Publicidad

Sobre la necesidad de un discurso radical

Publicidad
Pedro Montero
Por : Pedro Montero Estudiante de Doctorado en Matemáticas, Universidad de Grenoble, Francia.
Ver Más


Una vez escuché que la mejor forma de conocer una cultura es a través de las comedias, pues para hacernos reír deben asemejarse lo más posible a la realidad, exaltando los puntos más remarcables.

Después de casi dos años y medio viviendo en Francia me he dado cuenta de por qué al comienzo mis «tallas» solo hacían reír a mis amigos latinos y no a los franceses. Acá en Francia existe lo que los franceses llaman «grados de humor». Generalmente, cuando recién conocen a una persona hacen bromas bastante inocentes, sin muchos tintes de opinión para no ofender a nadie; bastante «cartuchas». Nosotros, en cambio, medimos el nivel de confianza siendo picarones y vamos avanzando a chistes más «ordinarios», explícitos. Ellos, por otra parte, avanzan hacia un «segundo grado de entendimiento»: las bromas son en doble sentido (no necesariamente sexual), sarcásticas y buscan burlarse de gente con dicha opinión.

Por ejemplo, luego de los atentados en París, es común hacer bromas sobre el terrorismo que en un primer grado son racistas, pero que en segundo grado se burlan de las personas que piensan que los musulmanes en las tiendas de shawarma son directos descendientes de Osama Bin Laden. Es un juego sutil. Mientras nosotros vamos hacia lo explícito, ellos buscan imitar lo mejor posible a una persona con una opinión contraria. Es fundamental, por ende, conocer a su público para que el mensaje no sea malinterpretado. Una suerte de «contrato didáctico» del humor debe ser establecido entre el círculo de amigos donde lanzas tus bromas.

Estos grados de entendimiento pueden ser extrapolados, por ejemplo, a nuestras discusiones políticas. Hace unas semanas discutía con una estudiante de Ciencias Políticas sobre diferentes países de América Latina, hasta que llegamos a Uruguay, país sobre el cual ella realizaba su investigación doctoral y que ha visitado en varias ocasiones. Ella comenzó a hablarme directamente de los problemas del gobierno de Pepe Mujica. Es una primera lectura, descontextualizada de nuestra conversación previa, podría inferirse que fuese una persona conservadora, opositora a tan simpático viejito.

Sin embargo, muy por el contrario, lo que ocurría es que ya no era necesario en nuestra conversación ese «primer grado» donde se resalta la importancia histórica de su gobierno o el referente que representa a nivel latinoamericano; podíamos directamente entrar a la crítica y avanzar en ese sentido la discusión. Ciertamente el rumbo de la conversación no hubiese sido el mismo si yo hubiese sido un Opus Dei en contra del aborto y del consumo de marihuana.

Hablemos de educación

En el contexto secundario y universitario, esto pareciera ser un buen ejercicio para los voceros del movimiento y los estudiantes «de base» frente a las nuevas discusiones en torno a la propuesta de gratuidad del gobierno.

[cita tipo=»destaque»] Para sistemas educativos, hay colores. Lo cierto es la importancia de avanzar hacia una interacción entre el mundo universitario y la enseñanza preescolar, básica y media. Y para ello, se necesita establecer políticas de Estado coherentes con las demandas emanadas de dichos sectores, junto con reformas al sistema tributario que permitan solventar la implementación de nuevos programas educativos. Reformas radicales, que ataquen la raíz.[/cita]

Desde el punto de vista de los estudiantes y de las personas partidarias de la educación como derecho fundamental, el discurso de primer grado debe ser radical. No podemos enfrentarnos con un discurso ambiguo y picarón a todas estas personas con conflictos de interés que traban el proceso que queremos llevar a cabo, no puede haber espacio a dobles lecturas. Hay demandas levantadas desde el año 2006 y no podemos dejar de ser claros y explícitos en los puntos en los cuales las discusiones de base han llegado a un punto de acuerdo. Por otra parte, las discusiones internas no deben ser entorpecidas por primeras lecturas a estas alturas del partido. A mi parecer las discusiones de base deben converger a un segundo grado de entendimiento.

Por ejemplo, el hecho de haber conseguido que la mitad más vulnerable de los estudiantes pueda estudiar gratis a partir del próximo año lo considero, personalmente, un avance. Ciertamente, esto no quiere decir que yo sea un partidario de Bachelet o de la Nueva Mayoría. Reconocer este hecho con humildad es un primer grado de entendimiento que nos permite avanzar en la discusión y no impide de ninguna forma que en un segundo grado de discusión más «avanzado» podamos matizar nuestros puntos de vista con argumentos políticamente más elaborados. Nuestra copia de «La revolución permanente» de Trotski no se va a desteñir por reconocer un avance bajo el marco de una política «progresista» del gobierno de turno; a estas alturas todos sabemos la diferencia entre ser comunista y ser del PC.

No hemos terminado

Más allá del discurso panfletario, es claro que aún no hemos llegado a un punto final. En primera instancia, debemos no solo avanzar hacia la gratuidad universal, sino que también en el fortalecimiento de las universidades que se adjudiquen este derecho, así como en el aumento de responsabilidades hacía la sociedad que dichas instituciones tienen el potencial de entregar. Prefiero ejemplificar que teorizar en el vacío.

El primer ejemplo que se me viene a la cabeza es el Instituto de Matemática Pura y Aplicada (IMPA), ubicado en las cercanías del barrio Jardín Botánico de Río de Janeiro, Brasil. El IMPA es sin lugar a dudas uno de los más prestigiosos centros de investigación matemática de América Latina, y que tuve la oportunidad de conocer durante mi primera experiencia académica fuera de Chile. Una de las tantas cosas que me sorprendió de este lugar fue la interacción entre un centro de alto nivel científico y profesores de enseñanza básica y media. Matemáticos de renombre dan clases (completamente gratuitas) a profesores sobre temas de matemáticas que deben enseñar en el colegio, mientras que se generan discusiones pedagógicas en torno a cómo enseñar dichos temas. Asimismo, esta conexión con las escuelas permite a jóvenes talentosos ir becados a estudiar en los programas de Iniciación Científica que se desarrollan durante el verano en el IMPA, encontrándote así con adolescentes estudiando temas que en Chile encontramos por primera vez en segundo año de universidad.

Otro ejemplo de la interacción entre el mundo universitario y las escuelas son los concursos nacionales para los profesores en Francia. Los profesores deben estudiar durante tres años su licenciatura para luego comenzar una maestría orientada a preparar este concurso para poder enseñar en los colegios y liceos públicos. Dichos concursos son preparados fundamentalmente en las universidades y en las Escuelas Normales Superiores. Lamentablemente existe una fuerte componente elitista que privilegia fuertemente los conocimientos del candidato por sobre sus habilidades pedagógicas, que en teoría son reforzadas durante su primer año como profesor gracias a la ayuda de un tutor con más experiencia asignado por el liceo. Sin embargo, el Estado regula la centralización con un sistema de puntos para asignar el liceo al cual será obligatoriamente enviado el candidato, además de realizar pruebas comunes (efectuadas al mismo tiempo) para todos los liceos del país.

Para sistemas educativos, hay colores. Lo cierto es la importancia de avanzar hacia una interacción entre el mundo universitario y la enseñanza preescolar, básica y media. Y para ello, se necesita establecer políticas de Estado coherentes con las demandas emanadas de dichos sectores, junto con reformas al sistema tributario que permitan solventar la implementación de nuevos programas educativos. Reformas radicales, que ataquen la raíz.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad