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Mientras la élite agoniza: lo que todo ‘revolucionario’ debería estar pensando Opinión

Mientras la élite agoniza: lo que todo ‘revolucionario’ debería estar pensando

Francesco Penaglia
Por : Francesco Penaglia Académico departamento de Política y Gobierno Universidad Alberto Hurtado
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Para la historia todo este periodo será una misma época y tendrá como telón de fondo la conflictividad social que estalló el 2011, la crisis de representatividad y legitimidad, la corrupción, entre otros. No obstante, no es posible definir cuánto tiempo demorará el ocaso final. Como decía, el pueblo puede exigir la desconexión del respirador mecánico o esperar que llegue el fin, y en eso pueden transcurrir años. La élite con cada vez menos aprobación y aceptación podrá seguir jugando a las elecciones, no tendrá problemas en usar los cargos aun cuando llegue a mínimos históricos de aprobación y de participación, estará esperando el milagro y en eso se reacomodarán las alianzas con nuevos nombres y pactos.


La élite o clase política transicional agoniza. Durante muchos años estuvo hospitalizada, probando terapias tradicionales y alternativas, pero ya recibió la noticia: la muerte cerebral es irreversible y el soberano deberá decidir si espera el desenlace o la desconecta. Como la mayoría de los finales, este ha sido tortuoso, una larga transición, enclaves autoritarios, la anatomía de un mito, PNUD 1998, las elecciones 1997, autoflagelantes y autocomplacientes, díscolos, entre otros actores de una larga novela.

La última Adimark en septiembre de 2015 mostró que la Nueva Mayoría posee un 74% de rechazo y un 16% de aceptación y la alianza 75% de rechazo y 15% de aceptación. ¿Algo nuevo en esto? Probablemente sí: las cifras son cada vez peores, pero continúan una tendencia. Solo como muestra, la CEP junio-julio 2011 daba a la Concertación un 53% de rechazo y el mismo 16% de aprobación, y la alianza (en ese entonces como Gobierno) contaba con un 53% de rechazo y un 26% de aprobación.

El problema para la élite transicional es haberse jugado su última ficha. Como explica Edison Ortiz en una columna reciente, Michelle Bachelet el 2005 fue la salvación de la Concertación para la victoria, y posteriormente, el dique de contención de la élite para evitar el derrumbe de las instituciones el 2014.

La clase dominante en Chile comparte un pecado capital. La élite económica es rentista, cortoplacista y mediocre. No se forjó del «emprendimiento» como en otros países, sino del saqueo al Estado. Las burguesías del capitalismo avanzado, desde una perspectiva marxista son igualmente explotadoras, pero hábiles: invierten o pagan por paz social y derechos sociales para evitar el conflicto. De este modo consolidaron el modelo socialdemócrata y el Estado de Bienestar luego de la Segunda Guerra Mundial. En cambio, la burguesía chilena prefiere ahorrase hasta el último peso en impuestos y salarios; prefiere explotar recursos naturales al más bajo costo y vender mientras se pueda, por eso el modelo económico chileno es una farsa. Hasta en el fútbol: no importan divisiones inferiores o consolidar planteles, sino abaratar costos, comprar barato y vender caro, al diablo el proyecto deportivo.

La élite política tiene el mismo problema, no entendió que el malestar acumulado en Chile y la crisis de las instituciones requería de cambios. En ese marco, Bachelet era la salvadora de todos, no solo de los partidos oficialistas. Con más retórica de cambios que cambios reales, con un proyecto «refundacional» que en realidad podría haber permitido consolidar una posición y relegitimar las instituciones. Décimas más o menos del PIB en la reforma tributaria, participación más o menos en una nueva Constitución, libertades individuales, etc., ningún punto del proyecto era ni cercano a una camino reformista al socialismo, ni siquiera a una socialdemocracia nórdica y, sin embargo, podría haberles ayudado a reconfigurar las relaciones con un electorado incrédulo. Pero, bueno, nada de eso ocurrió, raro que no lo vieran.

Para bien del pueblo, la élite política tan rentista y cortoplacista como la económica, no entendió que Bachelet los estaba salvando a todos. Así llegaron a su agonía: dejaron de comportarse como élite, no hubo acuerdo Lagos-Longueira, en los escándalos de corrupción han terminado acusándose unos a otros sacando ventajas parciales y cortoplacistas; cada uno salvándose como puede, respondiendo a la baja de las encuesta con todo tipo de conclaves, partidos únicos y nuevos referentes; discutiendo bizantinamente sobre conceptos como retroexcavadora, realismo sin renuncia, el programa; haciendo saltos, fiestas y porras para un pueblo que no les cree hace 4 años –y tal vez 18–.

Para la historia todo este periodo será una misma época y tendrá como telón de fondo la conflictividad social que estalló el 2011, la crisis de representatividad y legitimidad, la corrupción, entre otros. No obstante, no es posible definir cuánto tiempo demorará el ocaso final. Como decía, el pueblo puede exigir la desconexión del respirador mecánico o esperar que llegue el fin, y en eso pueden transcurrir años. La élite con cada vez menos aprobación y aceptación podrá seguir jugando a las elecciones, no tendrá problemas en usar los cargos aun cuando llegue a mínimos históricos de aprobación y de participación, estará esperando el milagro y en eso se reacomodarán las alianzas con nuevos nombres y pactos. Esta élite puede agonizar años pero, salvo un milagro, no será capaz de revertir este fenómeno, no es capaz de ocasionar el «cierre», no tiene, así como está, ni el programa ni la unidad para hacerlo. ¿Y entonces quién?

[cita] La élite política tiene el mismo problema, no entendió que el malestar acumulado en Chile y la crisis de las instituciones requería de cambios. En ese marco, Bachelet era la salvadora de todos, no solo de los partidos oficialistas. Con más retórica de cambios que cambios reales, con un proyecto «refundacional» que en realidad podría haber permitido consolidar una posición y relegitimar las instituciones. Décimas más o menos del PIB en la reforma tributaria, participación más o menos en una nueva Constitución, libertades individuales, etc., ningún punto del proyecto era ni cercano a una camino reformista al socialismo, ni siquiera a una socialdemocracia nórdica.[/cita]

Ya lo sostuve en otro texto, el cierre puede ser cualquiera. Por eso la élite le teme a lo que denomina «populismo», cosa que en este caso no es más que una narrativa colectiva que llegue a la gente haciéndole sentido y generando una adhesión. En la historia, en periodos de crisis (con o sin ruptura) hay casos para todos los gustos: Lenin, Mao, Fidel, Ibáñez, Alessandri, Perón, Berlusconi… podría ser un relato clasista y revolucionario o un Farkas. Lo que garantiza el periodo actual es solo la «ventana de oportunidades» para llegar al pueblo con una narrativa, es solo una oportunidad de disputar, incluso aun solamente dentro del marco de las instituciones. Difícilmente un periodo de crisis de la política pueda ser más que una «ventana»; sin embargo, la ventana podría transformarse en un forado inmenso si se conjugara con una crisis económica.

Es ahí donde las organizaciones de izquierda aún no terminan de configurarse totalmente para disputar en «la ventana», ni construir una narrativa. De momento pueden identificarse tres grandes proyectos:

1- Un proyecto socialdemócrata, crítico al neoliberalismo extractivista y pro democratización, que apunta a un capitalismo regulado. En este proyecto podría situarse el PRO, RD, los incipientes partidos regionalistas verdes que están en proceso de creación, el Partido Liberal, algunos restos de «todos a La Moneda», el Partido Humanista, entre otros.

2- Un proyecto reformista clásico, que define como estrategia la lucha en las instituciones para el socialismo. En esto, podríamos considerar al bloque de conducción: Izquierda Autónoma, Izquierda Libertaria y Unión Nacional Estudiantil; Ukamau, Partido Igualdad. Mucho de este sector puede dialogar, eventualmente participar o dar apoyo crítico al proyecto socialdemócrata.

