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La pérdida del Siroco

«Pareciera que la causa de esta gran pérdida para Chile habría sido no otra cosa que la falta de la indispensable voluntad política o – lo que sería peor aún – una lamentable incapacidad de gestión».


En el sitio Defensa.com se ha anunciado que Brasil será finalmente el país que adquirirá el buque anfibio “Siroco”, única unidad gemela de nuestro “Sargento Aldea”. Será bautizado “Bahía” y recibirá el numeral G-40, al entrar en servicio en el país carioca.

Después de haberse interesado en él tanto Chile como Portugal, esta noticia constituye una gran pérdida para nuestro país. En efecto, la Armada – con el recato que la caracteriza – había manifestado su interés por dicha nave.

En efecto, su gemelo, el “Sargento Aldea”, comprado durante el gobierno de Sebastián Piñera, ha demostrado ser extremadamente versátil, siendo utilizado extensamente: No sólo ha permitido incrementar la capacidad disuasiva nacional, al poder embarcar un batallón de Infantería de Marina, reforzado con todos sus vehículos y apoyos, así como con una considerable dotación de helicópteros, para poder realizar operaciones anfibias a muy larga distancia. Reiteradamente ha sido utilizado como buque hospital, en diferentes operativos a lo largo del litoral nacional. También ha sido empleado para transportar pasajeros y carga a distintos puntos de nuestra extensa costa. Por último, también fue utilizado para apoyar zonas afectadas por catástrofes naturales. Así, por ejemplo, estuvo en Iquique, con ocasión del último terremoto que sufrió esa ciudad, y operó en las costas de Atacama hace pocos meses. Más aún, para un ejercicio realizado hace poco en Valdivia, embarcó nada menos que vehículos del Cuerpo de Bomberos de Santiago, demostrando así cómo este tipo de unidades militares son multiplicadores de fuerzas, de alcance verdaderamente estratégico, no sólo en la guerra, sino también la paz.

Al contar con dos buques de este tipo, nuestro país se habría asegurado de tener siempre en servicio, a lo menos uno de ellos, cuando el otro cumple sus necesarios periodos de dique. Por otro lado, de haber adquirido el “Siroco”, al tratarse de una unidad gemela al “Sargento Aldea”, se habría facilitado el entrenamiento, la logística y la planificación.

El “Sargento Aldea” costó – según ha trascendido – alrededor de US$70 millones. El “Siroco”, algo más nuevo, podría haber costado quizás un poco más. Pero, tal como su gemelo, habría contribuido a paliar inmediatamente el déficit hospitalario nacional, una de las promesas de campaña que la propia Presidente Bachelet ya ha señalado que no podrá cumplir.

Atendido todo lo expuesto, uno no puede sino preguntarse por qué ocurrió esto; ¿por qué Chile no adquirió el “Siroco”? ¿Estaba la Armada interesada en él? Por lo visto, sí. ¿Existían fondos para comprarlo? Es de público conocimiento que los Fondos de la Ley Reservada del Cobre exceden de algunos miles de millones de dólares. ¿Había alguna otra necesidad de inversión militar más apremiante? Hasta donde se sabe, no. ¿Podría ser que no se quiso tocar estos fondos, para que su inversión no aumentara el déficit fiscal? Es posible, pero en ese caso se podría haber recurrido a algún tipo de financiamiento bancario, con una garantía “back-to-back”, como se ha hecho en otras oportunidades. ¿Se encuentra Chile pagando muchos créditos correspondientes a sus inversiones en Defensa? No, Sebastián Piñera dejó el sector muy saneado. ¿Este buque proporcionaría una capacidad innecesaria o redundante? No, de acuerdo a lo expuesto más arriba.

Descartadas todas las preguntas anteriores, pareciera que la causa de esta gran pérdida para Chile, habría sido no otra cosa que la falta de la indispensable voluntad política o – lo que sería peor aún – una lamentable incapacidad de gestión.

Lo dicho puede ser tremendamente injusto, porque pueden ser afirmaciones completamente erradas.

Sin embargo, la inexistencia de una Estrategia Nacional de Seguridad y Defensa, que dé cuenta de nuestra Política de Defensa, de los objetivos de seguridad que nos hemos propuesto alcanzar, de las amenazas que enfrentamos y de los caminos que hemos elegido para superarlas, de los modelos de desarrollo que buscamos implementar, de los medios que necesarios para todo lo anterior, y que se traduzca en planes de inversión debidamente priorizados, permitiría asignar – en una discusión parlamentaria madura y con altura de miras, que responda a una verdadera Política de Estado – los recursos fiscales necesarios para tales inversiones, manteniendo el fondo de reserva que se estime adecuado, y permitiendo liberar los demás recursos.

Lo anterior, en modo alguno es fácil de aplicar en nuestra realidad: la Ley Reservada del Cobre ha eximido a nuestra clase política de tener que debatir acerca de temas muy relevantes, pero impopulares en un país de recursos limitados: qué Defensa queremos, para qué la queremos y cuánto invertir en ella.

Por tratarse de enormes inversiones de recursos públicos, dichas decisiones deben ser adoptadas en forma pública, con plena identificación de sus responsables. El secreto debe estar restringido nada más que a lo indispensable: los planes, el nivel de entrenamiento de las fuerzas, su grado de alistamiento, el nivel de operatividad de los medios y los niveles logísticos existentes.

A través de los mecanismos expuestos, casi con toda seguridad hubiésemos visto navegar al “Siroco” bajo el Tricolor Nacional, o – en la situación actual – sabríamos perfectamente por qué ello no fue así y no nos encontraríamos dando palos de ciego.

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