«Uno se pregunta qué es lo que tendría que pasar para que la DC rompa con la Concertación o la Nueva Mayoría, o qué tendría que hacer el partido para que alguno de sus miembros renuncie».
La gran mayoría de los diputados del Partido Demócrata Cristiano votaron a favor del aborto. A juzgar por las palabras del Senador Walker, la DC hará en el Senado lo mismo que hizo en la Cámara. La verdad, es que no es sorpresa. Sólo un ingenuo podría haber pensado que la Democracia Cristiana votaría ¿cómo decirlo? cristianamente. La conducta fue típica: hubo conversaciones, angustia vital, inseguridad, pero lo que ocurrió al final estaba claro desde el primer momento.
No es que la DC haya traicionado sus principios -en la actualidad los principios de los partidos políticos pueden cambiarse fácilmente, por lo que es casi imposible traicionarlos- sino que ha actuado como siempre: muchas declaraciones de apertura, de diálogo, de buena voluntad, para terminar haciendo lo que le pedía la izquierda más dura. Esa ha sido su misión histórica, la de ayudar y dar una apariencia de legitimidad a los proyectos de la izquierda.
Esto, por supuesto, al estilo DC, es decir, de manera tibia. La Democracia Cristiana no alza como banderas de lucha este tipo de causas, pero es incapaz de rechazarlas cuando las alzan sus aliados. Tiene que aferrarse a su conglomerado, para no arriesgar quedar en tierra de nadie. Dentro de la DC –para mantener el espíritu– el problema también se resuelve de manera tibia. Los integrantes que son contrarios al aborto no son capaces de, en materia tan grave, cortar con su partido. Uno se pregunta qué es lo que tendría que pasar para que la DC rompa con la Concertación o la Nueva Mayoría, o qué tendría que hacer el partido para que alguno de sus miembros renuncie. Estos pocos, en cualquier caso, cumplen una función muy importante: sirven para mostrar que el partido no impone una manera de votar, que acoge a los que piensan distinto, y que el apoyo al aborto es cosa de individuos, no de la colectividad. Típico demócrata cristiano. Esta conducta, por lo demás, hace de la Democracia Cristiana un aliado muy valioso para la izquierda más dura: su deseo de quedar bien es tal que se pude contar con ella a todo evento.
Políticamente hablando, esto no presenta mayores problemas (dado el estado de la política actual). El problema es que se engaña, a una parte al menos, de los partidarios, que inocentemente creen que apoyan a un partido de principios cristianos. Se entiende que algunos, incluso algunos DC, se empeñen en que cristianismo y sociedad no tengan nada que ver, pero eso hace extraño que se mantenga el nombre del partido. Para poder salvar la marca y a la vez votar como la izquierda más dura, se recurre a la conciencia, lo que en lenguaje actual significa que se hace lo que es más expedito o conveniente, sin reconocer que se actúa así: hacer lo que viene en gana sin tener que dar explicaciones. Ahora bien, como los políticos, en general, tienen poco tiempo para leer y para pensar, habría que ver quiénes los asesoran cuándo se trata de explicar qué significa actuar en conciencia, quizás ahí nos encontremos con alguna sorpresa.