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Ecos del NO

Rodolfo Fortunatti
Por : Rodolfo Fortunatti Doctor en Ciencias Políticas y Sociología. Autor del libro "La Democracia Cristiana y el Crepúsculo del Chile Popular".
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«No parece haber sido la cantidad, como la calidad, lo más significativo del acto de conmemoración de los 27 años del triunfo del «No», que terminó convertido en una natural y sentida muestra de apoyo popular hacia la Mandataria. Porque la que se congregó allí fue una multitud consciente de su valor en horas adversas, distante, por lo mismo, del cálculo burocrático, del interesado racionalismo estratégico, y de las veleidades de las encuestas».


Poco antes de las diez de mañana, hora fijada para la reunión, sólo un puñado de manifestantes aguardaba en las puertas del Teatro Caupolicán. Pero cuando la Presidenta Bachelet hizo su ingreso, no cabía nadie más en sus butacas, escalinatas y pasillos. De ahí que, cada cierto rato y a través de los altoparlantes, animadores y artistas reiteraran palabras de solidaridad con el público que no había podido entrar.

La audiencia, convocada con pocas certidumbres y escasos días de antelación, había desbordado el recinto y, desde luego, todas las expectativas de los organizadores. No faltarán las críticas, pero resultaría básico, por mezquino, censurar a los ciudadanos de a pie porque llegaron en bus y no en auto desde Chimbarongo, o porque no cumplieron la «teletónica» meta de llenar el Estadio Nacional.

Así y todo, no parece haber sido la cantidad, como la calidad, lo más significativo del acto de conmemoración de los 27 años del triunfo del «No», que terminó convertido en una natural y sentida muestra de apoyo popular hacia la Mandataria. Porque la que se congregó allí fue una multitud consciente de su valor en horas adversas, distante, por lo mismo, del cálculo burocrático, del interesado racionalismo estratégico, y de las veleidades de las encuestas. En un ambiente cálido, de mutua confianza y cercanía, al que contribuyeron las locuciones de Claudia di Girólamo y Alejandro Goic, los siempre armoniosos acordes de la memoria de Inti-Illimani y la vitalidad contagiosa de Viking 5.

Si las banderas y lienzos testimoniaron la rica diversidad política de los concurrentes, fueron sus voces espontáneas las que, insinuando un reproche a las deslealtades habidas, trazaron un parteaguas entre el apoyo a Bachelet y el malestar latente con dirigentes y autoridades. La suya fue una reafirmación de las reformas y del instrumento político llamado a consolidarlas: la nueva mayoría conseguida en las urnas. ¡El pueblo unido jamás será vencido! fue asimismo la nota más alta que se escuchó en el Caupolicán.

Probablemente en sus últimas salidas a terreno la Presidenta ya había palpado esta empatía de la gente, y quizá por ello actuó sin dejar traslucir la mínima señal de asombro por lo que veía. Se manejó con versatilidad y prestancia, respondiendo incluso con humor y oportunidad a quienes desde las tribunas pregonaban demandas tales como asamblea constituyente. Demostraba que estaba al mando de todo, inaugurando así la etapa de recuperación de su popularidad.

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