3- Un proyecto de izquierda anticapitalista y revolucionario, que no considera la vía institucional política como un camino estratégico, participando por tanto de experiencias basistas y sociales (estudiantiles, poblacionales, sindicales, entre otras), pero aún sin un proyecto, tácticas y estrategia unificados. Aquí destacan organizaciones como Somos Izquierda Revolucionaria, Izquierda Guevarista y otras organizaciones y colectivos.

Cada uno de estos tres proyectos tiene el desafío de construir unidad interna. En eso, si bien se desconoce qué sucederá con las boletas SQM y el impacto que estas generarán, Marco Enriquez-Ominami ha intentado generar unidad a partir de su liderazgo, dialogando con la mayoría de los actores del proyecto socialdemócrata e incluso del proyecto reformista. Esto puede ocasionar que el sector reformista se divida: una parte, acercándose a la socialdemocracia y, otra, a los actores anticapitalistas revolucionarios al menos en lo táctico.

Sin embargo, para cualquiera de estos proyectos resulta clave interpretar lo que sucede en Chile y eso debe hacerse con todas las herramientas disponibles y buscando ver la realidad y no lo que desearíamos ver en ella. Por lo general, en materia psicosocial, las escuelas conservadoras poseen instrumentos sofisticados de diagnóstico. En última instancia, si se quieren ver desde la sospecha, siempre han necesitado conocer el malestar y sus límites para evitar los estallidos.

Hacer un buen diagnóstico es la clave para construir un proyecto. La virtud de Lenin fue esa, leer la realidad Rusa. Si la élite agoniza y existe la posibilidad de elaborar nuevos proyectos, ¿cómo llegar al pueblo? Eso es lo que debiese pensar todo “revolucionario” o izquierdista que desee superar la marginalidad histórica a la que ha estado sometido durante 42 años.

Para hacer esa lectura todo ayuda. El informe del PNUD 2015 entrega datos reveladores. La sociedad chilena ha vivido una politización pero con contradicciones:

1- Chile es un país politizado en lo político (discursos), pero desprecia la política (institucional). Existe un malestar y rechazo a la política.

2-Ese rechazo y malestar es mayoritariamente desmotivación de participar, organizarse e invertir tiempo en cambios, es decir, es un malestar sin acción.

3- Existe esperanza y una mayor deseo de cambio en torno a temas estructurales: salud, educación, pensiones, etc.

4- Hay desconfianza en los líderes mayoritariamente políticos, pero también sociales, es decir, de todo lo que «represente».

5- Sigue existiendo miedo al conflicto y se tiene una visión positiva del orden (diagnosticado reiteradamente en muchos estudios).

El desafío no es menor, el «pueblo», si se tomara como unidad homogénea, clama por cambios pero no confía en nada, quiere transformaciones pero a la vez quiere orden y no tanto conflicto, tiene malestar pero tiene esperanzas. ¿Cómo construir un relato con esto?

A su vez, complejizando el tema, es decir, descomprimiendo la unidad de «el pueblo», el informe entrega una propuesta de segmentos a partir de 3 indicadores: 1.- interés (información, conversación, etc., sobre política); 2.- interés por lo político (organización, acción colectiva); y 3.- interés en la política (participación institucional, voto).

Sobre la base de ello, construyeron 6 categorías: los comprometidos (11%), con altos niveles en los tres indicadores; los involucrados individualmente (14%), interesados y con participación institucional, pero bajos niveles de participación en lo político; los ritualistas (19%), participativos solamente de la política institucional; los colectivistas (15%), mayor participación de lo político pero baja participación institucional; los observadores (17%), interés pero con baja participación institucional y en lo político; y los retraídos (24%), con bajo interés en todo.

Con todo esto, ¿qué relato construir, a qué sector apuntar, cómo generar discursos diferenciados? Son diversas preguntas que «las izquierdas» deben estar reflexionando para disputar efectivamente un proyecto estructuralmente transformador. El mundo está revuelto y Chile no es la excepción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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