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Lecciones del 2011: la bancarrota de la Nueva Mayoría Opinión

Lecciones del 2011: la bancarrota de la Nueva Mayoría

Mauro Salazar Jaque
Por : Mauro Salazar Jaque Director ejecutivo Observatorio de Comunicación, Crítica y Sociedad (OBCS). Doctorado en Comunicación Universidad de la Frontera-Universidad Austral.
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Sería una necedad tratar de negar que el año 2011 permitió ingresar nuevos relatos a nuestro fúnebre paisaje político. Ciertamente, tuvo lugar una gramática innovadora que en el pináculo del “neoliberalismo avanzado” funcionó como un nutriente de la desmedrada posición de los Partidos de la Transición.


Luego de escuchar una serie de “discursos exultantes” que abundaron en calificar al movimiento social del año 2011 como el “mayo chileno”, y dado el torrente de antagonismos, es la hora de arriesgar un balance preliminar. Por desgracia, un balance ubicado en la corta duración y que adolece de ausencia de distancia histórica.

Sin embargo, es posible “aventurar” una primera hipótesis sobre los sucesos acaecidos aquel año que permita contribuir a explicar el desenlace de la Nueva Mayoría y lo que algunos opinólogos definen como el “Gobierno de las reformas rotas”.

Los diagnósticos más exuberantes del mundo académico y de la elite progresista han abundando en señalar la inflexión histórica cristalizada por el movimiento estudiantil –a la manera de un quiebre de la matriz social–. A la sazón, la elite liberal comenzó a restituir “el régimen de lo público”, la deliberación racional y una emergente esfera ciudadana plasmada en un libro que lleva por título El Otro Modelo, sin perjuicio de que la materialidad histórica de “lo público” en la sociedad chilena encierra una compleja trayectoria. Pero admitimos que lo público es una ficción políticamente necesaria, al igual que la metáfora; esta esfera debe ser concebida bajo ese expediente, como la atribución de sentido político a determinados sucesos.

Sería una necedad tratar de negar que el año 2011 permitió ingresar nuevos relatos a nuestro fúnebre paisaje político. Ciertamente, tuvo lugar una gramática innovadora que en el pináculo del “neoliberalismo avanzado” funcionó como un nutriente de la desmedrada posición de los Partidos de la Transición. La idea de una Asamblea Constituyente –viable o no, consistente o no– encontró sus “condiciones de posibilidad” en la irrupción estudiantil.

Sin embargo, y a riesgo de que esta reflexión sea tildada de “guerrilla de retaguardia”, cabe interrogarse con total serenidad si durante el año 2011 asistimos a la reconstitución de actores políticos o, bien, si nuestra “ciudadanía viralizada” prolonga un estadio de a-historicidad. Desde la larga duración deberíamos volver a enfrentar esa pregunta, dada por supuesto y aparentemente ingenua para evitar cualquier “inflación ideológica”.

El estado de la cuestión nos lleva a postular que la primera audacia –para no hablar de “errores”– fue observar los sucesos del año 2011 con una lupa “sesentera” y suponer, por ejemplo, que los malestares de los grupos medios masificados –malestares híbridos y difusos, por decir lo obvio– concordaban con la “fidelidad” del diagnóstico reformista o la pasión transformadora de la movilización social.

Nuestra pregunta no es ¿cuán fiel fue el diagnóstico? Y ello en virtud de que se puede esgrimir que autoimputar el malestar de los grupos medios a la acción de un actor político es viable toda vez que un movimiento se permite enarbolar –ampliar– un conjunto de ideas que son parte de la “iniciativa política”. De otro modo, “inicialmente” no hay problema en que los movimientos sociales se autoimputen el malestar ciudadano; ello es parte del juego político.

[cita]Ya sabemos que el año 2011 fue una “rebelión” de consumidores integrados e insatisfechos, una “irrupción de expectativas” de innegable valor político, asociada a un malestar por los retrasos de inclusión en el modelo, por las promesas modernizadoras incumplidas desde 1990, herencia de la modernización autoritaria. De otro modo, el 2011 no fue –necesariamente– una interpelación a la “esencia” de la cobertura en Educación Superior, sino a la ausencia de “prevención regulatoria”, tampoco fue cuestionada la “esencia” del retail, sino un cumulo de abusos y prácticas impresentables para los “consumidores activos” y así podríamos extender el estado de insatisfacción a otros planos.[/cita]

Sin embargo, a pesar de lo anterior, no tenemos certeza si Freirina, HidroAysén, los impúdicos abusos del retail, las demandas de género y otro tipo de discursos se movían en la dirección de la Nueva Mayoría y la ficción igualitaria o si aquello se refería más bien a un estado de demandas gestionales, rentistas, de corto plazo –legítimamente instrumentales–. Lo último sería propio de una “ciudadanía viral” insatisfecha en los parámetros de la modernización.

En una aproximación preliminar ya sabemos que el año 2011 fue una “rebelión” de consumidores integrados e insatisfechos, una “irrupción de expectativas” de innegable valor político, asociada a un malestar por los retrasos de inclusión en el modelo, por las promesas modernizadoras incumplidas desde 1990, herencia de la modernización autoritaria. De otro modo, el 2011 no fue –necesariamente– una interpelación a la “esencia” de la cobertura en Educación Superior, sino a la ausencia de “prevención regulatoria”, tampoco fue cuestionada la “esencia” del retail, sino un cumulo de abusos y prácticas impresentables para los “consumidores activos” y así podríamos extender el estado de insatisfacción a otros planos –sin la motivación de restar méritos a los cuestionamientos ontológicos que circulaban copiosamente–.

