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Sobre los tiempos del neoconservadurismo y los caudillos: el factor Boric

Paulina Soto
Por : Paulina Soto Doctora en Estudios Latinomericanos, Universidad Libre de Berlín
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No hay que ser bestia de olfato para percibir la fascinación social que Gabriel Boric produce. Para vincular su imagen a un prócer excéntrico a nuestros tiempos. Él es uno de los nuevos rostros de una política de izquierda que no cae en los lastres patriarcales de las generaciones que lo anteceden. Incluso con su vestuario –reconoce en entrevista a CNN– representa una noción de político diversa a las tradiciones de la ‘casta’. Por ello, prescinde de corbata en el Congreso. Usa patillas, abrigos largos y su camisa se abre a su pecho velludo. El tenor de su voz es golpeado y sus discursos, a través de diversas plataformas virtuales, se reproducen y comparten sin fin. Los elogios son innumerables. Boric no se equivoca nunca. El discurso antineoliberal que impulsa aúna una original vigencia ética y humanista.

Implica la defensa –de frente a la explotación empresarial– del patrimonio cultural y además medioambiental de Chile. Su crítica a la ortodoxia monetarista, honra la resistencia de diversas comunidades verdes que dibujan paisajes sociales alternativos. Para Boric, hoy ser de izquierda es “tener una convicción y una acción” que no solo se base en el “discurso de la desigualdad y la redistribución de la riqueza”. Más bien se vincule a “generar otras formas de creación de riqueza que no dependan del dueño del capital”. Su discurso antineoliberal –cuya gravedad parece recién descubierta– deviene emancipado de sus ‘condicionantes’ de clase. Vivimos en una colonización similar a la hispana en su tiempo: el imperio neoliberal nos subyuga a todos y a todas y debe ser derrocado, por lo cual en el debate de izquierdas se debe integrar “la regionalización, la discriminación de género, el feminismo, y la distribución del poder”.

El momento es culminante: el obrar de los empresarios lleva a Chile a un estado escatológico y Boric trata cada una de las problemáticas sociales como hechos concomitantes, inéditos históricamente, dignos de despertar una revolución. El caso de la sesión especial del Congreso por la crisis de Chiloé es un ejemplo contingente. En su intervención, Boric explicó que veía esperanzado la dignidad de los chilotes. A pesar de que los empresarios han “comprado la conciencia de los trabajadores”, ellos se encuentran levantando asambleas en las calles y proponiendo soluciones. Responsabilizó del desastre a la implantación de “un sistema económico a cualquier costo” que, en este caso, atenta contra la naturaleza del área, su cultura y ciudadanía ejemplar. Como resultado, una cultura que lleva “siglos viviendo en armonía con su entorno” hoy se encuentra sujeta a la perdición.

Lamentablemente –añade Boric– la casta política ha actuado igual como lo ha hecho los últimos 40 años. Niega la existencia o defiende por omisión a un empresariado rentista y extractivista. Felipe Sandoval –el mismo subsecretario de Pesca de Ricardo Lagos– es el representante de los salmoneros en la Isla. En Magallanes ya se ve el desembarco de empresas que destruyen el medio ambiente. Pero en Chiloé se juega la posibilidad de “pensar y construir un Chiloé a disposición de sus habitantes”. Como en otras ocasiones, su intervención no culminó con vítores de la audiencia fervorosa, pero la cantidad de visualizaciones de su intervención en YouTube sobrepasa las 100.000.

Después de todo, él es el único dispuesto a decir las cosas como son; estos hechos no han sido indicados con anterioridad. De hecho, la potencia del discurso (que supera con mucho las visualizaciones de Camila Vallejo que aluden al mismo tema) radicaría en la valentía de sus palabras. Boric es el que dice las verdades. Una y otra vez habla de la “colonización del empresariado a la política” y de la “complicidad de la casta política”. Una y otras vez muestra que él no se sujeta a los yugos clientelistas que revela en la cámara. El diputado es distinto y purga cual pecado el consumismo y, además, dice negarse a la figuración partidista. Por pura obra de su valentía, habla de la heterogeneidad de recursos y culturas que están siendo usurpados. En definitiva, Boric es un revolucionario. Lo que para muchos es indudable.

