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Hace bien recordar a Pinochet Opinión

Hace bien recordar a Pinochet

Patricia Politzer
Por : Patricia Politzer Periodista y ex Convencional Constituyente.
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En vez de oponernos a que los pinochetistas se reúnan en el fundo Los Boldos y sigan cultivando los mitos laudatorios, los demócratas debiéramos aprovechar el centenario del dictador para recordar esos años de oscurantismo y dolor. Ojalá en cada colegio –no importa que sea público o privado– los profesores se tomaran un tiempo para hablar con sus alumnos sobre Pinochet y su régimen de terror. Los medios de comunicación –tan propensos a las efemérides– también podrían hacer lo suyo.


Durante los años de la dictadura, sobre la base de una represión terrorífica, con un control férreo de los medios de comunicación y del sistema educacional, se llevó a cabo un lavado de cerebro nacional. Al llegar la democracia, no se pudo hacer un contralavado de cerebro. Hay diversos mitos que, si bien han sido desmontados por la academia y los analistas, perduran en muchos sectores, como que el dictador salvó al país, que fue el arquitecto de nuestro desarrollo económico, que planeó la transición a la democracia. Aunque suenen tan familiares, estas reflexiones no se refieren a Augusto Pinochet sino a Francisco Franco, y pertenecen al británico Paul Preston, biógrafo del dictador español al cumplirse 40 años de su muerte el 20 de noviembre.

Lo cierto es que el análisis vale igual para Pinochet, cuando se cumplen 100 años de su nacimiento este 25 de noviembre. Más aún, Preston señaló al diario La Tercera que los españoles siguen en deuda con su memoria histórica, que son muchos los que todavía no pueden darles un entierro digno a sus víctimas. ¡Vaya coincidencia, lo mismo ocurre por estos lados! Seguimos teniendo detenidos-desaparecidos, muchos victimarios siguen impunes, especialmente entre los llamados cómplices pasivos, y no son pocos los que continúan afirmando que el de Pinochet fue un gran gobierno.

Preston se opone a borrar todo vestigio de los horrores, propone –en cambio– mantener vivos sus símbolos para no olvidar lo que significan, y educarnos para que aquello no vuelva a suceder. Es lo que se busca con cada ejercicio de memoria. No se trata de revivir la tragedia ni de reabrir, sino de remirar y aprender.

En esa perspectiva, en vez de oponernos a que los pinochetistas se reúnan en el fundo Los Boldos y sigan cultivando los mitos laudatorios, los demócratas debiéramos aprovechar el centenario del dictador para recordar esos años de oscurantismo y dolor. Ojalá en cada colegio –no importa que sea público o privado– los profesores se tomaran un tiempo para hablar con sus alumnos sobre Pinochet y su régimen de terror. Los medios de comunicación –tan propensos a las efemérides– también podrían hacer lo suyo.

El tiempo es un enemigo implacable de la memoria. Basta dejarlo tranquilo para que, poco a poco, día tras día, vaya borrando las huellas de lo ocurrido, vaya apagando el relato de los testigos.

[cita tipo= «destaque»]El tiempo es un enemigo implacable de la memoria. Basta dejarlo tranquilo para que, poco a poco, día tras día, vaya borrando las huellas de lo ocurrido, vaya apagando el relato de los testigos.[/cita]

Así lo entendió Samuel Shats, el fotógrafo que retrató a un grupo de judíos que sobrevivió al Holocausto. Hoy tienen más de 80 años y viven en Chile, donde encontraron refugio e intentaron reconstruir sus sueños para rehacer sus vidas. Con 32 rostros ya ancianos, ojos que conservan la pena profunda y escuetos testimonios, Shats organiza su exposición “En el umbral del olvido”, un grito desgarrador, antes que el tiempo le gane a la memoria (GAM, hasta el 27 de diciembre).

Curiosamente, en estos mismos días y apenas a unas cuadras del GAM, el Museo de Bellas Artes también abrió sus puertas al pasado. “La Exposición Pendiente 1973-2015. Orozco, Rivera, Siqueiros” (hasta febrero de 2016), es el título de esta muestra que llega con 42 años de retraso, ya que debió inaugurarla el Presidente Salvador Allende, el jueves 13 de septiembre de 1973. Nadie imaginó que eso nunca pasaría, que el país estaría sumido en un silencio sepulcral, que el museo sufriría un asalto militar, que las balas traspasarían las telas y que Allende estaría muerto.

Junto a la obra de los famosos muralistas, el Bellas Artes reconstruye esos momentos históricos. Nos obliga a evocar el desconcierto, el dolor y el Chile fragmentado desde el cual, en medio de la noche y escoltada por diversos embajadores, Hortensia Bussi de Allende y su familia abandonaban el país rumbo al exilio en México.

Nadie sospechaba entonces la maquinaria de muerte que recorría el continente. Sin embargo, hace justo 40 años –a fines de noviembre de 1975– Pinochet inauguraba en la Academia de Guerra de Santiago una reunión de los principales agentes de la represión del cono sur. Así nacía la Operación Cóndor, una organización militar multinacional, formada por Argentina, Uruguay, Paraguay, Bolivia y Chile, destinada a asesinar a los opositores a las dictaduras sin importar en qué país estuvieran. Como lo señala el periodista norteamericano John Dinges, en un libro recién editado por el Museo de la Memoria, el nombre “Cóndor” fue propuesto para homenajear al Estado anfitrión.

Cuando la humanidad vuelve a oscurecerse, la memoria resulta indispensable. Solo el recuerdo –basado en la verdad de los testigos– permite combatir los mitos y, quizás, protegernos de nuevas tragedias.

Esta semana, en el centenario de su nacimiento, es bueno recordar la crueldad de Pinochet y su gobierno.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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