y el milagro económico alemán. Por el contrario, apartándose de la experiencia histórica y rompiendo su propia consenso técnico, el FMI no dudó en alinearse con sus pares de la troika para exigir draconianas medidas de austeridad al gobierno de Tsipras y negarse a reestructurar la deuda.

3) Tsipras, ni tan héroe ni tan villano

Cuando Siryza llegó al poder a comienzos de este año, la economía griega estaba en ruinas. De acuerdo a cálculos de Yanis Varoufakis, el carismático ex-ministro de finanzas, a principios de 2014 la caída acumulada del PIB griego llegaba al 30% y la mitad de la población estaba desempleada. A instancias de la troika el salario mínimo se había recortado en cerca del 40%, las prestaciones sociales en otro 20%, y más de 1/3 se encontraba en peligro de caer en la pobreza. El programa de gobierno presentado por Syriza y liderado por Tsipras no constituía ninguna alternativa «al» capitalismo, aunque quizás sí una alternativa «dentro del» capitalismo -razonable, por lo demás, dado el contexto descrito y los antecedentes revisados más arriba. En buena medida lo que se intentó hacer es canalizar un mayor porcentaje de la ayuda a las arcas fiscales griegas de manera de mantener las prestaciones sociales y avanzar un programa de inversión para recuperar el crecimiento y el empleo, junto con ampliar los plazos destinados a la devolución de los préstamos y lograr una reducción importante de la deuda. Nótese que ambas propuestas -política fiscal contracíclica y reducción significativa de la deuda- habían sido refrendadas por estudios del propio FMI. Cabe destacar también que el programa de Syriza incluía la mantención de equilibrios fiscales y el respeto por los mecanismos de las instituciones europeas. Además, la posición de Tsipras y compañía fue gradualmente acercándose a aquella de la troika (por ejemplo, aceptando mantener un superávit del 1%), no así en el sentido contrario. Una serie de importantes intelectuales europeos de izquierda de la talla de Jürgen HabermasWolfgang Streeck y Perry Anderson alzaron la voz para advertir que las acciones de la troika no sólo estaban desgarrando a Grecia sino resquebrajando para siempre los principios de la Unión Europea. Sin embargo, hasta los más entusiastas analistas fueron sorprendidos por la brutalidad con la cual Angela Merkel y su ministro de finanzas Wolfgang Schäuble cumplieron el papel de némesis en nombre de la industria financiera. No sólo desconocieron el mandato del primer ministro Tsipras y el plebiscito griego, sino también los estudios del FMI y el clamor de decenas de intelectuales para forzar un acuerdo aun peor que aquel que los griegos habían rechazado una semana antes.

Lamentablemente, la «tragedia griega» ha sobrepasado su dimensión literal -un suceso con un final desgraciado- y se ha convertido en un evento literario donde analistas de distintos colores se suben al escenario a formar parte de la némesis sobre el malogrado personaje principal. El papel de Tsipras y el futuro de su gobierno luego de este último episodio están aún por escribirse. Para analizarlo, sin embargo, urge una mejor comprensión de los vericuetos del capitalismo financiero contemporáneo. Es la única manera de mantenerse al margen del drama y evitar unirse tan rápido al coro justiciero.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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