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Un nuevo amanecer en Venezuela

Un nuevo amanecer en Venezuela

Antonio Lecuna
Por : Antonio Lecuna Académico Universidad del Desarrollo (UDD)
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El triunfo conseguido por la opositora Mesa de Unidad Democrática (MUD) en la Asamblea Nacional es comparable a la victoria de David sobre Goliat. Porque la oposición arrasó en las urnas a pesar del ventajismo electoral evidenciado en el uso desproporcionado de los recursos del Estado, los encarcelamientos y las inhabilitaciones políticas, y sin los votos de los venezolanos residentes en el extranjero. Así la MUD se adjudicó la mayoría calificada de dos tercios, obteniendo 112 escaños de los 167 en disputa.

Para dimensionar las proporciones políticas e históricas del cambio registrado el pasado domingo en Venezuela, hay que tener presente que el chavismo no es un mero partido o movimiento político. El chavismo es un populismo institucionalizado en el poder con raíces profundas en la democracia radical al estilo de Rousseau.

En efecto, el chavismo coincide con la definición clásica de populismo de Kirk Hawkins, que lo caracteriza como un movimiento basado en la conexión carismática entre los votantes y el líder político, apoyado en el gasto público, los controles gubernamentales y el discurso maniqueo entre el pueblo y la elite. En su primer discurso Presidencial, Chávez utilizó la palabra “pueblo” en 42 oportunidades. La palabra “socialismo” nunca formó parte de sus primeros dos discursos de toma de posesión.

El chavismo, además, durante sus 16 años en el poder recorrió cada una de las cuatro fases teóricas del populismo descritas por Dornbusch y Edwards: una primera etapa en que el gasto público aumenta la demanda y los salarios reales, mientras la escasez es contenida con importaciones subsidiadas; luego, en una segunda etapa, comienza a manifestarse una baja de los salarios reales junto con la estricta restricción de divisas, debido a la creciente demanda de productos importados; después se observa una constante alza de la inflación, indisciplina fiscal generalizada y una aguda escasez de bienes básicos; finalmente, se evidencia un espiral inflacionario incontrolable, a lo que se le suman cortes drásticos en la producción, devaluaciones constantes, fuga de capitales y migración de profesionales.

Si bien la bonanza petrolera alargó la agonía de la hegemonía populista, el descubrimiento del fracking aceleró la caída del precio del crudo y esto, a su vez, sentenció la inexorable caída del chavismo en la cuarta fase del populismo.

Si bien la bonanza petrolera alargó la agonía de la hegemonía populista, el descubrimiento del fracking aceleró la caída del precio del crudo y esto, a su vez, sentenció la inexorable caída del chavismo en la cuarta fase del populismo.

Ahora bien, no será fácil para la oposición impulsar cambios del modelo populista de izquierda a corto plazo. Venezuela enfrenta una creciente pobreza que supera el 40%, una inflación galopante sobre 200%, una contracción cercana al 10%, tiene sus reservas internacionales por el piso, y todo ello con el barril de petróleo rodeando los 40 dólares. Por lo anterior, se espera –lamentablemente– que el próximo año se produzca un colapso de la economía. Ante tal panorama, el Gobierno arreciará con su retórica populista de la “guerra económica” y de la “elite contra el pueblo”, culpando a la oposición de los problemas económicos.

La nueva Asamblea Nacional y la MUD deberán sortear y superar estas dificultades para enfrentar exitosamente las próximas elecciones de gobernadores y alcaldes. Paralelamente, la oposición deberá impulsar progresivas políticas de mercado y generar los contrapesos institucionales necesarios en un Estado completamente capturado por el Gobierno. Y así poder enrumbar al país hacia alguno de los modelos políticos viables: un populismo neoliberal al estilo de Fujimori o una democracia social como la que vivimos actualmente en Chile.

Sin duda, se avecinan tiempos de cambios para Venezuela. Cambios que traerán momentos difíciles, pero también grandes esperanzas. La dura crisis económica podría desembocar en un referendo revocatorio del mandato de Maduro o incluso en una destitución como sucedió con Fernando Lugo en Paraguay. Si ello no ocurre, en el 2019 los venezolanos decidirán en la elección presidencial a su próximo gobernante y así concluirá, tal vez definitivamente, uno de los periodos más polarizados y controvertidos de la historia de Venezuela.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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