Publicidad
País de pronósticos políticamente inservibles Opinión

País de pronósticos políticamente inservibles

José Rodríguez Elizondo
Por : José Rodríguez Elizondo Periodista, diplomático y escritor
Ver Más

Conviene, entonces, poner distancia con el optimismo bobo y advertir los riesgos políticos de nuestra ola subcultural. Primero, porque los pueblos suelen preferir las dictaduras a la corrupción. Es decir, no se plantean la cuestión de que una dictadura puede ser más corrupta, pues, ojos que no ven, corazón que no siente. Segundo, porque –como lo detectaron los europeos comunitarios– los movimientos o ideologías que hacen virtud de la irracionalidad se nutren más de una cultura nacional deprimida que de los debates estrictamente políticos.


La actual crisis en cascada de la representación política, de los partidos políticos y de los políticos chilenos, tan visible en este año 2016, es un síndrome largamente anunciado, concienzudamente analizado y prolijamente soslayado… por los políticos.

Es la mezcla de cortoplacismo y negacionismo de la realidad que otrora nos convirtiera en “un caso de desarrollo frustrado” y que en las últimas décadas nos ha convertido en “un caso de subdesarrollo exitoso”. Un avance mediocre, si es que puede medirse como tal. Pero, en todo caso, una mezcla que muestra lo absurdamente optimistas que son los cientistas sociales chilenos, cuando tratan de señalizar desde los baches hasta los precipicios que existen en el camino.

Como prueba de esa triste levedad de nuestro ser, reproduzco los siguientes párrafos –políticamente incorrectos– extractados de un libro publicado a inicios de este milenio. 

Partido iglesia y partido instrumental

Primero, la historia política de Chile enseña que, en materia de reestructuraciones y refundaciones, las izquierdas y centroizquierdas son conservadoras y las derechas son revolucionarias.

En efecto, en los partidos reformadores y revolucionarios parece regir, con mayor fuerza, el patriotismo partidista paralizante, como se pudo apreciar en el dramático proceso de la Unidad Popular. Las escisiones de la poderosa Democracia Cristiana fueron solo eso –escisiones– y no cambiaron el mapa político. La división del Partido Radical solo se produjo cuando estaba en trance de extinción y no podía alterar el balance estratégico. Nadie pudo convencer al Partido Comunista para que, consecuente con su estrategia viapacifista, tomara distancias con el leninismo y derogara su “dictadura proletaria”. Salvador Allende enfrentó primero la muerte antes que una división formal del Partido Socialista.

En definitiva, la Democracia Cristiana se resignó al golpe que las derechas preparaban y los partidos de la Unidad Popular aceptaron un funeral vikingo. Distintas maneras de optar por el suicidio, antes que por un sinceramiento refundacional.

Las derechas, de su lado, parecen tener bastante más claro el carácter instrumental de sus partidos. Tras su rendición ante la Democracia Cristiana de Eduardo Frei Montalva, en los años 1964-65, se desprendieron de sus históricos partidos Liberal y Conservador para crear el Partido Nacional. Después de la caída de Allende, no vacilaron en disolver el nuevo (y exitoso) referente, para apoyar una institucionalidad política hegemonizada por las Fuerzas Armadas, que representaba mejor sus intereses.

Todo lo cual confirmaba, avant la lettre, lo que hoy reconoce Herman Chadwick: la derecha sociológica no es sentimental.

Las alianzas son intangibles

Segundo, es bueno tener presente que en los planteos sobre refundación y finiquito se da un wishful thinking especial: el de esos entrenadores de fútbol que creen que los equipos contrarios no juegan.

Un proyecto político nacional liderado por una Concertación de centroizquierda o por una liberal-centrista, se enfrentará, necesariamente, con el proyecto de centroderecha de Allamand y hasta con el de la duroderecha-centroderechizada de Lavín… salvo que en el intertanto surja una nueva alternativa como la que –dicen– estaría fraguándose en los sectores liberales de la derecha y de la Concertación.

A este respecto, puede rastrearse una llamativa declaración de Jorge Schaulsohn, postulando una nueva mayoría democrática, progresista y liberal: “La convergencia entre el mundo de la Concertación y este sector progresista que está más allá de ella, es una tarea que hay que acometer con miras a lo que viene” (Entrevista en Qué Pasa, 18.8.2001).