Lo que hubo, a nuestro juicio, se asemeja más a una poderosa “frustración de expectativas” que la elite progresista supo canalizar en favor de la remoción de los resortes jurídicos de la Constitución de 1980 y de un programa de reformas aggiornadas por el relato igualitario de la Nueva Mayoría.

Pero aún queda pendiente nuestra pregunta inicial: ¿el año 2011 hubo una genuina sedimentación de actores políticos con modelos de sociedad que trascendían la reproducción interelitaria de nuestra clase política? A nuestro juicio –y soslayando las urgencias contingenciales– bajo el ciclo que va desde 1968 al año 2015 la izquierda padece un déficit actoral y programático que la empuja a retorizar, aquí y allá, la acción colectiva. La respuesta es negativa; no hay restitución de actores políticos. Ello, sin perjuicio de invocar fenómenos de distinto orden.

De un lado, la Concertación es aquella elite derrotada políticamente en 1973 que, a poco andar, capituló hacia la reinvención proyectual más allá de la economía de mercado; ahí está la renovación de la izquierda socialista. De otro, la resistencia de una izquierda adscrita a las tesis de la “rebelión popular”, que se rearticuló en el PC y en el FPMR, trataba de revertir la modernización hegemónica instaurada en los años 80. El desplazamiento de matriz sociopolítica genera una profunda discontinuidad que impide la reconstitución de ACTORES que puedan anudar lo social y lo político en una proyección hegemónica –pavimentando la larga duración–.

Si los teóricos de los movimientos sociales persisten en una tesis narcisista –se condenan a la periferia de la política– no se puede comprender que tal perspectiva opera como “aprendiz de bruja”, pues serán absorbidos por el juego interelitario del progresismo institucional que –pese a su deslegitimidad– capitaliza políticamente el malestar ciudadano. Los malestares, expuestos por el propio PNUD hace más de una década, son hechos indesmentibles, incuestionables, pero ellos se juegan en viabilizar formas de corrección y regulación a la modernización imperante. Y una aclaración, ¡por favor!, no se trata de simplificar la tesis señalando que la demanda instrumental del año 2011 era una petición sibilina para ampliar los mecanismos de mercado, y no así su necesaria regulación o, bien, la irrupción de cuestionamientos sustantivos que extendió el espacio político.

La matriz social responde a una masificación de grupos medios que oscilan en diversas demandas instrumentales sin que ellas logren articular un nuevo ciclo político, porque de suyo tal proyecto quedó hipotecado por la “dinámica gatopardista” de los Partidos de Transición. Desde la larga duración hay que releer el Chile Actual…, de Tomás Moulian, para descifrar las nuevas formas de gatopardismo 2.0, pero la “inflación ideológica” de los relatos alternativos se tropieza, una y otra vez, contra la mesura inquebrantable del ministro del Interior, con los temores a lesionar los indicadores de crecimiento, etc., etc.

Hace pocos días el ex ministro de Educación hizo un mea culpa esperable, pues el ritmo de las reformas lesionaba la matriz de la modernización cultivada en los últimos 30 años. ¿Era esperable algo más? Entre el Banco Mundial, las políticas de desregulación que él defendió y su momento crepuscular con Santiago del Nuevo Extremo. Muy predecible su acto, y muy lamentable la promiscuidad que secuestró al Mineduc para avanzar a una política de glosas –disputas presupuestarias para el año 2016–. Las permanentes negativas del Ministerio y de una cohorte de ex dirigentes estudiantiles por obstruir la subsistencia del único proyecto alternativo de la Educación Superior, es un dato de la causa; la desprolijidad en el caso de la Academia de Humanismo Cristiano refleja el estado de improvisación de una serie de operadores políticos.

En el plano coyuntural, es posible que MEO siga orientando su discurso a la ampliación del polo progresista e insista en atribuir sentido político a una serie de reformas pendientes, pero no debemos perder de vista que ello aún dista de tener una capacidad fractural con la modernización de turno.

Al final, tampoco se trata de cruzar los brazos y quedar en la impolítica. No, la “iniciativa política” sigue abierta, pero vistas las cosas en perspectiva, el 2011 no ha generado actores políticos con una capacidad hegemónica, pues tuvo que interactuar con la vieja Concertación.

Todo nos hace presagiar que seguimos en una democracia de baja intensidad. Dicho sea de paso, fue este mismo medio, El Mostrador, el que instaló la tesis del partido del orden (Burgos, el Gute, Walker, etc.). Podríamos agregar que los barrotes del realismo neutralizan la “obstinada” búsqueda de la transformación, tal cual un elefante trata de caminar sobre una vidriería.

Finalmente, por molesto que resulte el anuncio presidencial del “realismo sin renuncia”, por repugnante que resulte para el mundo alternativo, cabe admitir que ello “contribuyó” a explicitar posiciones; la vigencia de la modernización que tuvo lugar a fines de los 70 mantiene intacta su vertebración medular en medio de las correcciones que aún se discuten en nuestra alicaída esfera ciudadana. Marx expuso una frase que ha sido puesta en circulación por estos días: “La historia se repite dos veces, primero como tragedia y segundo como comedia”. La tragedia fue la gramática neoliberal de la Concertación, la comedia se comenzó a dibujar con la llegada del infranqueable realismo…

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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