[cita tipo=»destaque»] Pero lo que no ve Boric, no obstante, es que con estas omisiones y calificativos también legitima su imagen a través de un arquetipo particular. El del prócer patrio redentor. Y que, en consecuencia, su discurso cae constantemente en el caudillaje. En contraposición a una casta “política” corrupta y feminizada, propone la supremacía de su masculinidad. Una y otra vez refiere a los monarcas a ser derrocados y la escatología empresarial. De esa forma, sublima en el presente –donde se han descubierto los verdaderos rostros de los políticos– un momento mesiánico.[/cita]

Quizás incluso para él mismo. Jamás sería posible afirmar que él es déspota aunque a veces lo parezca. Su intención es congregar a una colectividad perdida a través de los años de la Concertación y el gobierno de Bachelet. La ciudadanía, a través de sus palabras, confía en su liberación.

En el caso de Chiloé, por ejemplo, quizás no lo dice directamente, pero vislumbra que lo que potencia el conflicto actual es “un malestar histórico acumulado”, “social, económico y medioambiental”, pues, desde hace tiempo, “pequeñas organizaciones y movimientos vienen impulsando soluciones para pensar nuevos modelos de desarrollo para la isla” y para que el “Estado sea capaz de proveer derechos sociales mínimos”.

Por ello es meramente incidental que no destaque a las mujeres en su discurso, sus ollas comunes y la cultura del mar (después de todo siempre las tiene presente, tal como en su voto por el aborto por tres causales). Y es meramente incidental que –tras el destape del Caso Caval– de la Presidenta, catalogue como “virginal” su gobierno. En entrevista con The Clinic asegura que lo anterior se debe a que es un gobierno que requiere de “exégetas” para ser comprendido. Su intención es sólo mostrar que a diferencia de ella, y de los hijos de esta virgen, él despierta a la colectividad. Mientras ellos solo tratan de “humanizar el neoliberalismo”, él intenta “terminar la política de los acuerdos”.

 Pero lo que no ve Boric, no obstante, es que con estas omisiones y calificativos también legitima su imagen a través de un arquetipo particular. El del prócer patrio redentor. Y que, en consecuencia, su discurso cae constantemente en el caudillaje. En contraposición a una casta “política” corrupta y feminizada, propone la supremacía de su masculinidad. Una y otra vez refiere a los monarcas a ser derrocados y la escatología empresarial. De esa forma, sublima en el presente –donde se han descubierto los verdaderos rostros de los políticos– un momento mesiánico. Su voz, como resultado, resuena unívoca. Reivindica la heteronormativa “casta” que dice despreciar, desde un pasado independentista, y con ella su sesgo postcolonial. Boric no solo activa ciudadanía realmente. Activa una fascinación, una atracción casi erótica a una masculinidad perdida que parece ciega a su soberbia.

Ciega al modo en que emplaza a un gobierno elegido democráticamente, considerando además las circunstancias actuales de incertidumbre económica. Así él, entre otros políticos, prepara el terreno nacional para el advenimiento de un mesías. El chivo expiatorio Bachelet se encuentra ofrendado. En el pensamiento dicotómico de nuestra sociedad patriarcal las mujeres no poseen la prerrogativa de salvaguardar la economía. A quien se espera es a un político de capa y espada para que salve la situación. Las peroratas de Boric bien pueden culminar en su misma irreverencia o caer en el ridículo, como en el caso del puchero del ministro Burgos cuando no fue invitado a La Araucanía. Pero en expectativa reaparecen rostros como los de Velasco, Meo, Piñera e incluso Lagos. Sin ninguna vergüenza. Más vigorosos que nunca.

En las sociedades latinoamericanas la episteme caudillista se reproduce fácilmente. En el caso del golpe en Brasil, la presidenta Dilma Rousseff, sin ser acusada de cargo fácilmente reconocible, es destituida y reemplazada por Michel Temer, quien entre otras medidas decreta el cierre del Ministerio de Cultura para no ‘derrochar recursos’  y ampliar las arcas fiscales.

En Chile ya se escuchan voces sobre la leve aceleración de la economía brasilera. Esperemos que se honre el silencio que, dignamente, Bachelet mantiene para no amenazar a la república. Esperemos que se reconozca el neoconservadurismo transnacional que ha surgido, con las ansiedades masculinas, tras la aparición de nuevos rostros de mujeres en la política; conservadurismo que ha vuelto a reivindicar el rol del hombre como garante del desarrollo de las sociedades.

  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.
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