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Ottone y la ignorancia Opinión

Ottone y la ignorancia

Carlos Ruiz
Por : Carlos Ruiz Laboratorio de Análisis de Coyuntura Social Departamento de Sociología Universidad de Chile
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Esta aparente paradoja de la economía concertacionista se despeja cuando adquiere relieve el hecho de que la inmensa mayoría de ese crecido gasto social no va a parar a la reconstrucción de los servicios sociales desmantelados por la experiencia pinochetista, sino a los bolsillos de un pujante capitalismo de servicio público que, con estos fondos estatales, crece sin parar como proveedor privado de servicios de educación o salud.


La ignorancia no es una caja vacía, postulaba agudamente el epistemólogo ginebrino Jean Piaget, a propósito de la construcción del conocimiento en los niños. No, es una caja mal llenada, sentenciaba. La ignorancia, pues, no es espontánea. Es producida.

Hace unos días, Ottone acusó a los dirigentes estudiantiles de ignorantes por creer que en Chile opera el neoliberalismo. Para él, este último habría terminado con la caída de la dictadura. Se ha vuelto habitual entre la intelectualidad cortesana interpelar hasta el menosprecio a los dirigentes estudiantiles, como forma de impedir cualquier renovación de la clase política.

Cuando inquieren a los dirigentes estudiantiles acerca de sus credos marxistas, por cierto que la imagen subyacente es la de un Marx producido en Moscú o en el agitado París de los años sesenta. Verdad sea dicha, sobre ese Marx producido por la burocracia estalinista mucho mejor puede hablar el propio joven Ottone –rigurosamente sometido a los dictados soviéticos– que un joven de las primeras décadas del siglo XXI. Del mismo modo que, de aquel Marx estructuralista, del que se desprendían las ardientes tesis de un armado “foco revolucionario”, a manos, por ejemplo, de Régis Debray, mejor podría dar cuenta por estos lares un Brunner, otro intelectual que prefiere ni acordarse de aquellos fanatismos juveniles. Muy poco pueden responder los jóvenes actuales de aquellas construcciones en nombre de Marx. Muy poco pueden, incluso, responder de aquella tragedia.

[cita tipo= «destaque»]Los intelectuales como Ottone no tienen problemas en llamar derechos sociales a los bonos; gratuidad a un voucher; capitalismo, libre competencia y hasta mercado a estos nichos de acumulación regulados, amparados en subsidios estatales, que han traído consigo situaciones de acumulación hiperconcentradas. Por ello, la única forma de coincidir con los dichos de Ottone, sería reconocer que esta suerte de burguesía norcoreana en la que convirtieron a Chile, descubrió que no es en la competencia sino en la colusión en donde estaba el amor y lo mejor del ser humano, mientras que en la primera solo había odio.[/cita]

Los jóvenes tienen todo el derecho –como lo tuvo el fanático joven Ottone– a buscar no solo su Marx sino también todo su anclaje ideológico e intelectual en el pensamiento político clásico y contemporáneo, sin que ninguno de estos personajes venga a cobrarles examen. Por el contrario, cuando asoman, como hoy Ottone, a acusarlos de ignorantes, solo pasan de la tragedia vivida y construida a la comedia del productor interesado en la ignorancia y la confusión.

En los dichos de Ottone apenas se oculta el desconcierto de las élites ante un fenómeno cuya presencia desarma el relato que una vez los llenó de loas en foros y seminarios internacionales: los hijos de la modernización capitalista paralizan la ciudad criticando el venerado modelo. Entonces, quienes deben explicaciones por repetir ideologismos importados son estos mismos intelectuales de la corte. No los jóvenes de hoy, que amagan con devolver a la política un sentido de proyecto, frente a la debacle de una escena saturada de carreras personales por todo horizonte.

Por otro lado, la reducción de la experiencia neoliberal a la noche pinochetista ha sido un argumento ya gastado de esta elite intelectual concertacionista, cuya producción de ignorancia ha venido perdiendo efectividad en forma creciente tras la vuelta del siglo.

Lo cierto es que, si a lo largo de los años noventa creció el gasto social en educación, en salud, vivienda y otras líneas asociadas al retroceso social ocurrido bajo la dictadura, al mismo tiempo creció de manera alarmante la desigualdad social –no la pobreza, que no es lo mismo– y, aun hoy, lo hace sin parar.

Esta aparente paradoja de la economía concertacionista se despeja cuando adquiere relieve el hecho de que la inmensa mayoría de ese crecido gasto social no va a parar a la reconstrucción de los servicios sociales desmantelados por la experiencia pinochetista, sino a los bolsillos de un pujante capitalismo de servicio público que, con estos fondos estatales, crece sin parar como proveedor privado de servicios de educación o salud.

La privatización de la vida cotidiana y la pérdida de soberanía del individuo sobre su propia vida, no detuvieron su crecimiento con la transición a la democracia sino que se agudizaron. Sistemas como el CAE en educación o el AUGE en salud (y sus sucesivos reajustes) significaron el traspaso de enormes masas de presupuesto estatal a las arcas de dicho capitalismo de servicio público. Con ello, la experiencia neoliberal chilena alcanzó niveles que no ostenta prácticamente en ningún otro país de la región, y vagamente a escala universal. Luego, lo que vino fue una suerte de progresismo neoliberal. Y sobre esto, se pretende sembrar un manto de ignorancia.

La cancelación de derechos sociales universales por la experiencia dictatorial llegó para quedarse y adquirió, luego, apellido civil. Claro, está en la base misma de esta aguda y sin par mercantilización de la reproducción de la vida cotidiana, donde el individuo está librado solo a sus propias fuerzas. Ese es el paraíso que ha terminado por estallar: el del páramo del individuo.

Lo más visible, pero de lejos no es lo único –bien se sabe– es la educación. Pero esta es solo la punta de un hondo malestar que abarca muchos otros ámbitos de la privatizada vida cotidiana, como –para no ir más lejos– la cancelación de los derechos a la salud y a la vejez dignas.

No es casual que sean estos hijos de la modernización quienes acaban –ellos en especial– con el quicio de esta intelectualidad cortesana acostumbrada a la flemática tranquilidad de Palacio de los años noventa. Una intelectualidad que sucumbió a la utopía de una política sin sociedad y, con eso, a actuar a su antojo y sin mejores explicaciones sobre las cosas. Una intelectualidad que pierde los estribos ante una sociedad que está de vuelta; pues, a pesar de haber cambiado hondamente bajo estas mismas reformas neoliberales, es la sociedad la que vuelve a criticar a la política, a la dirección del país, a las elites del poder, y con eso empiezan unos cauces no controlados de deliberación, una esfera pública no saturada por esos ideologismos destinados a la ignorancia y la pasividad ciudadana.

Los intelectuales como Ottone no tienen problemas en llamar derechos sociales a los bonos; gratuidad a un voucher; capitalismo, libre competencia y hasta mercado a estos nichos de acumulación regulados, amparados en subsidios estatales, que han traído consigo situaciones de acumulación hiperconcentradas. Por ello, la única forma de coincidir con los dichos de Ottone, sería reconocer que esta suerte de burguesía norcoreana en la que convirtieron a Chile, descubrió que no es en la competencia sino en la colusión en donde estaba el amor y lo mejor del ser humano, mientras que en la primera solo había odio. Si es así, entonces sería recomendable que Ottone vuelva a leer no solo a Marx, sino a Smith y al propio Hayek.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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