[cita tipo= «destaque»]Mientras los dirigentes cuentan sus estrellas, como el personaje de El Principito, su base social se debilita peligrosamente. En lo principal, le hacen mella los síntomas o casos de corrupción que se denuncian, al margen de que lo políticamente correcto sea minimizarlos (como se sabe, tenemos un país con bajos índices en la materia). En relación con ello, ya no acepta la salida exculpatoria del “empate” –la corrupción en el régimen de Pinochet–, pues ha pasado una década larga y, como dijo Alejandra Matus, las democracias deben cotejarse con las democracias.[/cita]

La corrupción importa

Tercero, los demócratas, dentro y fuera de la Concertación, debieran entender que los debates políticos superestructurales se están produciendo al borde de la cornisa.

Mientras los dirigentes cuentan sus estrellas, como el personaje de El Principito, su base social se debilita peligrosamente. En lo principal, le hacen mella los síntomas o casos de corrupción que se denuncian, al margen de que lo políticamente correcto sea minimizarlos (como se sabe, tenemos un país con bajos índices en la materia). En relación con ello, ya no acepta la salida exculpatoria del “empate” –la corrupción en el régimen de Pinochet–, pues ha pasado una década larga y, como dijo Alejandra Matus, las democracias deben cotejarse con las democracias.

Reflejando lo señalado, las encuestas dicen que, hoy por hoy, la opinión pública asigna los más bajos índices de confiabilidad a los políticos y a sus instituciones. Habría más confianza ciudadana en el sistema mediático, la Iglesia y las Fuerzas Armadas.

Democracia devaluada

Coherentemente, la adhesión de los chilenos al sistema democrático resulta cada vez menos robusta. Una encuesta de 1996, de Latinobarómetro, realizada en 17 países de la región, mostró que el rango de adhesión de los chilenos a la democracia era inferior al de los uruguayos (80%), argentinos (71%), bolivianos (64%), peruanos (63%) y venezolanos (62%). En Chile, un 54% prefería la democracia a cualquier otra forma de gobierno, un 19% optaba por un régimen autoritario y a un 23% “le da lo mismo”.

Más sugerente fue el resultado de un ítem que consultaba por la decisión de defender la democracia. Aquí, los encuestados bolivianos marcaron el nivel más alto (84%) y los chilenos estuvieron en los últimos lugares: solo el 53% dijo que defendería el régimen democrático y el 35% aseguró que no lo haría.

En este año 2001, los resultados de Latinobarómetro han sido peores. El 54% de chilenos que apoyaba la democracia ha descendido a un 45%, ubicándose en el sector bajo de la media regional (48%). Por contraste, un 59% dice preferir el desarrollo económico a la democracia, ubicándose en la parte alta de la media regional (51%).

Notablemente, Chile aparece como el país latinoamericano donde existe mayor confianza en la televisión. Su 69% en el rubro, muy por sobre el promedio regional de 49%, confirma la relación directa entre un sistema mediático desequilibrado y el debilitamiento de la democracia.

De lo señalado se desprende que, en nuestra involución, estaríamos creando un escenario similar al que existió en Argentina, cuando los militares sacaron a Arturo Illia de su despacho presidencial y en el Perú, cuando los militares sacaron a Fernando Belaúnde de su dormitorio. En ninguno de esos dos países la civilidad se conmovió de manera democráticamente significativa.

El riesgo del optimismo bobo

Conviene, entonces, poner distancia con el optimismo bobo y advertir los riesgos políticos de nuestra ola subcultural.

Primero, porque los pueblos suelen preferir las dictaduras a la corrupción. Es decir, no se plantean la cuestión de que una dictadura puede ser más corrupta, pues ojos que no ven corazón que no siente. Segundo, porque –como lo detectaron los europeos comunitarios– los movimientos o ideologías que hacen virtud de la irracionalidad se nutren más de una cultura nacional deprimida que de los debates estrictamente políticos. Es lo que se puede leer en el Informe de la Comisión de investigación del ascenso del fascismo y el racismo en Europa, publicado por el Parlamento Europeo, en diciembre de 1985.

Ergo, la hipótesis de un cataclismo institucional renovado, repudiado por una mayoría clara del sistema partidista, pero asumido con resignación o indiferencia por una población aletargada, no es hoy, en Chile, una fantasía de política-ficción.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
Publicidad

Tendencias